Para sustituir a la médica Michelle Bachelet en la presidencia de Chile a partir del próximo 11 de marzo -además de escoger a 155 diputados, 23 senadores (la mitad del cuerpo) y 278 consejeros regionales- dio inició un proceso comicial que derivó en una segunda vuelta el 17 de diciembre. Con distintas intenciones de voto de acuerdo con las encuestas, los postulantes a la sucesión para el periodo 2018-2022 fueron ocho. El resultado de la primera ronda electoral a la que sólo concurrió un estimado del 43,4% del cuerpo electoral y que por primera vez contó con el voto de los chilenos en el extranjero, tuvo como consecuencia que deberán disputar el cargo dentro de 28 días el candidato derechista Sebastián Piñera (ex presidente del 2010-2014) y Alejandro Guillier, un centroizquierdista -cualquier cosa que esto sea- del oficialismo, sociólogo y periodista.
Con los datos de esta primera vuelta, quien sea electo presidente tendrá un parlamento constituido -preliminarmente- por dos bloques: el de la derecha conducida por Piñera con 19 senadores y 72 diputados, a los que se suma la corriente del ex postulante presidencial José Antonio Kast con un senador y un diputado. Este dirigente declaró que pedirá a sus seguidores votar por el ex presidente en el balotaje. En cuanto a la composición del otro grupo, es la conjunción de los fragmentos de diversas expresiones: la democracia cristiana, de intención continuista; la centroizquierda, de vocación socialdemócrata (más hacia el centro que a la izquierda) y las izquierdas con raíces tradicionales, algunas, y otras de reciente creación. Así, el actual oficialismo puede llegar a contar, junto con comunistas y socialistas, 14 lugares en Senadores, 43 diputados, los agregados de la Democracia Cristiana -6 senadores y 14 diputados- y los electos por la alianza Frente Amplio -un senador y 20 diputados- conseguidos en su estreno electoral. Sobre esta coalición que reunió una serie de pequeños grupos y parte de los ex líderes de las protestas estudiantiles de 2011, constituyendo la alianza en marzo pasado, Mauricio Morales, docente en la Universidad de Talca, asegura que, «es el remezón más grande que ha tenido la política chilena desde la vuelta a la democracia”.
Si como en otras materias nos adelantáramos a hacer cuentas de acuerdo con los datos preliminares dados por el servicio electoral -con el escrutinio de 99% de los votos- concluiríamos que en esta primera vuelta ganó Piñera con 36.66% y que, como reclama Kast a sus votantes, debe sumársele su 7.85 % y quedar a la espera de qué resuelva la Democracia Cristiana, que obtuvo un nada despreciable -en el caso- 5.91%. Del otro lado, tenemos que Guillier -candidato del oficialismo- consiguió el 22,65%, que sumados a los sorpresivos 20.3 del frenteamplismo, que apoyó a la periodista Beatriz Sánchez, y el estimado de agregar sufragios de las corrientes que postularon a Marco Enríquez-Ominami (hijo del médico y dirigente mirista Miguel Enríquez, caído resistiendo la dictadura, y nieto del ministro de Educación de Salvador Allende, Edgardo Enríquez), con 5.63%; Eduardo Artés (0.51%) y Alejandro Navarro (0.38%), arañan el 50%, sin contar el apoyo -o acaso un modesto pellizco- de la DC que tuvo de candidata a Carolina Goic.
Sin embargo, estos datos pueden resultar engañosos y únicamente indican que vendrán cuatro semanas en que se tratará de tejer por unos y otros el mejor nivel de alianzas, promesas y votos, y ambas corrientes apelarán a que sufrague el mayor número posible de ese 57% que no lo hizo en la primera vuelta, dado que con la suma de la mayoría de esa bolsa de ausentes se da fuerza a los comicios, considerados como la consulta alfa que sustenta el edificio de su proclamada democracia. El gobierno que surja tendrá un sustento menor si no consigue llevar a las urnas un porcentaje sustancial de votantes: quien resulte electo será visto por sus connacionales y en el extranjero como alguien sólo escogido por una diminuta minoría. Por supuesto, tanto Piñera como Guilliers querrán obtener allí un número de sufragios que redunde en la victoria comicial.
A la luz de estos primeros resultados y de la consideración sobre los últimos comicios en Chile se hace evidente la vulnerabilidad y el juicio popular adverso sobre la legitimidad democrática; sobreviene, entonces, la incredulidad en los poderes públicos, sus instituciones y los partidos políticos, derivados en gran parte de incumplimientos de los gobiernos y actos de corrupción. Se aprecia que hace agua el tenido como “modelo” de administración, que despierta descreimiento popular y genera gran abstención electoral que, aunque en muchos casos -ver Estados Unidos, Europa comunitaria y países de América Latina- ha operado en beneficio de las derechas ultranacionalistas, no parece ocurrir así en el caso chileno. Tal vez la razón se encuentre en que los últimos gobiernos se parecen bastante entre sí, las clases dominantes se sienten más o menos cómodas con lo que han tenido y en esa medida extendieron su pasividad hacia el gobierno sin extremar los medios para desgastarlo ni dan batalla para buscarle sustituto.
Sin embargo, la excepción que pudiera darse en Chile no nos hace olvidar que hace casi dos años -en enero de 2016- sostuvimos que existe un “clima de euforia en los medios de la derecha latinoamericana, después de década y media de sucesivas frustraciones. Creen que pueden volver a ser protagonistas de la historia latinoamericana contemporánea. En los medios financieros y en los medios de información internacionales hay verdadera euforia”. Por supuesto que la deserción electoral mayoritaria no es imputable sólo al laissez faire de los partidarios del statu quo: ha contribuido grandemente el fraccionalismo generado por el gobierno de Bachelet junto al rompimiento habido en la coalición que sostiene al gobierno.
Por otra parte, tampoco se trata de menospreciar al enemigo opositor de derecha: el 17 de diciembre al frente de esas fuerzas estará un experto político, con muchas tablas como inversor financiero –Forbes lo contabiliza entre los tres más ricos de aquel país-; que como siempre ha prometido separar la política de los negocios y que consiguió acumular en su torno a sectores que le permiten transitar el camino a una segunda oportunidad. Tampoco se debe olvidar que este candidato es el mejor hombre de la derecha para condensar el neoliberalismo con el pinochetismo y recordar que siendo senador dijo, cuando el dictador estaba preso en el Reino Unido (10 de octubre de 1998 – 2 de marzo de 2000): “El senador Pinochet y su familia están viviendo momentos difíciles en Londres. Por eso, merecen toda nuestra solidaridad”.
Un factible gobierno bajo su égida debiera contestar a las preguntas que recorren el continente, son preocupación de los movimientos populares de hoy y válidas igualmente para Chile: ¿podrá la derecha en América Latina maniobrar en este nuevo escenario sin recurrir a la represión de las reivindicaciones sociales, sin conculcar derechos económicos y sociales de amplios sectores sociales, sin recortar derechos políticos y democráticos logrados en las dos últimas décadas? ¿Podrá hacerlo sin recurrir a las fracasadas y malolientes recetas neoliberales de los noventa?
Asimismo, estos comicios no sólo nos permitieron visualizar con claridad cómo el camino de esta democracia es incapaz de convocar el concurso de la mayor de la ciudadanía, sino que posibilitó la aparición de un nuevo elemento en la escena política –el Frente Amplio- que se presenta como una esperanzadora posibilidad de acabar en el futuro con el duopolio bipartidista de gobierno de las últimas décadas.
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