Cinco aniversarios que importan (II) por Nelson Di Maggio
Memorar los centenarios es una especial ocasión para revisitar la obra de un artista y, principalmente, cuando las nuevas generaciones no han tenido ocasión suficiente para conocerlos. Sucede con cinco centenarios de 2020.
Washington Barcala (1920-1993) es una personalidad de prestigio internacional. Pintor, formado en el Círculo de Bellas Artes y en la Academia de San Fernando madrileña, amistó con Manuel Espínola Gómez e integró, junto con Luis Solari y Juan Ventayol, el Grupo Carlos F. Sáez. No fue indiferente al maestro Joaquín Torres García, de quien quizá recogió, medio siglo más tarde, el carácter artesanal de la creación y conquistó, con lentitud, un sello propio. Transitó desde el impresionismo en 1944 atraído por los objetos de la realidad inmediata visible en el portentoso doble Autorretrato (1940), de prosapia a la Manet, al deslizamiento hacia la abstracción, en la opulencia de los grises en los años sesenta. Hizo de la pintura el campo de experimentación, sin turbaciones teóricas. Así, en la parquedad de su temperamento y la autoexigencia creadora, elaboró, a partir de su radicación en España, en 1976, y hasta su muerte, el rescate de una experiencia de vida condensada en obras de alto voltaje expresivo. Lo consiguió con elementales recursos plásticos —trozos de cartón, y trapo, papeles rasgados, dibujos infantiles, costuras a máquina, hilos, cuerdas, manchas de ocres y grises, blancos y negros— de increíble austeridad. Ese material, en parte autobiográfico, desparramado por la superficie del soporte, no tiene nada de improvisación ni de encuentro fortuito. Obedece a una organización mental inflexible, a un sustento geométrico que ordena, desde dentro, el aparente caos de materiales y texturas. Pintor de pintores, tuvo enorme reconocimiento en España, con numerosas muestras individuales antes y después de su muerte. En Montevideo, el Museo Torres García hizo su primera antológica en 1996. Creador mayor, uno de los pocos artistas uruguayos de la segunda mitad del siglo de rango internacional.
Rhod Rothfuss (1920-1969), montevideano, pintor y teórico, estudió en el Círculo de Bellas Artes. Lector intenso y poseedor de una buena biblioteca, vivió en Buenos Aires (1942-1945), conoció a Carmelo Arden Quin, Gyula Kosice y Tomás Maldonado. Formó parte de la revista Arturo (1944) con su original artículo «El marco, un problema de la estética actual». Participó en Arte Concreto Invención (1945) y en 1946, en el Grupo Madí, la vanguardia por antonomasia rioplatense. Acompañó todas las exposiciones madistas en la capital porteña, y en Montevideo intervino en las de arte no figurativo. En sus cuadros, de colores lisos y puros, marco recortado e irregular, utilizó el esmalte sobre madera compactada con una seguridad y una perfección técnica asombrosas que, aún hoy, poseen un magnetismo singular.
Antonio Llorens (1920-1995), pintor, artesano, grabador y docente, estudió en la Escuela Industrial (1933-37) y en el Círculo de Bellas Artes (1938-42). Se plegó a los movimientos madistas, al arte no figurativo y al Grupo 8. En los años cincuenta se orientó hacia el geometrismo junto a María Freire y José P. Costigliolo. Hizo de la serigrafía el soporte ideal para sus composiciones en blanco y negro o en color, signadas por una sensibilidad especial para otorgar dinamismo tensional a los elementos plásticos que se prolongaron en sus pinturas y esculturas que, en su mejor época, años cincuenta y sesenta, alcanzó una poética en composiciones rigurosas como pocos de sus colegas.
Marco A. López Lomba (Francia, 1920-Montevideo, 1970), ceramista y pintor, estudió en el Círculo de Bellas Artes orientado por José Cuneo y Guillermo Laborde. Alternó, en paralelo, asistiendo a la Escuela de la Construcción, donde se diplomó en albañilería. Becado, estudió en Buenos Aires técnicas de la pintura al fresco, grabado y escenografía. Recorrió América Latina y se radicó largo tiempo en Bolivia en el Núcleo Indígena de Caquiaviri dedicado a la enseñanza y realizando un mural, Pachamama, de grandes dimensiones, y en Warisata dejó varios murales, intimando con la cultura aimara. En Mato Grosso contactó con los guaraníes al sur de Colombia y Ecuador; viajó a Europa y en Nápoles investigó los frescos pompeyanos. En París estudió en la Grande Chaumière y amistó con Le Corbusier. De regreso a Montevideo en 1953, concurrió a la fábrica de Cerámica La Paz y en poco tiempo aprendió la técnica y abrió el Taller de Artesanos durante 1954-56. Luego se independizó y se convirtió en el maestro indiscutido de la cerámica nacional. Elaboró formas sólidas, elegantes y funcionales. Dejó un mural cerámico en el Hotel Columbia, luego destruido.
Elsa Andrada (1920-2010), pintora, entró al Taller Torres García en 1943; se casó con Augusto Torres para seguir destinos paralelos. Reacia a efectuar exposiciones personales, su obra, que se supone abundante, por trabajar de manera constante y regular, es apenas conocida en muestras esporádicas colectivas donde afirma una exquisita sensibilidad y una demorada ternura en arquitecturas y paisajes portuarios, en habitaciones solitarias y mañanas silenciosas. Hay ausencia de asesores audaces y conocedores del arte nacional con habilidad para programar una agenda fuera de la rutina.
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