¿Clase media con 16001 mangos? En mi país, que tristeza…
Se difundieron las cifras que muestran que hay en nuestro país 409.000 uruguayos en la pobreza. Los datos publicados por el INE informan que la pobreza subió por tercer año consecutivo y llegó a 11,6% de la población el año pasado. Por otro lado, el número de personas indigentes subió desde 0,2% en 2019 a 0,4% en 2020. La cifra mágica para salir de pobre es de $16.000 por mes para un hogar unipersonal en Montevideo y $10500 en el Interior.La línea de indigencia para un hogar unipersonal se situaba en $4.200 mensuales para Montevideo y en $3.900 para el interior.
¿No es hora de asumir que este tipo de clasificación parece una burla? ¿Cuántos serían realmente los pobres con una medición más objetiva? ¿Es razonable que existan salarios y jubilaciones por debajo de la línea de pobreza? ¿Alguien puede vivir dignamente con esa suma? ¿Es posible tener una dieta balanceada con ese dinero? ¿Cómo pagar alquiler o servicios básicos con ese ingreso? ¿Las canastas Mides de $2400 son suficientes para la gente en esta condición? ¿No es esta la principal grieta que divide a nuestra sociedad?
Pobreza, por Isabel Viana
La pobreza no comenzó recién en Uruguay: hemos sido una sociedad próspera y pasado por períodos críticos, siempre conviviendo con sectores de la población que vivían en niveles mucho más bajos que el resto de la comunidad nacional. Esos sectores fueron siempre poco visibles, o más bien, han sido siempre naturalizados por la comunidad: se cree que su presencia es inevitable y más aún, es útil al crecimiento económico, al proveer mano de obra barata. Aun cuando pobres y no pobres conviven en el mismo espacio físico, como sucede hoy con nuestra pobreza urbana, se pasa sin mirar al lado de gente durmiendo en calle, de niños pidiendo, de viviendas autoconstruidas con desechos, sin que la visión conmueva. Esas realidades no nos interpelan ni nos impulsan a acciones solidarias. Así, la desigualdad ha crecido a nuestra vista y paciencia, durante todo el S XXI.
Hoy el INE estima que hay 409.586 uruguayos pobres en el país y 14.124 uruguayos indigentes. Esa categorización ha sido hecha de acuerdo a los ingresos de la población. Son pobres aquellos cuyos ingresos no alcanzan a cubrir dos canastas básicas: alimentaria y no alimentaria ($ 16.05 en diciembre 2020). Son indigentes aquellos cuyos ingresos no cubren la canasta básica alimentaria ($ 4.168 en diciembre). Si se define la pobreza por los ingresos familiares una sexta parte de la población del país es pobre. Pero hay más y menos pobres: aproximadamente el 20% de los niños y adolescentes entre 0 y 17 años lo son, el 10% de las personas entre los 17 y los 64 años y el 2,3% de los mayores de 65 años. La situación es peor si se vive en algunos departamentos del interior y si las jefas de hogar son mujeres. Es también peor si se consideran las afectaciones a la calidad de vida provenientes de ingresos tan bajos.
Es necesario analizar más profundamente qué es la pobreza. No es sólo función de los ingresos familiares. Deben incluirse las limitaciones que implica en las condiciones de vida, educación, salud, posibilidades de inserción social, de trabajo, de ocio.
Cabe preguntarse cuáles son las expectativas de las personas que ganan más o menos $ 16.000. ¿Tener sólo techo y comida? ¿Quieren además estabilidad laboral, casa formal, agua, energía y saneamiento, salud personal y para los hijos, espacio/tiempo para el ocio, televisión, celular, prácticas de deporte, vacaciones, viajes, ropa que no los avergüence? Si no tienen lo que el modelo define, se perciben como pobres.
Para sólo sobrevivir se necesitan mínimos. Pero no se trata de supervivencia, se trata de integrarse una sociedad que define y expresa modelos de calidad de vida para cada lugar y tiempo. Esos patrones de vida se vuelven necesarios para “ser”. Ser visible, ser parte de. Y no ser parte es una forma violenta y dolorosa de exclusión. Así, parte creciente de la clase media es pobre, porque no alcanza a satisfacer los requerimientos que la sociedad usa para definir su pertenencia. Con $16.000 por mes nadie satisface hoy sus necesidades básicas.
La pobreza y la indigencia así medidas decrecieron entre los años 2003 y 2017. Pero no desaparecieron, (ver asentamientos) aún en períodos de auge económico, porque la economía se mantuvo en las mismas pautas. Durante el mismo los beneficios de la actividad económica no alcanzaron a la población a la que se ha llamado “prescindible” (porque su actividad económica no afecta las cuentas nacionales). Los beneficios fluyeron hacia los sectores más ricos de la sociedad, pese a que hubo un gobierno de izquierda.
Como ejemplos de cambios que no cambian, estamos vaciando la campaña, cediéndola a macro empresas que extraen riqueza del país. Como resultado, la gente migra a lugares donde cree que puede conseguir trabajo, especialmente en la región metropolitana. No es casualidad que la pandemia muestre en las ciudades grandes su cara más dolorosa. Las periferias pobres tienen hacinamiento, carencia de trabajo y de casi todo lo imprescindible para garantizar la vida en salud de las personas. También se expresa allí la violencia que esa población sufre en su exclusión.
Para luchar contra la pobreza debemos cambiar, pero de manera de rechazar el “más de lo mismo” que corresponde a la frase de Lampedusa: “es preciso que todo cambie para que todo quede como está”. El cambio debe construir una sociedad diferente, para lo que la coyuntura arrasadora de la pandemia parece crear condiciones oportunas.
Mientras la pobreza no sea una preocupación mayor para la sociedad y el gobierno y las acciones encaradas se limiten a pequeños dones coyunturales; mientras se alienten inversiones que no generan trabajo para los uruguayos y extraen ingentes riquezas del país, la pobreza seguirá creciendo e incluyendo progresivamente a las clases medias, de acuerdo al modelo económico global en cuyas lógicas vivimos, en el que el 1% más rico de la población posee más del doble de la riqueza que 6900 millones de personas. (Oxfam – 2021)
Las cifras son lo que son[1] por Benjamín Nahoum
Cuando los números no dan lo que uno quiere que den, mucho más fácil que hacer autocrítica es criticar los números. El Cr. José Pedro Damiani, con el que quizá coincidía sólo en esto, decía a menudo que los números no mienten; mienten los que hacen los números. O, yo más bien diría: quienes lo manejan.
El Instituto Nacional de Estadística (INE), uno de los organismos más serios y confiables en materia de información de que dispone nuestro país, acaba de proporcionar las cifras referidas a pobreza e indigencia en la población para 2020. De ellas se desprende que el porcentaje de población en situación de pobreza ascendió por tercer año consecutivo y ahora es del 11,6%, contra 8,8% en 2019 y que en ese período el porcentaje de indigentes pasó de 0,2 a 0,4%. El INE advierte que la pandemia lo obligó a cambiar de metodología, pasando de recabar los datos en forma presencial a hacerlo telefónicamente y eso puede sesgar algo los resultados, lo que confirma la seriedad del INE, pero seguramente no hace cambiar los grandes números.
Las definiciones de pobreza e indigencia son convenciones, igual que el índice de Harvard para el contagio del coronavirus, el déficit habitacional absoluto y la diferencia entre hurto y rapiña; de acuerdo a propuestas internacionales se considera indigente a la población cuyo ingreso no le permite solventar una alimentación mínima adecuada; en cambio, se considera pobres a quienes, superando sus ingresos el límite de indigencia, no llegan a cubrir el valor de una “canasta básica”, definida también arbitrariamente pero con una lógica muy compartible, que consiste en considerar para su definición el valor de los consumos esenciales: la alimentación, por supuesto, pero también la salud, la vivienda, la educación, la movilidad, etc.
Esa convencionalidad de las definiciones, justamente, hace que los datos importen mucho más en sus valores relativos que en los absolutos: si cambiamos, por ejemplo, los elementos que integran la canasta básica alimenticia, con la que se mide la indigencia, el número de personas en esa condición bajará o subirá, pero si medimos siempre en base a la misma canasta, los números de un año serán comparables con los de otro. Y si el cambio de las costumbres, por ejemplo, indica que es necesario cambiar la integración de la canasta, lo que hay que hacer es “empalmar” una serie con otra en el momento que se cambia el criterio, para que los números sigan siendo comparables.
Por lo tanto, lo fundamental no es la discusión de si con 4.200 pesos una persona puede alimentarse un mes o no, sino que tomando ese indicador, como venimos haciendo desde hace mucho tiempo, el número de personas que no llegan a ese umbral, pasó de 0,2 a 0,4%, o sea, se duplicó en un año. Y que el número de pobres, no importa tanto si son “x” o “y”, sino que, con un criterio consistente, pasó de 8,8 a 11.6%, o sea, se incrementó más de un 30% en sólo doce meses, y siguiendo a ese ritmo, más que se duplicará para 2022.
Números estos sí, no discutibles y muy preocupantes. Con los cuales sin duda la pandemia tiene mucho que ver, pero también las medidas que se aplicaron y se siguen aplicando para combatirla. Y las que no se aplicaron y se siguen no aplicando. Porque si la pandemia continúa obligando a restringir actividades, y con ello fuentes de trabajo e ingreso, y el gobierno sigue empeñado en abatir, cuando y como sea, el déficit fiscal, y no tocar a los “malla oro”, porque son los que, como Batman vendrán volando a salvar Ciudad Gótica, los números que importan: los de la calidad de vida de la gente, seguirán empeorando y para 2025 el muerto será muy difícil de levantar. Un cambio, reconociendo errores y rectificando el rumbo, eso sí que sería hacerse cargo. Y como decía el eslogan de la campaña electoral del presidente: Es Ahora.
1 Alicia Bárcena, Secretaria General de CEPAL, contestando la afirmación del presidente Lacalle Pou de que consideraba erróneo y solicitaba fuera rectificado, el dato de CEPAL de que Uruguay es el tercer país de la región que menos porcentaje del producto interno bruto (PIB) invirtió para paliar el impacto económico de la pandemia.
Ensayo general para la humanidad del futuro por Andrés Scavarelli
La actual pandemia nos ha mostrado la peor cara del posmodernismo. Cuando se creían superados los viejos esquemas nacionalistas que llevaron a las grandes catástrofes del siglo XX, el miedo y el nacionalismo los traen de nuevo.
Primero fue la carrera de acaparamiento de insumos de CTI y de protección a inicios del 2020, ahora con las distintas vacunas en producción de emergencia, los países aprovechan sus distintas posiciones para acaparar la mayor cantidad posible, generando desabastecimiento y muertes.
La peor cara de la economía de mercado se ha desenvuelto frente a nosotros, un capitalismo salvaje que debería hacer entender aún al más ferviente creyente en la pureza del mercado que la mano invisible puede ser muchas cosas, pero no justa ni humanitaria.
Con todo, la actual pandemia no es más que un ensayo general de lo que vendrá, con crecientes mares, contaminación descontrolada, pandemias cada vez más frecuentes y el riesgo para la subsistencia de millones de personas que implica todo esto más la robotización que significa la perdida de fuentes laborales en las próximas décadas, la humanidad está al borde de la definición sobre que modelo de subsistencia será el que emprenda.
¿Una inclusiva, en la que a través de mecanismos como la Renta Básica Universal lleve dignidad a todos o por el contrario será la que hemos visto recientemente con muros y acaparamiento de medicamentos?
Decía Anatole France que “la ley en su magnánima justicia prohíbe del mismo modo a ricos y a pobres dormir bajo los puentes y mendigar pan”, con estas palabras se logra visualizar la diferencia entre la dimensión formal de las cosas de aquella sustancial.
Hay una grieta que se está abriendo poco a poco bajo nuestros pies como las de la costra en la boca de un volcán sobre el que estamos parados, la grieta que progresivamente separa a aquellos que podrán hacer de la vida un escenario donde desarrollar sus proyectos vitales y para quienes la vida son las bambalinas oscuras lejos de los telones.
Vinculado a esto no está solamente el modelo de sociedad sino de seguridad, de convivencia y la calidad de instituciones democráticas y republicanas que debemos esperar, pues si el futuro no depara inclusión traerá creciente violencia, inseguridad y autoritarismo.
Nadie en su sano juicio aceptará pacíficamente quedarse al costado del camino mientras ellos mismos y sus familias padecen, y ninguna sociedad puede razonablemente exigirle a nadie que se resigne a la pobreza mientras un grupo vive lo que verdaderamente puede ser llamado vida.
¿Cuánto querés que te dé? Por Miguel Manzi
Esta semana Voces se metió con la madre del borrego, la madre de todas las batallas, la puta madre: la pobreza. Que evoca inmediatamente a la desigualdad, la explotación del hombre por el hombre, el Estado, la solidaridad, la propiedad privada, la renta básica universal, la justicia social; nótese que la libertad no pega en este elenco o, de hacerlo, sería en su exitosa versión leninista: “libertad ¿para qué?”. Encima, Voces también pregunta por la medición de la pobreza. Que a su hora evoca al PBI, al ICC, a la ECH, y por pendiente a otros números mágicos, “nociones válidas pero abstractas”. (El encanto de las estadísticas, creo, tiene que ver con la capacidad de esa ciencia de versionar en forma simple la infinita complejidad de la vida; el fetichismo a su respecto, por su parte, tiene que ver con la incapacidad del devoto para entender los agregados de tal complejidad). ¿Es subjetiva la medición del INE? Seguro que no, la casa es seria. ¿Podría medirse mejor? Seguro que sí, están discutiendo hace 25 años, en cualquier momento sale la multidimensional. ¿Cuántos serían los pobres si se moviera la vara cinco pesos más o menos? Lo calculás con un Excel. ¿Las canastas del MIDES son suficientes? ¿¿Suficientes para qué?? ¿Es esta la principal grieta que divide a la sociedad? No, no, eso es fetichismo. Los datos de la “Estimación de la pobreza por el método de ingreso 2020”, resultante de la “ECH no presencial” por pandemia, son graves para los miles de uruguayos que cayeron en sus garras, y para los cientos de miles que nunca salieron de ella; pero la serie larga no sufrió variantes dramáticas. Es aquello de la foto y la película. Y es verdad tanto para la pobreza como para el Gini. No tanto para el MIDES, que el año pasado volcó 16.000 millones de pesos exclusivamente en transferencias monetarias directas (Asignaciones Familiares Plan de Equidad + Tarjeta Uruguay Social + Canasta de Emergencia), equivalentes a 360 millones de dólares, lo que significa un aumento del 50% respecto a 2019. Poca plata, al lado de los 800 millones de ANCAP, o los 150 de la regasificadora, o los 80 del horno de cemento, o los 120 del ANTEL Arena. Pero la verdad que todo es poco cuando hace un año que la economía está a media máquina y cuando el COVID mata a 30 personas por día. La buena noticia es que la vacunación va volando. Y la noticia verdaderamente asombrosa es que esta exitosa operación, masiva y compleja, la están llevando adelante ¡funcionarios públicos uruguayos! De repente un día nos ponemos las pilas y, en quince años con buenos precios de los comoditis, terminamos con los asentamientos, con los pobres y (Alá es grande y misericordioso) hasta con el mismísimo MIDES.
La Suiza del Borro por Ramón Rodríguez Puppo
Si ya se. Este título estigmatiza. Disculpame si hiero tu fina sensibilidad. Pero es lo que siento de mi país. Debo referirme a la pobreza y para hacerlo hay que estudiar indicadores locales e internacionales. De lo contrario sería talenteo. Pero si mirás los índices: son tan caprichosos como el autor de estas líneas. Yo no soy economista por tanto escribiré a partir del sentido común.
En Uruguay los indicadores de pobreza han cambiado con el tiempo. En 2006 el Ministerio de Economía hizo algunos ajustes y a partir de allí se hizo difícil medir peras con manzanas. Por otra parte es injusto medir la pobreza de hoy con la de hace 30 o 40 años. ¿A que equivale tener un IPhone hoy? ¿a tener un JVC en 1982? O ¿a un refrigerador en 1964? Por citar ejemplos locos.
Y si tenías esas “cosas” en esos años, ¿no eras pobre? ¿O podrías llegar a serlo igual?
Hoy y aquí “en la ESuiza…”, el INE me pide tener ingresos de 16 mil pesos para considerarme alguien que emerge de la línea de pobreza. Pero si gano 17 mil pesos: ¿ya no soy pobre? ¿De dónde sale eso de los 16 mil pesos? No lo tengo claro. El FMI me mide la pobreza relativa a partir de ingresos que superan el 50% de la mediana de salarios. Pero tampoco me dice nada eso y menos si lo extrapolo a una lógica casuística que explicaría la situación real de cada persona o de cada hogar.
CEPAL tiene números actualizados y diferencia la Pobreza extrema de la POBREZA (a secas). Y ahí la realidad es cruda; muy cruda. Para ellos se cae en pobreza extrema si el “pobre” se vuelve indigente. O sea, no dispone de algo más de un dólar por día para subsistir. ¿Me van a decir que esto no es también caprichoso? ¿Qué comes con un dólar y poco?
Para CEPAL, en América Latina y el Caribe hay un 12.5% de pobreza extrema a fin del 2020 y en 2019 el porcentaje era de 10.3%. El covid19 lo explica todo. Pero doña CEPAL es bastante más terca en su razonamiento y nos indica que POBRES a secas- en América Latina y Caribe hoy llegan al 33.5% del total de la población. Y esto porque esa es la cantidad de gente que no llega a los 2 dólares por día de ingresos. ¿te das cuenta que también es muy arbitrario?
En fin; si nos asustamos porque el Uruguay llegó al 11.6 por ciento de personas con ingresos inferiores a los 16 mil pesos y que esa cifra era inferior en 2019 pero ya venía en ascenso años anteriores no es difícil arribar a la conclusión que somos “La Suiza del Borro”. Y como creo además que no sirve compararse con los peores de la clase me gustaría ver índices más profesionales y serios para medir “mi” verdadera pobreza.
El Índice Gini es uno de ellos (Bco Mundial). Lamentablemente el Uruguay ya no proporciona datos oficiales para alimentarlo desde 2017 cuando registró su mejor marca. Es un índice que mide la pobreza en término de la ubicación de nuestros pobres respecto de indicadores de buena o mala distribución del ingreso. O sea equidad/inequidad. El “Gini” nos mostró como SIEMPRE hemos sido los mejores de la clase también en América. Y lo increíble es que ese índice también nos mostró como a pesar el enorme gasto que nos infringió el FA en sus gobiernos no se pudo mejorar mucho nuestra posición en el ranking en términos de equidad.
A efectos de ser breves diré que el índice nuestro de 1989 (42.50) era muy parecido al que teníamos en 2012 (42.30) y luego de 7 años de gobiernos progresistas. Nobleza obliga, debo aclarar que en 2017 nuestro índice mostró mejoras (39.50) pero por arte de vaya a saber uno que fue lo que pasó: nunca más enviamos datos luego de esa fecha al Banco Mundial. (Debo creer que subió el índice y subió la desigualdad y tal vez sea por eso). En cualquier caso repito. La pobreza es una medida que debería ser analizada con una mirada holística y mucho más profunda, que vaya más allá de un mero cálculo de ingresos materiales. Para explicarlo mejor. Dicen que los chinos hoy están saliendo de la pobreza porque hicieron que mil millones de orientales empiecen a ganar más que 1.90 dólares.
¡No embromen! ¡Siguen siendo pobres igual!
Hoy estamos frente a una coyuntura complicada si nos comparamos con nosotros mismos. Solo se sale si superamos urgentemente la crisis sanitaria y volvemos a poner la economía al 100% de funcionamiento. El Déficit fiscal heredado es tremendo y con un PBI en caída nuestra deuda externa se hace cada vez más pesada. No extrañaría que en un mediano plazo perdamos el grado inversor y renovar títulos y documentos nos cueste cada vez más caro con lo que ello implica en términos de endeudarnos para seguir pagando los propios servicios de la deuda. No damos más. Tanto el gobierno como el FA, lo saben. No creo en rentas básicas ni asistencialismo por encima del que ya se está utilizando. Y no porque sea insensible. Me preocupa el hambre de hoy pero también me preocupa el hambre de mis hijos y de mis nietos. Romper la chanchita no es la solución. La dejaron muy escuálida los que estuvieron 15 años con todo el viento a favor y comprometieron las arcas públicas y el futuro del país gastando como si no hubiera un mañana. Hoy sirve usar todos los recursos que hay para vacunar a todos y para asistir al mundo del trabajo. Y por supuesto si se puede: que ningún gurí se vaya a dormir con la barriga chiflando.
16 mil oportunidades menos por Santiago Gutiérrez
Para debatir esto hacen falta 2700 horas de debate serio y profundo. Fundamentado. Lamentablemente sólo tengo 2700 caracteres.
En tiempos de emergencia como el que vivimos cuesta mucho proyectar. La incertidumbre del día a día no escampa cuando queremos mirar al mañana. Ahí está el desafío del gobernante.
¿Es Uruguay, en los términos actuales, con prácticamente las mismas estructuras y concepciones que hace 100 años, un país “viable”? ¿Es Uruguay un país libre y justo?
En esa deformada, egoísta y reduccionista concepción de que el impulso de la libertad; esa magnífica empresa humana de elevación de la dignidad del individuo, es sencillamente aquello de: “el Estado no debe intervenir”, no podemos salir de la falsa oposición entre Estado grande o chico, impuestos más impuestos menos, adjetivos varios e insultos según la bandera que represente.
No estoy dispuesto a dar la discusión en estos términos, la lectura final no puede minimizarse a números que no tienen alma. La libertad y la justicia social no van en sentido opuesto, son mutuamente necesarias una para la otra.
¿Son 16 mil pesos suficientes para sacar una madre con cuatro hijos del barro y de las carencias más extremas?
¿Con esos 16 mil, sus hijos pueden ir a estudiar libremente o cuando tengan temprana edad tendrán que salir a buscar una changa para sumar al hogar?
¿Qué libertad podemos imaginar cuando la suerte depende no sólo del barrio, sino del pago?
¿Qué tan libre y justo es un país donde hay niños que ensillan debajo de una helada para ir a la escuela? Ese mismo niño, si contra viento y marea termina su educación primaria y secundaria, casi con seguridad deberá trasladarse a la capital para ir a la universidad. Ya no hay calculadora mágica que distribuya esos 16 mil pesos, ni 20 mil, ni 40 mil.
Entonces creo que los 16 mil pesos son nada más y nada menos, que un síntoma de una enfermedad de más de un siglo de no permitirnos dar discusiones con seriedad y fuera de todos los dogmas. Uruguay necesita desesperadamente expandir las fronteras de oportunidades por fuera de la omnipotente y macro cefálica capital.
No sólo porque afuera de la misma vive medio país en inferioridad de condiciones, sino porque el interior guarda un sinfín de oportunidades sin explorar ni explotar, para los que habitan en sus pagos, y para aliviar la presión sobre Montevideo.
Uruguay padece de centralismo, y por sobre todas las cosas, de cortoplacismo. Por atender lo aparentemente urgente, nos olvidamos de lo importante durante un siglo. Y eso tan importante lentamente se transforma en una urgencia cada vez más grande.
Esta urgencia necesita de grandes reformas y por lo tanto de grandes consensos políticos.
Nuestro país debe casi con desesperación, tener el coraje de estudiar, discutir y debatir seriamente sobre descentralización, con información y fundamento. Con planificación y método debemos soñar ese país más próspero, más inclusivo e integrado. Ese país más libre y más justo.
La crisis golpea a los trabajadores por Federico Kreimerman
Según las nuevas cifras oficiales, que se anuncian con total liviandad como un dato estadístico más, hay 409.000 uruguayos en la pobreza. Este número subió por tercer año consecutivo, superando el 11% de la población. Pero todos estos números son arbitrarios, puesto que se fija estadísticamente una “línea” a partir de la cual una persona es pobre o deja de serlo: $16.000 pesos en Montevideo, así con un ingreso de $ 15.500 sos pobre, pero si por ahí percibís $ 17.000 ya no lo sos, serias ¿clase media?
Es que la clase media no existe, ni tampoco la pobreza medida de esa manera, lo que existe son las clases sociales que se definen no por franjas estadísticas, sino por su rol en el sistema económico.
Por eso hay que hablar de que los perjudicados son los trabajadores.
Los salarios vienen desde hace años bajando, la llegada de la pandemia radicalizó esta tendencia, los trabajadores ven como mientras los alimentos, los servicios básicos, los alquileres suben, pero sus ingresos no lo hacen. La realidad es que quienes viven de su salario están cada vez peor y esto no pareciera que fuera a cambiar en el corto o mediano plazo. Los trabajadores hoy en día se enfrentan a una realidad laboral complicada, trabajos cada vez menos formales, con poca estabilidad, con menos beneficios. El mercado laboral al que nos enfrentamos nos ofrece cada vez menos, las oportunidades de que un trabajo alcance para llevar una vida digna son escasas. Los políticos de todos los colores le dicen a quienes trabajan que frente a la difícil situación económica y social tienen que ser solidarios, sacrificar salario para que, supuestamente, la economía marche, dar de sus impuestos para mantener personas que no están dispuestas a trabajar y darle además a los empresarios que están atravesando -según ellos mismos- una difícil situación.
Pero ¿quién habla por los trabajadores? Hoy en los medios de comunicación, en la escena política, nadie pone sobre la mesa la situación de los mismos. Incluso, lamentablemente, las organizaciones que supuestamente representan a los trabajadores, como el PIT-CNT y muchos sindicatos, por un lado, han acordado compromisos públicos donde están dispuestos a asumir una pérdida de salario, asegurando la paz social a los empresarios, y por otro, vienen imponiendo que determinadas iniciativas políticas ajenas a lo que les urge a los trabajadores sean centrales.
Hoy la clase trabajadora no tiene una representación consolidada en la sociedad y la misma no se expresa de manera independiente frente a los problemas que viene sufriendo. Y quienes dicen hablar en nombre de ella, sea el PIT-CNT, sindicatos o partidos que se presentan como de izquierda, en su gran mayoría no defienden los intereses específicos de los trabajadores, presentes y futuros, sino que una y otra vez buscan poner a los mismos en la cola de partidos políticos con fines electorales.
La sombra de Protágoras por Fernando Pioli
El hombre es la medida de todas las cosas, habría dicho Protágoras. Según la interpretación clásica, heredera de Platón, esta sentencia defiende el relativismo cultural. La insistente tendencia de los sofistas a impartir sus enseñanzas en distintas ciudades les habría alertado sobre lo endeble, efímera y maleable que es la moralidad humana. Lo que en una ciudad es legal en la otra es ilegal, lo que una ciudad considera honroso la otra lo considera despreciable. También podría decirse, siguiendo este criterio que lo que una ciudad considera rico es considerado por otra como pobre.
El afán de medir la pobreza se encuentra con un peligroso escollo, la opinión humana. Es por eso que la tarea estadística de medir la pobreza (o cualquier cosa que la estadística mida) se basa inevitablemente en un prejuicio caprichoso. Es quizás inevitable (y probablemente deseable) que, en definitiva, si se quiere medir algo que sirva para algo haya que alejarse lo más posible del sentido común. El sentido común es un consenso precario sobre lo que debemos aceptar como verdadero, y sus vaivenes van de la mano de las corrientes y tormentas que el intercambio de ideas genera.
Lo que ocurre, es que debemos ser conscientes de que un análisis estadístico sobre la pobreza, y dónde debe estar la línea que la define, para que efectivamente funcione, no debe tener nada que ver con nuestras expectativas ni con nuestros intereses. Ese es el mejor modo de evitar que el cálculo se contamine.
No es extraño en este contexto que lo que con fines estadísticos se define como alejado de la pobreza, en nuestra vivencia nos parezca demasiado cercano a ella. Es así que nos resultará ofensivo (porque lo es) cuando se nos sugiere que para salir de la pobreza alcanzan $16000. Nuestro sentido común se resiste a aceptarlo, y lo bien que hace. Pero recordemos, a la estadística no le interesa el sentido común.
Es por esto que para discutir cuestiones relativas a la pobreza, o la indigencia, los números fríos son solo una parte miserable de la realidad. Así como nos parecen miserables $2400 de una canasta del MIDES para gente que carece de lo imprescindible.
De modo que cuando se nos diga que se deja atrás la pobreza pidamos siempre un poco más que la pobreza estadística, pidamos superar la pobreza del sentido común por más endeble, efímero y maleable que este sea. Porque en definitiva, es lo que nos hace humanos.
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