De aquellos cuentos infantiles a hoy por Cristina Morán
Aunque tal vez no sea necesario decirlo pertenezco a una generación que transcurrió su infancia escuchando y luego leyendo las narraciones que personas grandes escribían para los niños. Así una fue familiarizándose con los ogros, con caperucita roja, con el lobo, con los bosques, con animales y lugares que desconocíamos pero que solían despertar algo de lo cual luego es difícil deshacerse: el miedo. A pesar de ser uno de los cuentos más conocidos de Perrault, Walt Disney nunca lo llevó al cine tal vez porque el mensaje “moralizante” de Perrault era demasiado agresivo y él, Disney, prefirió a Blanca Nieves o a El gato con botas o La Cenicienta. El autor con la historia de Caperucita pretendió advertir a las niñas sobre el peligro de encuentros con desconocidos por eso este es el único cuento donde no hay botas de siete leguas, ni madrina, ni varita mágica. Son solo dos personajes: la niña y el lobo. En la versión más cruel de Perrault referida a esta historia el autor va más allá de las preguntas de la nena con “caperusa” color rojo y las respuestas del lobo-abuela: “que ojos tan grandes que tienes” (para mirarte mejor) “que dientes tan grandes que tienes” (¡para comerte mejor!) y es cuando en la versión moralizante y cruel de Perrault el lobo se come a la inocente niña o sea lo que ya había hecho con la abuela. “Caperucita roja” es un cuento que en la versión ya mencionada con la firma de Perrault se publicó en 1697. Del cuento a la realidad no hay distancia: los lobos ya no se disfrazan de abuelitas buenas, sino que suelen ser hombres, varones muy bien vestidos con estudios y títulos ganados por su capacidad intelectual (¿la moral no se tiene en cuenta o “lo otro” llega más tarde?) con automóviles importantes o de alta gama, con dinero y buena labia para convencer y entusiasmar a la adolescente que más tarde o más temprano será ganada para entrar en el negocio de la prostitución. El “lobo-abuela-hombre pervertido” fue y es una realidad de la que, como sociedad, no escapamos lo que no quita continuar la lucha, sin pensar en aflojar o bajar los brazos porque estos lobos hambrientos no lo hacen si no que por el contrario están firmes en la caza de las próximas víctimas. Otros, por ejemplo, se disfrazan de policías y entonces pasan a ser “lobos- policía” que haciendo abuso de poder arremeten contra un hombre y para demostrar su fuerza y su autoridad matan con un balazo al perro “Compa” obligando al dueño a presenciar su agonía y al marcharse, la supuesta advertencia (¿amenaza?): “El próximo sos vos”. Hoy para mi es lunes y estoy enterándome del asesinato de otra mujer: Alison la joven madre de una niña de tres años que había desaparecido de la casa de sus padres en Canelones. Otro femicidio. Fuerte y dramática noticia. inocente que queda sin madre. Para escribir sobre Caperucita, el lobo y Perrault me remití al “tío” Google y para escuchar una vez más la deformación del idioma español me detuve en “Polémica en el bar”. Allí un destacado invitado haciendo uso de la palabra finalizó su participación (y ahí fue cuando me estrené caminando por las paredes) o sea en el mismo momento que lo escuché diciendo muy convencido “concluyentemente” que deduje se refería a algo así como “en conclusión”. Reaccioné y consulté el DRAE (¡por aquellas viejas dudas!) y debo decirle a ese invitado que “concluyentemente” NO existe. Esto lo sumo a otro ataque idiomático llevado a cabo por el ministro del Interior en relación a aquella solicitud de residencia por parte de Susana Giménez y que ante la pregunta de un periodista sobre si se le había brindado “apoyo” a la popular artista argentina, el, (el ministro) respondió: no hubo ningún “excepcionamiento” en lugar de algo tan fácil como “no hubo ninguna excepción”. Señores: el idioma español es muy rico: no necesita de esas “ayudas” y ustedes, por sí o por no, son referentes. Es todo. Hasta la próxima. Que seas feliz. Ahora y siempre.
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