¿De que marca de auto es el país? por R.R. Guintaras

Acabamos de disfrutar de otra notable muestra de los análisis políticos en nuestro país, ese que fantaseamos pero a veces es real. Semanas atrás, allí donde legislan, en un arranque de originalidad, el Agro-Senador sostuvo que Uruguay era una Ferrari; como no podía ser menos, desde las tiendas opuestas gubernistas, el Abogado Mayor aceptó la imagen pero para retrucar que el país-automóvil estaba chocado y averiado. Durante esos días, los contendientes políticos coincidieron en asumir que el país era un auto, y entre ellos se deleitaron con una Ferrari, para discutir si estaba descangayada o en su mejor condición.

Todo eso dice mucho sobre cómo piensan los políticos, y más allá de ellos, también dice sobre la capacidad o incapacidad de periodistas o analistas para evitar esas simplificaciones o simplemente quedar atrapadas en ellas. Reducir una sociedad o país a una máquina no expresa ninguna novedad. No deja de ser una continuación de las ideas de René Descartes, quien estaba convencido que el mundo era como un reloj, y que una vez que se conocían sus piezas y mecanismos todo podía ser predicho y controlado. Lo que acaba de ocurrir en Uruguay no es muy distinto, aunque cambiaron el reloj por la imagen de un auto, una máquina más compleja. Se hubiera esperado un poco más de originalidad.

Las llanuras suavemente onduladas fueron reemplazadas por conjuntos de engranajes y poleas, pistones y válvulas. Coincidiendo en la imagen discrepaban en detalles. Entre los aliados del Agro-Senador les divertía que el país fuera una Ferrari, pero dentro de su mismo partido enseguida aparecieron los que preferían que fuera un Lamborghini; después se sumaron los coalicionistas, sumándose otras variedades, con muchas preferencias por los Mercedes Benz.

La discusión se multiplicó. La academia se plantó firme, ya que la Asociación de Motoristas Universitarios cuestionó al Agro-Senador, reclamando que el país debía ser mucho más que una Ferrari, o cualquier otro modelo de los llamados “super autos”. Insistieron en que el objetivo de la política nacional debería apuntar a convertirnos en uno de esos llamados “hiper-autos”, como el McLaren F-1, con motores muy poderosos y repletos de detalles para ostentar riqueza. Buena parte de los modelos Ferrari están en la franja del medio millón de dólares, y por ello no son competencia con el promedio de 16 millones de dólares del McLaren F-1.

Toda esa cháchara sobre motores fue rechazada por el Colectivo Político Feminista. Ellas rechazaron la idea de Uruguay-Ferrari, porque saben que ese tipo de auto, y sobre todo si es rojo, casi siempre es una manía de varones, veteranos, que se acaban de separar, y se ilusionan con regresar a una adolescencia.

Toda esta situación me resulta muy incómoda. En mi caso hubiera esperado que el Agro-Senador, fiel a sus raíces, describiera al país con una metáfora más rural. Uruguay podría ser, por ejemplo, un toro Hereford, enorme, gordo, con esos ojitos brillando entre los rulos blancos de su frente. Esa imagen, atada al terruño y a la economía nacional, hubiese sido mas apropiada para abordar el funcionamiento del país, donde las máquinas y las fábricas son pocas, pero los ganados, los eucaliptos y la soja abundan.

Reconozcamos que una metáfora puede ser útil para difundir una idea, y a veces potente para desencadenar emociones. Pero al mismo tiempo pueden ser un atajo para ocultar la ignorancia, el simplismo y el dogmatismo. Si poco se sabe de la economía nacional, es más fácil decir que es una Ferrari, sin explicar las razones por las cuales el gobierno que salió, por ejemplo, dejó cuentas impagas, movió unos casilleros en los Excel para mejorar sus indicadores, o firmó contratos pesados en sus últimos suspiros.

Lo preocupante en el país imaginado es que los políticos, y muchos otros, caen en esas simplificaciones, debatiendo si la Ferrari estaba mas o menos destartalada, mientras que los problemas reales, que no pueden reducirse a ese tipo de metáforas, siguen su marcha. Es que los países son mucho mas complicados que un motor, ni pueden reducirse a piezas mecánicas o combustibles. Eso es lo que decía don Walter, el mecánico del barrio, ya que así como sabe de motores también comprende que lo que ocurre en el país es totalmente diferente. Es por esa razón que en su taller, cuando oía en la radio a los que hablaban del país-automóvil no dejaba de reírse.

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