El 24 de abril de 1990, la NASA pone en órbita, asociada a la ESA, Agencia Espacial Europea, un súper telescopio, lo que les permitió un inmenso récord en la exploración del universo. El telescopio detectó una estrella nacida mil millones de años con posterioridad al Big Bang. Se trataba de la estrella más lejana vista por el Hombre. El Hubble ha cubierto la exploración estelar más lejana durante los últimos 32 años. La estrella, entonces bautizada “Earendel” (Estrella de la mañana, en inglés antiguo), existió cuando el Universo tenía el 30% de la edad que tiene en la actualidad. Su luz tardó 13 mil millones de años en llegar a nosotros. Brian Welch, uno de los astrónomos que trabajaron en la imagen de Earendel, afirmó: “Estudiar Earendel será una ventana a una era del universo con la que no estamos familiarizados, pero que condujo a todo lo que conocemos. Es como si hubiéramos estado leyendo un libro muy interesante, pero comenzamos con el segundo capítulo, y ahora tendremos la oportunidad de ver cómo comenzó todo”.
El Hubble vino a superar todos los sistemas de observación establecidos en la Tierra, fue un paso más, un gran paso.
El 25 de diciembre de 2021, la ESA, NASA y la Agencia Espacial Canadiense, con la colaboración de otros 14 países, pusieron en una órbita lejana, el telescopio que sustituirá al Hubble y el Spitzer. Este súper telescopio es un prodigio de la ciencia y la tecnología espacial. La sola puesta en su lugar definitivo, y el despliegue de los espejos que reproducirán y amplificarán la luz espacial, ha sido de tal complejidad, que parece imposible superar sus prestaciones en otro nuevo telescopio.
Pero al mismo tiempo que el James Webb, la NASA, en colaboración con la Agencia Espacial Italiana, ponían en órbita el IXPE, un telescopio, colocado a 600 kilómetros de la Tierra, que fue construido con la finalidad de contrastar los rayos X recibidos, con la otra información recibida por otros telescopios, y conseguir información que escapa a la información óptica.
Volviendo al James Webb, este prodigio fue trasladado a 1.5 millones de kilómetros de la Tierra, en un punto llamado Lagrange 2, que orbitará alrededor del sol, permaneciendo siempre a la sombra de la Tierra. No sólo el plegado de los enormes espejos, y su depliegue al llegar a su destino ha sido una hazaña tecnológica, sino, también, la fijación a esa órbita que será protegida por la sombra de nuestro planeta. Casi que la primera misión que los científicos le asignaron al James Webb fue dirigir su mirada a “Earendel”, aquella estrella, ya muerta, que captó el Hubble, testigo del Espacio primitivo. Hoy, Earandel brilla más que cuando la descubrió el Hubble, pero es el punto de partida para ir más allá, en busca de lo que había antes de la creación del Universo.
Toda esta información nos ayuda a comprender y conocer mejor lo que hay más allá de nuestra vista. Llevado a términos prácticos, nos va a permitir crear un sistema de alerta de posibles colisiones, porque en el caso de tener un impacto con algún asteroide similar al que hizo desaparecer a los dinosaurios todo se apagaría, la historia humana, la civilización, nuestras familias, lo que hicimos, lo que más queremos.
Estos esfuerzos de colaboración internacional empiezan a tener un enemigo inesperado: el propio ser humano.
Recientemente, Rusia ha hecho saber que abandonará la actual Estación Espacial Internacional, que comparte con Estados Unidos y otros países, que se han sumado a los socios originales. La empresa Roscosmos, no ha notificado oficialmente su decisión, pero, evidentemente, la invasión de Ucrania por parte de Rusia puso un freno inesperado a todo lo que se venía haciendo de forma conjunta entre las dos grandes potencias, y una serie de países que aportan conocimiento y fondos para su mantenimiento. Pero, todavía, hay otro enemigo oculto en esta amenaza: el deterioro acelerado del medio ambiente, agravado, en este momento, por la guerra, y el distanciamiento entre países clave, cuando todo hacía parecer que las posiciones se habían acercado.
Atrás de la guerra, inclusive, hay otro actor al que poco le importa que los glaciares se disuelvan, o que la selva amazónica se vuelva un desierto: la ambición por ganar la carrera de los materiales fundamentales para la industria del futuro, como el litio, el coltán, y las llamadas “tierras raras”.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha venido a poner todo en duda, incluyendo la seguridad de las actuales centrales atómicas para la producción de electricidad. La autoridad de la ONU se muestra débil para frenar esta amenaza. La central de Zaporiyia, en Ucrania, la más grande de Europa, está siendo operada por técnicos ucranianos. Si uno de esos misiles dirigidos a amedrentar a los que la están operando erra la trayectoria y da contra uno de los reactores, el accidente de Chernobyl, será apenas una muestra de lo que podría pasar.
Si esto sigue en la actual escalada de agresiones poco podremos influir para que cambie, hasta que tengamos que elegir de qué lado estamos. No nos engañemos, ninguno de los bandos ignora el daño que pueden hacer, y están haciendo, a millones de seres inocentes, que sólo quieren trabajar, educar a sus hijos, y vivir en un lugar pacífico. Eso fue América para los países europeos en guerra. Un accidente nuclear hará que nada sirva, porque nada tendrá ya futuro.
Somos lo que, también, hemos construido como proyecto social, y fuera de este planeta sólo puede haber una vida solitaria, dura y melancólica, para unos pocos cientos de humanos que puedan encontrar un lugar en esa nueva Arca de Noé. El Secretario General de la ONU dijo, pocos días atrás: “Estamos a un error de cálculo de la aniquilación nuclear”. Así de claro y de crudo nos lo ha dicho el máximo responsable de la organización que la humanidad creó para fijar políticas de convivencia entre países distintos. No puede desatar la alarma sobre un tema tan decisivo para nuestra supervivencia sobre la Tierra de no tener la información que le permita afirmarlo tan categóricamente.
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