Desafuero: ¿Quién ganó y quién perdió?
Casi catorce horas de debate en la cámara de senadores para llegar a lo que se sabía de antemano, no se votó el desafuero al senador Guido Manini Ríos. ¿Qué análisis hace del resultado? ¿Primó lo político por encima de lo jurídico? ¿Se desprestigia Manini por no cumplir con su palabra? ¿Fue una concesión para no romper la coalición? ¿Seguirá condicionado para mantenerla? ¿Paga el partido Nacional un costo político? ¿La votación divida es una prueba de la fractura del partido Colorado? ¿La izquierda capitalizó este hecho político? ¿Era importante este evento para la ciudadanía? ¿Debe eliminarse o modificarse el instituto de los fueros?
Maquiavelo vigente por Isabel Viana
En el juego político hay ganadores y perdedores individuales, partidarios, sectoriales, en la colectividad nacional toda. En esta circunstancia, hemos perdido todos, con cartas descubiertas, al prevalecer el juego de poder sobre la justicia.
Está vigente que el fin justifica los medios para los gobernantes y los implicados en juegos de poder.
Ha primado la retención del poder en la izquierda y en la derecha, por sobre los valores que creíamos compartir como sociedad.
Se ha privilegiado la injusticia ante el riesgo de ruptura o desequilibrio de la coalición de gobierno actual. Los gobiernos anteriores, protagonistas de los hechos, no hicieron lo que debían y disimulan mal sus reiteradas connivencias con los militares responsables (por acción directa o por situación jerárquica) de delitos de lesa humanidad.
Se ha puesto en duda públicamente la probidad de los fiscales.
Se han puesto en evidencia descarnadamente maniobras y acuerdos del pasado y del presente, antes ocultos o disimulados.
En un “lavado de manos” generalizado, se busca descargar responsabilidades en un Ministro fallecido, que obviamente no puede defenderse.
Pesan, duelen los argumentos de “yo no sabía”, “firmé sin mirar”, “los documentos no estaban”.
Se ha señalado que el honor del ejército se violó por no respetar la palabra empeñada, en el caso Gilberto Vázquez. Ahora Manini, Senador de la República, falta al compromiso reiterado durante la campaña electoral de no escudarse en fueros, faltando sin pudor a la palabra empeñada.
Por una vez se corrieron los velos, por parte de todos los involucrados en la actividad política. Se describieron abstenciones de actuar y se expresaron sentimientos. Un punto culminante fue la atribución de odio como motivación de las acciones de las madres y familiares de detenidos desaparecidos, por parte Manini Ríos.
Lo ocurrido ha mostrado tantas bajezas que sólo cabe sentir dolor por el país, ante las cobardías, artimañas y carencias de valores que han pautado nuestra vida política respecto al cierre del negrísimo período de la dictadura.
Siento como mío el dolor de quienes no saben del destino de los suyos. Es mío también el dolor y la vergüenza ante las transacciones de quienes, de un lado y de otro, han contribuido al ocultamiento y al silencio.
Pistas para la estrategia por Roberto Elissalde
La protección que brindaron el Partido Nacional y el Colorado al general retirado Guido Manini Ríos es reveladora de la fina capa de hielo que por ahora permite a la coalición patinar sobre las diferencias pero que en cualquier momento puede astillarse en mil pedazos y desaparecer en el agua fría.
Si seguimos la metáfora de las familias ideológicas, podemos imaginar que la familia Lacalle y la familia Sanguinetti idearon, hace muchos años, una estrategia para desplazar a la izquierda del gobierno y mucho más del poder. El primer paso fue la reforma constitucional de 1996 que, incluyendo algunos cambios reclamados por la izquierda, le imponía a ésta el obstáculo del balotaje. Esta prueba extra le impidió al Frente Amplio (FA) llegar al gobierno en 1999, pero no pudo impedirlo tras la catástrofe de 2002 y ni el balotaje impidió a Tabaré Vázquez ganar las elecciones en 2004.
Las dos familias de la derecha, con lazos de sangre y de intereses comunes intentó en 2014 la Concertación, que fracasó. El surgimiento de Cabildo Abierto (CA) en 2018 fue un nuevo dolor de cabeza, pero la lógica del balotaje llevó al partido de Manini y Guillermo Domenench a estar obligado a sumarse a la estrategia de Sanguinetti (cerebro, pero socio minoritario de la coalición de familias).
El delito del ex comandante en jefe, que debería estar en manos de la justicia, quedó en manos de los socios mayores, que tuvieron que tomar una decisión estratégica. Si Manini era desaforado y eventualmente formalizado por la justicia, seguramente CA tuviera que implementar una estrategia propia por fuera del sistema, utilizando la victimización de su líder como bandera para acumular. Las bases que podría captar ya no son las del FA, sino la de los propios partidos tradicionales. Y si hubiera balotaje en 2024, tal vez las reglas de juego las pondría Manini y no las familias Lacalle y Sanguinetti.
Ya que es imposible someterlo o domesticarlo, resulta más barato protegerlo. Así Manini se mantiene en el Parlamento y se somete al desgaste natural de todo político y se ve obligado a jugar el juego de los antiguos dueños de la pelota. La idea es marcarle las reglas de juego, obligarlo a jugar en la cancha que más conocen y tratar de demostrar que los partidos fundacionales son quienes mejor representan los intereses del establishment.
No es un juego fácil. El propio discurso de blancos y colorados sobre la ruina e indefensión de los ciudadanos le abrió un escenario a CA. Mucha gente realmente cree que vivimos en el país con la nafta más cara del mundo, con el Estado más intervencionista, en manos de la delincuencia, con una policía maniatada y una justicia que defiende más los derechos de los criminales que los de sus víctimas. En algunos lugares resuena el grito de Renzo Teflón, vocalista de Los Tontos, allá por 1985: “¡Ponga orden, Manini!”, aludiendo al tío de Guido, don Carlos, que fue ministro del Interior del primer gobierno de Julio Sanguinetti.
Guido quiere responder al llamado de Renzo, pero la protección de las familias tradicionales se convierte en un manto que tanto lo protege como lo limita. Su idea es llegar a la presidencia, como un tipo limpio de las tranzas de “los políticos”. Pero sus protectores de hoy quieren obligarlo a lo contrario: a participar en todas y cada una de las transacciones propias de la política parlamentaria, de la “política burguesa”. “Sin ser por el lado del golpe de Estado”, parecen decirle, “el juego se juega así”. No es un favor el que le hacen. Justo a él, parece que quieren camuflarlo de político. No en vano estas políticas han gobernado casi toda la vida independiente del país.
Bajo la apariencia de haberse salvado, Guido se tragó el primer sapo servido por su familia ideológica.
Sin novedad en el frente por Leo Pintos
Elena Ferrante nos dice en su novela «La niña perdida» que «las leyes funcionan con quien las teme, pero no con quien las viola». Ese es el mensaje que cualquier persona despojada de todo partidarismo político extrae del caso Guido Manini Ríos. Y el absoluto respaldo al general por parte de los otros partidos de la coalición de derecha solo tiene dos explicaciones posibles; o son cómplices en el proceder del general Guido Manini o son víctimas de algún tipo de extorsión en torno a los apoyos políticos al gobierno. Y cualquiera de las dos opciones son síntomas de un sistema éticamente enfermo.
Han transcurrido 35 años desde el final de la dictadura y el Uruguay no ha sido capaz de dar vuelta la página, sencillamente porque fue arrancada. Cierto grado de revisionismo histórico es posible y sano, pues permite echar luz sobre algunos acontecimientos que se tiende a dar por ciertos. Sin embargo, hoy existe una suerte de campaña publicitaria de reivindicación de prácticas fascistas sin ningún tipo de pudor por parte de gente medianamente popular, que es como para ponerse en alerta. Así es que día sí, y otro también, la sociedad ha normalizado frases del estilo «mano dura», «se acabó el recreo», «la autoridad se respeta». Frases con un tufillo autoritario y amenazador, que se parecen demasiado al «algo habrá hecho». Y la sesión del senado que abordó el pedido de desafuero del Senador Guido Manini nos dejó otra perlita para ese collar de declaraciones infelices, y cuándo no, fue el senador Guillermo Domenech el que dijo «yo creo en Dios, no en la justicia». Una declaración que, en otro contexto, en otro ámbito y con personas menos importantes, simplemente quedaría en el anecdotario jocoso, pero creo que no nos damos cuenta de lo peligroso que es normalizar este tipo de discurso. Sucede que ya no lo dice el ignorante del barrio, lo dice un Senador de la República en un ámbito donde se supone deben exponerse los mayores ejemplos de intelecto y responsabilidad. Porque ya no disimulan su ataque a la independencia del Poder Judicial, ahora lo justifican. Un peligro para cualquier democracia.
Pero lo más destacable del no desafuero del líder de Cabildo Abierto es que significó un “sincericidio” brutal. En efecto, el out sider que se autoproclamó como el regenerador de la democracia, que construyó una imagen a partir de un discurso enemigo de la forma tradicional de hacer política, tuvo su estreno parlamentario de la manera tradicional, haciendo justamente lo contrario de lo dicho en campaña, huyendo de la Justicia y amparándose en sus fueros por algo que sucedió antes de ser –ya no legislador- sino antes mismo de ser político. Y esto debiera transformarse en una debilidad para el general que la oposición debiera capitalizar. Pero claro, cuando quienes deben afrontar la tarea de dejar en evidencia esta patética maniobra, que pone lo político por encima de lo jurídico, estiman que la mejor manera de hacerlo es ponerse una camiseta de “desafuero o complicidad”, uno comprende que el general no tiene quien le incomode.
Pacto de silencio cívico militar por Andrés Copelmayer
Desde el retorno de la democracia en 1985 ningún gobierno pudo quebrar el pacto de silencio militar sobre el asesinato y desaparición forzada de 192 ciudadanos uruguayos. Sanguinetti y Lacalle Herrera ni siquiera lo intentaron. Batlle, Mujica y Vázquez quisieron y no pudieron o acordaron no profundizar. Entre 2005 y 2019 se encontraron los restos de apenas 5 de los desaparecidos. En todos los casos la información para encontrarlos no provino de los mandos militares en función. Todos los Comandantes en Jefe, se apegaron al guión de los gorilas golpistas del Centro Militar que inventaron la supuestamente extraoficial “Operación Zanahoria”, para justificar que nunca se podría saber donde están. En los 5 casos de restos de desaparecidos que pudieron ser encontrados, la información provino de fuentes anónimas. Testimonios de personas allegadas a las FFAA homicidas, sin mayor o ningún rango, que horrorizadas por los atroces actos cometidos en dictadura lograron romper mínimamente el blindaje al ignominioso silencio asesino cívico militar.
En el marco de los resultados de la última elección nacional, no sorprende que la gran mayoría de la coalición respaldase no quitar los fueros a Manini acusado de encubrir la confesión de Gavazzo sobre su participación en el asesinato y desaparición forzada de Roberto Gomensoro en 1973 cuyo cuerpo apareció en las aguas del Río Negro siendo identificado como tal recién muchos años después.
Lamentablemente son muchos los uruguayos de todas las generaciones, persuadidos que urge dar vuelta definitivamente la página de los crímenes de lesa humanidad cometidos por de la dictadura cívico militar. El resultado de la elección demuestra que existe un gran porcentaje de la ciudadanía a los que les importa más que el estado garantice orden, seguridad personal y familiar, y la custodia de la propiedad privada, mucho antes que dedicar recursos a encontrar los restos de los desaparecidos.
El Semanario Voces, que necesita y merece nuestro apoyo solidario para seguir dándole voz y espacio a los pensamientos divergentes, nos pregunta quien ganó y quien perdió con el no desafuero de Manini. Ganó el partido militar y la doctrina de la seguridad nacional versión 4.0. Ganó la necesidad de consolidar y perpetuar en el tiempo una coalición de derecha que ha logrado sintonizar con el malestar de las clases medias y altas, que creen que vivirán mejor si el gobierno valora la meritocracia y se despoja del peso del estado. Ganó el tridente Lacalle Pou, Sanguinetti y Manini que afianzó aún más su liderazgo político. Perdieron, una vez más, los familiares de desaparecidos que ven como sellan a fueros el pacto de silencio. Familiares que con infinita tristeza se siguen muriendo sin tener el derecho básico de poder enterrar a sus seres queridos. Perdió la república, desdibujada porque ya no hay causas de interés nacional que no estén corroídas por los intereses y las contingencias político partidarias. Perdió la democracia por el disparatario que se escuchó en la sesión del Senado. Perdió el Frente Amplio que aún con cientos de justificados fundamentos para pedir el desafuero de Manini, no tuvo la humildad de reconocer que en 15 años de gobierno no logró romper el pacto de silencio ni reconocer que muchos de sus dirigentes parieron políticamente al cabildante encubridor. Espero que hayan ganado los jóvenes de todos los colores y que sientan que son la única esperanza para dar la lucha por un futuro con memoria y sin olvidos.
Hoy como ayer, un mismo parlamento garante de la impunidad por Lucía Siola
El resultado (previsible, por cierto) de la negativa parlamentaria al desafuero del ex Comandante en Jefe del Ejército y líder de Cabildo Abierto Manini Ríos constituye una nueva perla en el extenso collar de la impunidad en nuestro país. La particularidad de esta oportunidad se relaciona a la aceptación alevosa del arco político derechista que compone la coalición multicolor, de la complicidad y el encubrimiento evidente de los mandos militares en ejercicio con los crímenes de la dictadura. Si bien esa posición política no constituyó ninguna novedad en la trayectoria nacionalista y colorada respecto al tema, la resolución contrarió el discurso demagógico de transparencia en la gestión que el gobierno ha pretendido desarrollar para justificar sus políticas abiertamente patronales. Por otro lado, la coalición gobernante apareció como la responsable de obstruir el desarrollo de la justicia, generando un choque entre los poderes del Estado. La posición de Ciudadanos acompañando el desafuero dio cuenta por un lado de la presión que se suscitó en el arco político gobernante, y por el otro de la crisis intestina que recorre al Partido Colorado. También y más importante evidencia una vez más la fragilidad de la coalición derechista gobernante.
La oposición frenteamplista por su parte montó una campaña no exenta de hipocresía, con una orientación más electoralista que de movilización popular, que se resumió en la consigna “desafuero o complicidad”. Así, pretendió ocultar su propia responsabilidad y complicidad con el mantenimiento de la impunidad, y fundamentalmente ocultar que fue ella misma quién promovió al propio Manini como comandante en Jefe del Ejército, y pactó con los militares, promoviendo el punto final.
El episodio de la negativa al desafuero es significativo, pues más allá del circo parlamentario, volvió a dejar en evidencia que lo que existe en Uruguay es un régimen de impunidad sostenido y alimentado por todos los partidos que gobernaron, desde la derecha hasta la izquierda frentepopulista y democratizante. La tarea de la hora, es terminar con este régimen, algo que sólo será posible si retomamos la movilización y la lucha en las calles de forma independiente, poniendo en pie un movimiento masivo y activo en defensa de los derechos humanos, contra la impunidad de ayer y la de hoy, por el juicio y castigo a todos los culpables.
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