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Dos improntas de cohesión para la gestión por Ernesto Kreimerman

Dos improntas de cohesión para la gestión  por Ernesto Kreimerman
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Todo actividad, pero especialmente la que pretende transformar la realidad, en el ámbito que se aspire a mejorarla, requiere de asegurarse cumplir con ciertas condiciones que son elementales. Por ejemplo; saber de dónde partimos a adónde se quiere llegar, contar con una fuerte unidad en pro de esos cambios, un plan de acción consensuado por los propios y los socios, y actuar con criterios compartidos, de unidad.
Dicho de manera más directa y clara: la unidad política es un concepto fundamental en la práctica política. Pero no hay una fórmula matemática o mecánica, una suerte de check list que la haga infalible. No, es más complicado. Para empezar, se trata de una combinación de elementos que se deben generar e interpretarlos momento a momento, para actuar de acuerdo con cada condicionante, cada desafío.
El primer desafío
Lo primero a considerar es que la política, a diferencia de otras adhesiones, son voluntarias y de expectativas, se abrazan por principios que ya estaban en las utopías de cada uno de los militantes y dirigentes, y se funden en espacios de convergencias, de búsquedas. Pero alcanzado cierto grado de desarrollo dentro de la organización política, se va transformando en una forma de vida, que es más que un trabajo pues se ha transformado en una actividad de tiempo completo, que debe proveer recursos para satisfacer las necesidades económicas de la organización, en particular del partido, así como de sus dirigentes y funcionarios. A estas dos categorías, dirigentes y funcionarios, es necesario fijarles parámetros, rotaciones, incluso preestablecer fecha de caducidad para su renovación.
Dos interrupciones, 1933 y 1973, tuvo la vida democrática del país. En relación con la realidad continental, una excepción. Daniel Chasquetti y Daniel Buquet, en su trabajo “La democracia en Uruguay, una partidocracia de consenso”, destacan que la democratización en Uruguay coincide con la modernización del sistema de partidos y su configuración como un sistema partidario de tipo competitivo y destacan que “la democracia uruguaya es la más antigua y estable del continente y, tras el interregno militar (1973-1984), se encuentra plenamente consolidada”
La agudización de la crisis de los años cincuenta lleva al país a su primer crédito con el FMI en el año 1959. Fue el primer gobierno del Partido Nacional del siglo XX el que ensaya una serie de ajustes, y entre ellos, los contenidos en la carta de intención con el Fondo. Pero la crisis económica va agudizando la crisis política hasta llegar el golpe de estado.
El nacionalismo tenía a Wilson Ferreira Aldunate como líder principal y que desde la primera hora enfrentó el golpismo cívico militar. Al Frente Amplio, nacido en 1971, se consolida al tiempo que se foguea en aquellos días de resistencia. Comienza a gestarse una cercanía de nuevo tipo, que años más tarde daría lugar a la Convergencia Democrática.
Unir todo lo unible
El Frente Amplio, donde convergen las izquierdas y sectores escindidos de los partidos históricos, nace consciente de la necesidad de actuar con sentido unitario. No sólo era una necesidad vital, era además una condición para su desarrollo. Durante los años de la dictadura, con las tensiones conocidas, la izquierda logra mantenerse y generado una cultura de unidad, potenciada por el surgimiento de militantes frenteamplistas no sectorizados. Y para ello, fue adaptándose a un estilo y proceso de debate que requiere de tiempos, elaboración, y paciencia. Muy pocas veces, pero las hubo, las izquierdas del FA vivieron tensiones muy fuertes pero el rol de las bases, sectorizadas y no, pesaron para reencausar las decisiones.
Como lo señalan Chasquetti y Buquet en el referido trabajo “uno de los principales rasgos de la democracia uruguaya” tiene que ver con la “construcción de consenso”. Los autores destacan que “la democracia se estableció en Uruguay por consenso y la ingeniería institucional estableció la regla del consenso como fundamento básico de la convivencia democrática. Los dos quiebres institucionales del siglo XX (1933 y 1973) muy bien pueden atribuirse a la ruptura de ese consenso, así como las dos restauraciones democráticas (1942 y 1984) están fuertemente asociadas a su reconstrucción”.
Uruguay es, a su modo, “democracia de consenso”. Con “la peculiaridad uruguaya (que) consiste en que la tensión central que divide a su sociedad predemocrática es directamente el conflicto entre partidos”.
El concepto de una “democracia de consenso” asociado a la consociational democracy de Arend Lijphart (1989), tenía particularidades muy locales, que lo caracterizan. Por ejemplo, “la relativamente alta autonomía de la política en la historia uruguaya y la ausencia de actores capaces de imponer su hegemonía en el largo plazo constituyeron una condición que propició la exigencia del consenso en la ingeniería democrática”.
Con discurso o sin él
La democracia recuperada debió consolidarse en la medida que fue resolviendo desafíos muy duros. Vaya como ejemplo, recordar la Ley de Amnistía a militares, la apertura al mundo con sus consecuencias en la producción nacional y la crisis financiera, del modelo de país imperante aún por entonces. El prestigio de la democracia sobrevivió, aún con varios moretones, casos de corrupción política, en el sistema financiero.
La izquierda hace fuertes invocaciones a la unidad. La práctica y la denuncia; las bases se molestan cuando derrapa algún dirigente. Va casi como asociado al ADN de la coalición de izquierda. La unidad como parte del capital político de la organización. Tiene que ver con la construcción de las soluciones, de los tiempos, de los giros idiomáticos de los documentos y, por tanto, de la cultura de la organización.
Pero la otra mitad del espacio político, la coalición gobernante, ha hecho su propia experiencia renovada a estos tiempos, tras superar tres derrotas consecutivas y hoy con la expectativa de ir por más. La ingeniería de poder de la coalición de gobierno es una creación de este liderazgo, de una estructuración del ejecutivo de alta y rápida capacidad de resolución, apelando a un alto nivel de unidad o disciplinamiento, fundamental para el ejercicio de gobernar.
Más allá de la impronta de cada mitad, de dos improntas de cohesión para la gestión en claves propias, es una condición de sostenibilidad del sistema, vital para estos tiempos, donde por momentos todo parece volverse inmediato, cortoplacista.

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