En América Latina están en marcha cambios políticos que algunos observan con optimismo porque se interpretan como nuevos avances de los progresismos. Estos serían los casos de Gabriel Boric y sus seguidores en Chile y Gustavo Petro con el Pacto Histórico en Colombia, así como las expectativas de un triunfo de Lula da Silva en las próximas elecciones brasileñas. También son parte de ese conjunto progresista los actuales gobiernos en Argentina, Bolivia, México, Nicaragua y Venezuela (a los que algunos suman a Pedro Castillo en Perú).
Una primera observación muestra que este es un conjunto muy heterogéneo, por lo que resulta inadecuado asumir que exista un progresismo en singular, con unanimidades en cómo entender la política, la economía y el desarrollo. Se puede sumar como segunda observación que es igualmente difícil calificarlo esto como un “retorno” porque en unos países esto ocurre por primera vez (como lo ilustra Colombia), y en otros, la postura de las actuales administraciones es muy distinta de los progresismos de la década pasada (eso es evidente cuando se compara Alberto Fernández con Néstor Kirchner, o Luis Arce con Evo Morales).
Lo más destacado en esta diversidad progresista es que quedaron en evidencia dos perspectivas. Una corresponde a las declaraciones y el programa de gobierno de Gustavo Petro en Colombia, y la otra se resume en las reacciones de Lula da Silva desde Brasil. Atendiendo a la brevedad se los puede denominar como progresismo-P y progresismo-L, según esos dos exponentes.
En su discurso de victoria, Petro le propuso al progresismo latinoamericano “dejar de pensar la justicia social, la redistribución de la riqueza y el futuro sostenible sobre la base del petróleo, el carbón y el gas”. Esa idea no era nueva, ya que unos meses antes convocó a sus “aliados ideológicos”, como por ejemplo Lula da Silva, para unirse en una “gran coalición” para dejar atrás la dependencia petrolera y pasar a economías descarbonizadas (1). Es más, planteó detener nuevas concesiones petroleras y el fracking en Colombia, y esa meta se encuentra en su programa de gobierno. Agregó que su “gobierno será de transiciones, del extractivismo hacia la producción, del autoritarismo hacia la democracia, de la violencia hacia la paz”.
Si este progresismo-P se repitiera en otros países, sería como si Boric y su coalición sostuvieran que Chile debiera abandonar paulatinamente la dependencia de la minería para enfocarse en otros sectores productivos, o que, en Uruguay, surgiera un ala renovadora del Frente Amplio que comprendiera la necesidad de alternativas a las obsesiones con la soja y la celulosa.
Cuando a Lula da Silva se le preguntó sobre ese plan de Petro para despetrolizar las economías, respondió que era “irreal” para Brasil, y no sólo eso, sino que también lo era a nivel mundial (2). Afirmó que se debía continuar con el petróleo, y en su campaña asoma la intención de acentuar las explotaciones de hidrocarburos. Los dichos de Lula recibieron el apoyo del empresariado y reforzó su imagen de desarrollista juicioso y respetuoso del mercado. El plan de Petro, en cambio, recibió una catarata de críticas desde el poder económico dentro y fuera de Colombia.
Como puede verse, estamos ante dos concepciones políticas muy distintas. La reacción de Lula ilustra a los progresismos que defienden los extractivismos y las economías basados en ellos. Revelan otro componente clave en sus ideas: no habría alternativas posibles, y su mero planteo es “irreal”. Esta fue la postura que dominante en América Latina desde la década pasada (y que además se replicó en otros continentes, con el más claro ejemplo con Podemos en España). Se mantiene en los progresismos actuales, como lo muestran los apoyos y l liberalización de la explotación petrolera en Argentina bajo Alberto Fernández.
Los progresismos-L conciben que la explotación de recursos naturales y su inserción en la globalización exportándolos como materias primas, son indispensables e inevitables, y no hay alternativas viables. Se aceptan y defiende ese tipo de desarrollo asumiendo que los beneficios económicos superarían o justificarían sus impactos sociales y ambientales. Como esas prácticas provocan duras críticas e incluso resistencias ciudadanas, las respuestas estatales fueron defensivas y paulatinamente erosionaron la salvaguarda de derechos y debilitaron la democracia. Al contrario de la teoría, esos tipos de desarrollo no resolvieron la pobreza ni aseguraron la calidad de vida, aunque resultaron en una pérdida, por izquierda, de legitimidad política de los progresismos.
Los planteamientos de los progresismos-P no son nuevos, sino que reclamos similares se escuchan desde la década pasada. En efecto, existieron demandas por otro tipo de políticas económicas, por diversificar las acciones sociales más allá del asistencialismo y el consumismo, por proteger el ambiente, y por radicalizar la democracia asegurando todos los derechos. Eran reclamos que intentaban renovar a los progresismos por izquierda (entendiendo que izquierda y progresismo son regímenes políticos diferentes). Algunos cobraron enorme importancia, como fue en Ecuador la candidatura de Yaku Pérez, que reflejando esas miradas estuvo a muy poco de disputar un ballotage presidencial.
Lo novedoso es que esas dos perspectivas progresistas ya no pueden ignorarse porque fueron puestas en evidencia por un líder político que llegó a una presidencia. Calificarlas como propias de izquierdas infantiles o funcionales a la derecha, como hicieron repetidamente los progresismos convencionales, carece de sustento. Petro lo deja en claro señalando que la nueva línea de fractura está entre la “política de la vida”, que por ejemplo defiende el ambiente, y la “política de la muerte” basada en los combustibles fósiles.
En Uruguay el progresismo convencional fue hegemónico y marginó esos debates. Hoy, el Frente Amplio enfrenta la disyuntiva entre continuar siendo parte de los progresismos-L, o en cambio renovarse desde la izquierda, escuchando lo que ocurre dentro del país como en otras naciones, para así comprometerse con una política de la vida.
Notas
1. Gustavo Petro, que lidera encuestas en Colombia, busca crear frente antipetróleo, A. Jaramillo y O. Medina, Bloomberg, 14 de enero 2022.
2 Sorpresivamente, Lula da Silva dice que propuesta de Petro de detener exploración petrolera es “irreal”, Semana (Bogotá), 4 mayo 2022.
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