Ayer fue veintisiete de junio y la memoria anduvo haciendo de las suyas.
Cada uno de los que vivimos esa fecha tiene sus propios recuerdos y dolores.
Como escribiera Neruda: “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”
Pero lo que queda claro es que todos los protagonistas de otrora, de una forma u otra,
en el acierto o el error, buscábamos cambiar la situación de injusticia y desigualdad.
Muchos despreciamos la democracia burguesa imperante, considerándola una cascara vacía.
Del otro lado, otros tantos, la violaron sistemáticamente para defender privilegios de pocos.
Pero la gran mayoría, sin distinción de colores, luchamos codo a codo contra los totalitarios
para recuperar la república perdida, que aprendimos estaba en nuestro ADN nacional.
No es malo tener memoria, repudiar la impunidad y reclamar derechos humanos, lo
complicado es cuando convertimos esa lucha en una liturgia religiosa y en única razón de ser.
Los compañeros caídos luchaban por un mundo mejor pensando sobre todo en los gurises.
Los militantes políticos combatieron por un país mejor para todos los niños por nacer.
Los perseguidos y presos sufrieron por ser obreros de la construcción de la patria del futuro.
Y muchas veces mirando nuestra realidad sentimos que les fallamos mucho a todos ellos.
¿Dónde están los derechos de los pibes que pasan sin comer algunas veces al mes?
¿Qué solución les brindamos a los jóvenes adictos que no zafan de las drogas?
¿Es una vida decorosa la que tienen los indigentes o los que están en situación de calle?
¿Les ofrecemos soluciones a los adolescentes que abandonan sus estudios del liceo?
Podemos gastar tiempo y energía en recordar el terrorismo de Estado y la dictadura, repetir
mil veces la consigna: “los impunes de hoy son los golpistas de mañana” y el Nunca Más.
Pero si no apostamos en serio por los derechos humanos de las nuevas generaciones
corremos el riesgo de hipotecar el futuro de la patria y quedar anclados en el pasado.
Con estadísticas no cambiamos la realidad y no solo se trata de repartir beneficios o plata.
Si no generamos ciudadanía, lo único que logramos es una población de ávidos consumidores.
Y si cuarenta y cinco años es mucho, trece años y medio de gobierno no es poco, que va a ser.
Hemos escuchado a un viejo expresidente decir muchas veces con su fluida retórica:
“Queríamos cambiar el mundo y ahora me conformo con arreglar mi vereda”.
Lamento comunicarle, pero todavía tenemos un montón de baldosas flojas y rotas.
Alfredo García
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