Titulo esta reflexión y/o payada con un viejo refrán de mi infancia.
Cada vez que pedíamos algo, era común escuchar la pregunta en
la casa o en la escuela, ¿qué ofrecíamos a cambio del favor?
Así de a poco, aprendimos que nada viene de arriba, y que en
general, se valora mucho más lo que se hizo esperar un tiempo y
nos exigió algún tipo de esfuerzo o sacrificio para obtenerlo.
En otras palabras, la hago corta: aprendimos cultura de trabajo.
O como se dice hoy en día en marketing: “No hay almuerzos gratis”
También, por otras experiencias juveniles asimilamos que el aporte
individual sirve, pero los trabajos grupales rinden muchísimo más.
Los años de plomo nos enseñaron que la solidaridad es vital.
Y que sin perder identidad propia los colectivos son fundamentales.
Que los logros de uno, se festejan fuerte, como si fueran de todos.
Y que las derrotas coyunturales no significan el fracaso de un
proyecto, sino simplemente eso: una derrota. Y a seguir remando.
Encontramos que hay muchos que se suben al carro en las fáciles,
pero en cuanto se complica un poco la cosa, se pelan como un ajo.
Llegamos a sentir el dolor del compañero y a disfrutar su alegría.
Respetamos la experiencia y el conocimiento de los más veteranos.
Incorporamos valores que nos fueron marcando durante toda la vida
Y que como dice el poeta: “No te des por vencido, ni aun vencido”.
Qué increíble, releyendo estas líneas me percato, que tratando de
escribir sobre la vida, termino describiendo a la selección de futbol.
También a quien se le ocurre escribir sobre algo que no sea el
mundial, cuando estamos a pocas horas de que juegue la Celeste.
¡Fuerza muchachos!
Alfredo García