Podrán acusarme de ingenuo, pero yo creo que, si algo caracteriza
a la praxis de la izquierda, es la apuesta a los proyectos colectivos.
No niego el rol de los individuos, pero apunto a valores ideológicos
básicos compartidos por todos aquellos con ideales comunes.
Pero ninguna organización es inmune a que surjan arribistas que
priorizan sobre cualquier otra cosa, sus ambiciones personales.
Con inteligencia ingenieril y sin escrúpulos, planifican su accionar,
utilizando todos los métodos, recursos y alianzas para lograr sus
objetivos, llegando incluso a mentir sin problema, a cara de perro.
Logran impresionar incautos con su ejecutividad y don de mando.
Son capaces de radicalizar su discurso por réditos electorales.
Pero a la larga son nefastos para los propósitos de cambio social.
Por otro lado, están aquellas organizaciones que analizan la
coyuntura y se suben al carro de las tendencias que, con razón,
afloran en el seno de la sociedad, para ganar nuevos adeptos.
Abrazan causas que ignoraban olímpicamente en la antigüedad.
Aprovechan la fortaleza de su aparato para rodear a un posible
candidato, quien, sin su apoyo, carece de posibilidad alguna.
Apuestan a lograr posiciones de fuerza, cargos y jerarquías en una
futura administración, en el caso de que obtengan la victoria.
Se saben imprescindibles para que triunfe su elegido para competir.
Paradójicamente abandonan su histórico discurso de anteponer
programa y plan de gobierno antes que cualquier candidatura.
Eso sí, mantienen la coherencia de votaciones unánimes en los
organismos máximos de dirección interna, mano de yeso a full.
Son camaradas de ruta estratégica, pero no en el atajo táctico.
Cuanta falta hace un Vladimir Ilich del siglo XXI que escriba:
“La enfermedad madura del oportunismo en el comunismo”.
Alfredo García
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