La situación generada por las condiciones que se quisieron
imponer a una exhibición en el Teatro Solís abrió el debate.
No es la primera vez que se busca limitar la libre expresión ya sea
de un artista, de un carnavalero, de un comunicador o un humorista.
Agota escuchar el todos y todas, ellas y ellos y el los y las, etc.
No se puede decir gordos, negros, discapacitados o autistas a
riesgo de ser catalogados de seres cuasi medievales sin deconstruir
Campea la corrección política y se escracha sin asco a los herejes.
Se olvidan que cambiar el lenguaje, no transforma a la sociedad.
Solo genera bandos polarizados, “unos” y “otros”, barras bravas.
Algunos autores hablan de “la trampa de la diversidad” en la que ha
caído gran parte de la izquierda, priorizando la tribu a lo colectivo.
No ven la desigualdad material como la base de otras inequidades.
Se exageran las luchas identitarias y se margina a las multitudes.
De ahí surge la teoría de que la rebeldía se volvió de derecha.
Y fenómenos como Trump, Bolsonaro o ahora Milei lo confirman.
A nivel local, el poco apoyo electoral que obtuvo la “izquierda
cosmética”, muestra que la agenda de derechos no mueve la aguja.
Pero los fundamentalistas no se dan fácilmente por vencidos y la
Intendencia capitalina hoy es coto de caza de estos “illuminati”.
Algunas sueñan con convertirla en la isla de las Amazonas donde lo
masculino es un mal necesario, tanto así, como un daño colateral.
No recuerdan que la censura macartista o stalinista es despreciable.
La gente no precisa mesías y la diversidad no puede ser la excusa
para anteponer los intereses de las minorías frente al resto.
Una verdadera e inclusiva sociedad democrática se sostiene sobre
la capacidad de las personas de convivir con valores diferentes.
Alfredo García
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