Debe ser el confinamiento que me vuelve un viejo vinagre.
Pero miro la actividad política, sindical y empresarial y lo único que
resalta es la preocupación corporativa de cada uno por su situación.
La pelea y la defensa egoísta de sus privilegios a cualquier costo.
Sin entrar en la paranoia de la pandemia, para no irritar a Sarthou,
estamos viviendo un escenario sumamente difícil y muy complicado.
Y ver a funcionarios públicos reclamando por futuras pérdidas de
salarios cuando no han perdido un mango, reconozco que me irrita.
Presenciar debates por las cifras de delitos entre dirigentes políticos
del gobierno y la oposición, me parece una reverenda pelotudez.
Asistir al llanto de poderosísimos empresarios porque les baja su
tasa de retorno, en medio de esta crisis, me genera mucha bronca.
No se trata de pintar de negro la realidad, pero vamos a los bifes:
Hay ahora ochenta y cinco mil orientales en seguro de paro.
Ni queremos imaginar la cantidad de gente que anda en la lona.
¿No se vuelve imprescindible bajar la pelota al piso por un rato?
Hay que llegar a un acuerdo nacional, una especie de armisticio.
Es hora de ponernos de acuerdo en dos o tres urgencias y encarar
de forma conjunta como sociedad para buscar urgentes paliativos.
No puede haber un gurí que se vaya a dormir con la panza vacía.
No se debe permitir que ni un compatriota pase un día con hambre.
Hay que apostar a generar laburo para gente que está en la mala.
Hay urgencias colectivas que importan mucho más que las chacras.
Que sindicatos como el SUNCA o la FOEB logren convenios de
mediano plazo, nos están mostrando un camino posible a seguir.
¿Es imposible deponer durante un año los enfrentamientos?
Marcar el 2021 como un año de esfuerzo colectivo para que la
sociedad uruguaya trabaje para salir de este difícil trance.
Hacer realidad, aunque sea por un tiempo aquella vieja frase de:
A cada uno según su necesidad y de cada uno según su capacidad.
Hay que levantar la mirada y no buscarse la pelusa en el ombligo.
Alfredo García
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