El revuelo de esta semana lo armó el Ministerio del Interior.
Y todos vimos una instantánea y maravillosa metamorfosis.
Del “fascista” represor de la masacre del Filtro en aquel 1994, pasó
a ser el experimentado policía víctima del autoritarismo del Guapo.
Y Gustavo Leal de potencial ministro pasó a ser un simple vecino.
Muchos piensan que los ciudadanos nos comemos los mocos.
Analicemos un poco. La policía y las Fuerzas Armadas son
instituciones que nos guste o no funcionan en forma vertical.
Y los nuevos ministros de ambas carteras no vienen con
conocimiento de sus respectivas internas y algunos seguramente
pensaron que era posible jopearlos por su falta de experiencia.
En Defensa, Javier García marcó la cancha de entrada y el
verborrágico subsecretario pasó a cuarteles de invierno mediáticos
y debe andar zurciendo su paracaídas en algún rincón del ministerio
Larrañaga por su parte asumió el mando de un ministerio que criticó
duramente muchos años, y no es sencillo lidiar con la corporación
policial viniendo de afuera y más aún, con su estilo de liderazgo.
La destitución de Erode fue demostrar quién es el comisario del
pueblo, y que en el acierto o en el error tiene el bastón de mando.
Empezar a juzgar una gestión de ocho meses con los mismos
argumentos que se sufrieron antes, no habla bien de la oposición.
No hay zanja en la institucionalidad, y medir la eficacia de la
gestión por la cantidad de muertos demuestra frivolidad política.
Espero que aflojen los reiterados pataleos de niño malcriado que le
quitaron su juguete, del novel senador con apellido de confitería.
La seguridad es demasiado importante para que se vuelva un
certamen de medición peneana entre diversos actores políticos.
Y la experiencia acumulada debería ser utilizada más allá de quien
gobierne, porque nadie tiene la receta mágica para erradicar la
violencia, se llama Política de Estado, ¿les resulta conocido?
Apostemos al dialogo interpartidario, es imprescindible.
Alfredo García
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