Vivimos un tiempo de inmediatez y de rápidas reacciones ante la cambiante realidad.
Es fantástico como diversas autoridades y grupos de presión están siempre alertas.
Nada se les escapa y, cabalgando en las redes sociales, controlan cualquier exceso.
Ya sea un discriminador pizarrón cinematográfico en un boliche en Pocitos.
Como la crítica de un patricio blanco a un homenaje de ediles a la diversidad o
los comentarios cavernícolas de un diputado evangelista o de un vástago presidencial
La condena al “cocinero preguntón” que osa cuestionar las radios y la tele oficial.
O el ultraje salteño a la laicidad en un liceo de unas viejas antiabortistas retrógradas.
Las opiniones de un jerarca uniformado que seguro es nostálgico del pasado proceso.
Los modernos pretorianos observan, denuncian, escrachan y condenan cualquier forma de expresión políticamente incorrecta y si es de la derecha mucho más.
Pero no se crean que los “compas” se salvan de estos patovicas del lenguaje.
Dos cosas me preocupan de toda esta situación con los ejemplos mencionados.
En todos los casos se atacan opiniones -que no comparto en absoluto- incurriendo a mi criterio en una violación del supremo derecho humano de la libertad de expresión.
Los legionarios de la corrección política están absolutamente flechados para defender a muerte la agenda de nuevos derechos, cual si fuera las nuevas tablas de la ley .
Y muchas veces se omiten olímpicamente otros temas por considerarlos irrelevantes.
Lo peor del caso es que hay una especie de temor que sobrevuela la sociedad.
Nadie quiere arriesgar a decir lo que piensa por temor al escrache y la condena.
Estamos perdiendo la espontaneidad, la comunicación franca y hasta el humor.
Cualquier crítica puede ser etiquetada como machista, homofóbica o racista.
Y a las pruebas me remito, con motivo del homenaje que la Junta Departamental iba a realizar por los 25 años de la primer marcha de la diversidad, osé escribir en twitter: “Menos mal que lo ediles son honorarios, así nadie puede decir que están robando la plata cuando hacen este tipo de eventos. ¿No será mucho?”
¡Saltaron como pelota! Y sondearon si mi actitud no era discriminatoria.
Mi respuesta los apaciguó, pero confieso que no me dio la nafta para decir lo
que voy a decir ahora: “Fui a algunas de las primeras marchas de la diversidad y no eran muchos los heteros que se animaban a ir, entonces, había que ser muy macho”
¿Saben qué? Somos muchos que estamos hartos con la censura del lenguaje.
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