Home Reflexion Semanal ¿Educación en disputa?
0

¿Educación en disputa?

¿Educación en disputa?
0

Estamos asistiendo a una cierta escalada de protesta en torno a la reforma educativa que se manifiesta de diversas formas. Pintadas, ocupaciones, y hasta el ataque al auto de Robert Silva en el Cerro. El gobierno de la educación sigue adelante con su cronograma y define implementar cambios, como el más reciente de eliminar la repetición en los primeros años, o la instalación de las competencias. ¿Se lograrán cambios en la educación en este gobierno? ¿Son positivos los cambios propuestos o significarán un retroceso? ¿Son representativos los grupos que se oponen? ¿Es necesario más diálogo o no? ¿Se busca mercantilizar la enseñanza? ¿Están siendo manejados los gremios por interés partidarios? ¿Tenemos la educación que el país precisa?

Una transformación intergeneracional de la educación por Renato Opertti
La transformación de la educación y de los sistemas educativos ocupa un lugar creciente en la agenda mundial (UNESCO, 2022). La determinación, decisión, urgencia y profesionalidad de asumir la transformación a escala nacional va a configurar en gran medida las capacidades del país de forjar presentes y futuros mejores para las nuevas generaciones. Dejar de hacerlo es más o menos el equivalente en significación e implicancias a un acto de suicido colectivo cuya mayor responsabilidad recae primariamente en el sistema político.
El gobierno posiciona la transformación de la educación como uno de los temas centrales de su gestión. Ciertamente es un dato positivo y alentador. No nos olvidemos que todos los partidos políticos con representación parlamentaria previa a la elección nacional del 2019 habían expresado su voluntad de cambiar la educación en clave de política pública de largo aliento y asumiendo, con matices, la agenda que EDUY21, a través del documento “Primera versión. Libro Abierto. Propuestas para apoyar el acuerdo educativo” (http://eduy21-2.net.com.uy 2018) esbozara. Dicha agenda sienta bases para una transformación integral que incluye componentes programáticos, institucionales, docentes, de gobernanza y financieros. Seguimos pensando que la misma constituye la principal referencia plural y propositiva para un acuerdo político y social sobre la educación por lo menos de tinte decenal.
El sistema político en su conjunto se enfrenta, por lo menos, a tres órdenes de decisiones que va a evidenciar cuánta generosidad se tiene en idear futuros saliéndose de los espacios de confort y de lo políticamente correcto, y de cálculos electorales mezquinos y cortoplacistas. La primera de las decisiones tendría que ver si seguimos enredados e inmovilizados con algunos discursos y prácticas que reviven los 60 con visiones más o menos “afinadas” de toma y asalto al poder como un fin en si mismo sin una agenda sustantiva de soporte. O si bien priorizamos, en un clima de debate y apertura a diversas ideas, compartirles a las generaciones más jóvenes los valores, las referencias y los instrumentos necesarios para que puedan tomar decisiones sobre sus vidas haciendo uso de la libertad, del pensamiento autónomo y practicando la solidaridad, la cooperación y las cercanías entre personas de diversidad de credos y afiliaciones.
Creo que esta decisión es condición sine qua non de otras dos que pueden tomarse sobre aspectos interrelacionados. Primeramente, definir con claridad y contundencia qué tipo de educación requerimos como sostén de una sociedad del conocimiento para contribuir a que el Uruguay se fortalezca en su régimen de convivencia democrática y en cimentar bases de un desarrollo sostenible justo e inclusivo. Esta definición implica la convocatoria y el compromiso de diversos actores e instituciones más allá de los grupos de intereses creados y corporativos que en general dominan el debate y la construcción colectiva. Crucialmente se trata de involucrar genuinamente a los jóvenes para conocer en profundidad sus visiones, ideas, aspiraciones y derroteros sin caer en la tentación de reducir sus valoraciones a los micrófonos fáciles y mediáticos para denunciar o denigrar o violentar. Se tiene que elevar la mira en generar condiciones para incluir, así como recurrir a diversidad de formatos para que los jóvenes se puedan expresar sin las ataduras y los “mandados” del mundo adulto. Estamos lejos de concretarlo.
Por otro lado, tenemos que reconocer que, con la actual estructura y gobernanza del sistema educativo, la transformación educativa y curricular va a enfrentar dificultades para plasmarse en instituciones esencialmente fragmentadas y auto referenciadas en sus mentalidades y prácticas. Una visión sistémica de envergadura requiere ir más allá de los pasos valiosos e incipientes incluidos en la LUC en cuanto a la gobernanza de la educación. Clamamos por una dirección unitaria, robusta y flexible del sistema educativo en su conjunto que, a la vez, facilite que cada centro educativo pueda procesar y tomar decisiones relevantes y se haga responsable de las mismas, en torno al para qué, en qué, cómo, dónde y cuándo de educar, aprender y evaluar.

Educar para hoy y mañana por Isabel Viana

La educación igualitaria para todos ha sido tema de identidad nacional desde que la Reforma Vareliana fue plenamente aplicada. La Escuela Pública, laica, gratuita y obligatoria fue la institución del estado uruguayo con más profundas raíces territoriales. Aún en las zonas donde escaseaba la presencia de la policía rural o la llegada regular del Correo, había una escuela, quizás con una sola aula en la que un maestro formado al mejor nivel enseñaba simultáneamente a niños de todos los grados. La escuela era, además de ámbito de enseñanza, centro social de cada pago. Los vecinos programaban como colaborar con su funcionamiento y allí se reunían para definir temas del lugar, respecto a los que la voz del Maestro era escuchada con respeto. Algo similar ocurría en ciudades y pueblos en la relación entre la escuela y su barrio. Directoras y maestras, estables en sus puestos, conocían a todo el barrio y hacían de su acción pedagógica mucho más que brindar instrucción.
En las escuelas se educaba, es decir, además de aprender a leer y a escribir, se introducía a los niños en el mundo de los valores, las relaciones sociales y comportamientos característicos del modo de vida específico, espacial y temporalmente, de la sociedad en que estaban implantadas.
Es característica de la época actual el cambio cada vez más rápido del modo de vida y del instrumental disponible. Muchos viejos moldes fueron rotos con acierto. Otros, simplemente, se rompieron y no fueron debidamente renovados o sustituidos. No serviría para nada hoy pretender a volver a enseñar como en la época de Varela. Lo que sigue siendo de altísimo valor son las ideas que se aplicaron entonces: la educación pública debe ser laica, gratuita, obligatoria.
La mayor apuesta para el país es la formación de su gente para que pueda insertarse debidamente en su espacio y en su tiempo. Lograrlo hace imprescindible que la educación cambie. Esto es, no necesariamente todo de una vez, sino que adquiera mecanismos graduales de ajuste permanente, que permitan la formación adecuada, en cada momento y lugar, de ciudadanos capaces de gestionar sus propias realidades.
Se ha visto a la educación como una gran industria, burocráticamente controlada, que debe producir con una sola metodología personas uniformes en todos los ámbitos del país.
El “pueblo” no es una masa para la que un solo programa y un solo método puedan dar respuestas formativas adecuadas. El espacio nacional alberga grupos de cultura diferente. Hay que encontrar los factores de cultura comunes propios del país y fortalecerlos como marcos de referencia. No obstante, hay que habilitar que las instituciones de enseñanza generen creativamente sus propias metodologías de enseñanza acerca de cómo vivir con colaborativamente otros, para construir futuros deseables.
Es imprescindible empezar a cambiar. Son positivas la vocación y voluntad de cambio. Creo inadecuado e inútil tratar de evaluar una medida aislada de su contexto global. Lo trascendente, lo imprescindible hoy, es acabar con las murallas de la consolidación burocrática del sistema y aceptar que la “buena educación” requiere prepararse para el mundo real en que deberán actuar los actuales educandos y dedicarse a construir la actitud que respecto al mismo adopten.
El cambio es hoy necesario y benéfico. Incluye cambios institucionales, en el establecimiento de formación permanente de los docentes, en nuevas estrategias didácticas y en la creación de actitudes vinculares diversas respecto a las comunidades para las que se educa. La violencia, la partidización, la judicialización de la enseñanza, sólo hablan de un sistema encallado en sus propias lógicas y de falta de relación adecuada del mismo con la realidad nacional y planetaria.

La reforma que no te convoca ni te forma por Pablo Romero
Una y otra vez, los gobiernos no logran comprender la importancia de realmente sumar a docentes y estudiantes al diálogo educativo, de hacerlos partícipes de aquello que les compete y que los ubica como los principales protagonistas. Y no logran dar con el perfil adecuado de autoridades, de referentes que en lugar de entrar en pulseadas con tintes de rivalidad futbolera con los actores centrales del campo educativo -entablando particularmente una «guerra santa» contra sus representantes sindicales- busquen alcanzar consensos posibles (de eso se trata en buena medida el arte de la política) y prediquen con el ejemplo del discurso conciliador (y las acciones en consecuencia).
La principal responsabilidad -no la única, claro- es siempre de las autoridades. Y estamos asistiendo a actitudes totalmente en contrario, a señalamientos y declaraciones públicas que empujan a miradas de trincheras, a exclusiones y enfrentamientos. Hay un rotundo error en la estrategia de confrontación y ninguneo de los actores educativos y sociales. La cruzada contra sindicatos docentes y movimientos estudiantiles no se justifica bajo ningún aspecto del constantemente referido talante republicano. Debe asumirse con responsabilidad lo que implica el gobernar para todos, no solo para los votantes propios. Y moderar a aquellos representantes políticos que sistemáticamente contribuyen a construir grietas y convierten al campo educativo en un campo minado.
Aspectos todos que nos conducen a los círculos dantescos de la lógica refundacional, pues cuando se acciona un proceso de reforma educativa sin la amplia participación de los profesionales que llevarán adelante la tarea, el asunto nace con fecha de vencimiento: la del siguiente triunfo electoral de la ocasional oposición. Es difícil suponer que un gobierno de distinto signo político partidario incurra en la torpeza de mantener en pie una reforma inconsulta, rechazada por las ATD (Asamblea Técnico Docente) y por los colectivos estudiantiles de formación docente. Ya podríamos bautizar a esta cuestión como “El síndrome Rama”. Ciertamente, el discípulo comete el mismo error político que antaño cometió su mentor.
Por otra parte, cambiar la cáscara del sistema educativo mediante una reforma curricular que apela al regreso de los superficiales planteos metodológicos de competencias y trabajo por áreas –difuminando los contenidos y las asignaturas- y la eliminación por decreto administrativo de la repetición como caballito de batalla para combatir la deserción (el apuro político por mejorar números en el egreso no puede ser al costo de eliminar lo central del proceso de aprendizaje) es perder un nuevo lustro. Un costo altísimo para un país que debe afrontar cuanto antes una reforma educativa participativa, realmente formativa a nivel pedagógico y fundada en los aportes centrales que los colectivos docentes, en sus diversas instancias, vienen realizando desde hace décadas, incluso generando planteos notables –y desconocidos o no atendidos debidamente por los gestores políticos- como los planes 94 y 2013.
El asunto es que una y otra vez…

La oposición de quienes fracasaron por Oscar Licandro
Que la educación pública, en sus niveles de primaria y secundaria, está funcionando muy mal, es algo que todo el mundo sabe en este país. Hay que estar ciego o ser muy cínico para negarlo. Los resultados de las pruebas PISA demuestran de forma inequívoca que los alumnos de nuestra educación pública obtienen resultados muy malos y, que esto es particularmente peor entre los alumnos que asisten a los centros educativos ubicados en las zonas más pobres. En las pruebas de PISA de lectura realizadas en 2019, los alumnos del quintil de mejores ingresos obtuvieron un puntaje superior al promedio registrado en los países ricos nucleados en la OCDE, pero el resultado medio de los alumnos del quintil más pobre estuvo por debajo del promedio de América Latina. Dado que los alumnos de este quintil que asisten a instituciones privadas gratuitas (como el Liceo Impulso o el Liceo Jubilar) obtuvieron buenos desempeños, se demuestra claramente que quien está fracasando es el sistema público de educación. Esas instituciones aplican métodos educativos innovadores, trabajan con las familias, hacen un seguimiento personalizado de cada alumno y, un aspecto clave, funcionan como verdaderas comunidades educativas.
Este fracaso tiene múltiples impactos negativos sobre nuestra sociedad: ciudadanos con menos capacidad crítica (y en consecuencia, menos libres), trabajadores menos calificados, personas que desarrollan escasamente competencias clave para desenvolverse en la sociedad actual, etc. Muy probablemente el mayor de esos fracasos es la incapacidad del sistema educativo público para construir igualdad de oportunidades para los miles de niños y adolescentes que viven en la pobreza.
También es una verdad que rompe los ojos, el hecho de que el deterioro de nuestra educación pública es un largo proceso que lleva varias décadas, pero que se aceleró durante las primeras dos décadas del siglo XXI. En particular, durante los quince años que gobernó el Frente Amplio. Es cierto que esta fuerza política introdujo cambios en la educación pública, pero ninguno de esos cambios se produjo en la forma como se lleva adelante el proceso educativo. El FA aumentó el presupuesto de la educación pública, amplió la cobertura del sistema educativo, incrementó de manera significativa el salario de los docentes, construyó nuevos centros de estudio, etc., pero no abordó nunca dos graves problemas: el deterioro progresivo de los aprendizajes y la fuerte deserción. Hubo algunos intentos de trabajar en estos temas, pero rápidamente fueron abandonados. Ni siquiera tuvieron la humildad de estudiar las experiencias exitosas llevadas adelante en los centros educativos privados gratuitos. Muy por el contrario, se encargaron de denostarlas y de ningunearlas.
Surgen entonces algunas preguntas. ¿Por qué una fuerza política que grita a toda voz su compromiso con la educación pública fracasó de manera tan rotunda en lograr que los niños y adolescentes aprendan en las escuelas y liceos públicos? ¿Por qué una fuerza política que incluye la eliminación de la pobreza entre sus principales objetivos, no ha sido capaz de utilizar la educación pública para generar igualdad de oportunidades a los niños más pobres? Para responder estas preguntas alcanza con leer las propuestas para la educación pública que el Frente Amplio incluyó en los programas de gobierno de las campañas electorales de 2004 y 2019. Sugiero leer ambos documentos. En ellos se abunda en objetivos grandilocuentes, pero se carece de propuestas concretas para alcanzarlos. En el programa de gobierno para 2020-2024, el FA se comprometía a “Fortalecer y defender la Educación Pública Estatal, construyéndola nuevamente como la opción más valiosa, democrática, laica como nuestro Estado, inclusiva, justa e igualitaria en el ejercicio de todos los derechos para garantizar el acceso, la permanencia y el egreso, para todos los/as habitantes”. Luego de 15 años gobernando, el FA hacía una propuesta típica de quien quiere comenzar a gobernar. ¿Quién no había garantizado hasta ese momento “el acceso, la permanencia y el egreso”? Hay que vivir en un mundo de fantasía para proponer esto, luego de llevar 15 años gobernando. Solo faltaba Tatoo, gritando: ¡el avión, el avión!
Muy por el contrario, la coalición que ganó las elecciones en 2019 llegó al gobierno con una estrategia para resolver esos problemas que el FA no pudo resolver. Esa estrategia incluyó una agenda de cambios, basada en medidas muy concretas, que están centradas en la realización de una reforma curricular, el fortalecimiento de los centros educativos y la mejora del plantel docente. Nada de objetivos grandilocuentes ni palabrería. Soluciones bien pensadas, basadas en diagnósticos serios realizados por profesionales de primer nivel. Sin voluntarismos ni tonterías ideológicas. Sin Tatoo.
Actualmente, el equipo liderado por Robert Silva está trabajando en la implementación de esos cambios. Los centros María Espínola son el ejemplo paradigmático de un proyecto educativo orientado a mejorar los aprendizajes y a reducir los niveles de abandono escolar en los liceos y la UTU. Para los estudiantes: jornada educativa de ocho horas, mayor apoyo y acompañamiento docente, mayor participación de los estudiantes para hacer atractivo el proceso de aprendizaje, etc.. Para los docentes: formación en el mismo centro de estudios, posibilidad de tener una permanencia mínima de tres años, horas pagas para el trabajo colaborativo entre ellos, etc. Y, desde el punto de vista institucional: construcción de una comunidad educativa, interdisciplinariedad y co-enseñanza, acompañamiento externo para el diseño del proyecto propio de cada centro y la auto-evaluación institucional, sistemas de información de soporte a la gestión, etc. Los primeros 12 centros comenzaron a funcionar en 2021, se proyecta llegar a 43 el año próximo y, si la experiencia resulta exitosa, generalizarla a todos los centros educativos en el futuro.
La reforma educativa impulsada por este gobierno cuenta con la oposición del Frente Amplio y con una oposición, más acérrima aún, por parte de los sindicatos de la enseñanza. Pese a haber fracasado rotundamente en la construcción de una educación pública de calidad e inclusiva, el FA se niega a dar la oportunidad al nuevo gobierno de ensayar soluciones que a ellos no se les ocurrieron. ¿Por qué no esperar a ver si esta reforma obtiene buenos resultados, y pensar luego cómo mejorarla y alinearla con su proyecto de país? De los sindicatos de la enseñanza no se puede esperar nada. A ellos no les interesan los estudiantes y, menos aún, que aprendan algo. Están liderados por gente con escasa formación, sin vocación docente y con una fuerte propensión a utilizar sus cargos sindicales para no dictar clases. Para ellos, la reforma educativa del gobierno es una fuerte amenaza: formarse y trabajar comprometido en una comunidad educativa está en las antípodas de sus intereses personales.

Educación pública, identidad nacional por Ignacio Núñez
Hemos atestiguado un aumento en la conflictividad entre las autoridades del gobierno y algunos sindicatos de la educación que rechazan cualquier modificación del sistema educativo. Esto ha llevado a situaciones de tensión que, por el momento, culminaron con agresiones hacia el Presidente del CODICEN, Robert Silva, en un encuentro del ANEP con los vecinos del Cerro. Con este hecho habiendo ganado el protagonismo mediático, se corre el riesgo de perder de vista los motivos de la necesidad de llevar a cabo la transformación educativa.
Ésta se da en un contexto donde el sistema educativo no actúa eficientemente para acortar la desigualdad social en nuestro país. Según el “Informe Sobre el Estado de la Educación en Uruguay 2018-2020” del INEED, existe una brecha socioeconómica marcada, con aquellos estudiantes en situaciones económicas favorables pudiendo cumplir las metas de rendimiento, y aquellos en situaciones desfavorables sin capacidad de hacerlo. Según los datos del 2021 del ANEP, los alumnos de 15 años sin los conocimientos promedio en ciencias, matemáticas y lectura es mayor al 65% en los niveles socioeconómicos desfavorables, frente al 25% en los niveles favorables. De esta forma, los alumnos de los estratos más bajos no están preparados para un mundo donde “el conocimiento pasa a ser el principal factor de crecimiento, lo que antes se pensaba que eran el capital, los recursos naturales y el trabajo” (Pascale, 2021). En este sentido, y en coordinación con casi todos los grupos de representación docente, también se busca actualizar la formación docente para ampliar sus herramientas y brindarles prestigio mediante el reconocimiento universitario, contestando su reclamo antaño.
La transformación educativa, contrario a lo que dicen los detractores, responde al pedido de una población que ve un sistema educativo sin capacidad de preparar a las nuevas generaciones para las exigencias del mundo actual. En una encuesta realizada por CIFRA en mayo de este año, el 77% de encuestados estaban de acuerdo en que se precisaba realizar cambios en la educación, independiente de su posición en el espectro político. Capaz, la
mayor muestra del apoyo popular para con la transformación fue el referéndum por la LUC realizada en marzo de este año, cuando la ciudadanía optó por mantener los cambios educativos propuestos.
La educación pública forma parte de nuestra identidad nacional, por su impacto en nuestro desarrollo como país y su rol como fuente de cohesión social. Es con esa responsabilidad que se busca reestructurar y modernizar para que ocupe el lugar que una vez supo tener, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y los hijos de nuestros adversarios.
La Educación es un proceso social por Oscar Mañán
Hace unos días coincidimos docentes y estudiantes del Centro Regional de Profesores del Centro (CERP–Florida) a instancia de una invitación de los segundos que, en el marco de una ocupación, debatían sobre la “Reforma de la Educación”. Allí constatamos la madurez del movimiento sindical uruguayo, incluso, aquellos que hacen sus primeras armas porque comienzan a vivir los conflictos propios de la sociedad que los interpela. Tal vez, esa madurez emanaba de las generaciones de viejos sindicalistas que hoy estrujan la conciencia de los nuevos (parafraseando a Marx). Pero también, surgía en el aire, aquello de que “los hombres son producto de las circunstancias y de la educación”, y son éstos que hacen “que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado”.
Las circunstancias. La Educación Pública a menudo se presenta como un botín electoral, en especial cuando algunos indicadores de culminación de la enseñanza media son muy pobres respecto a la comparación internacional incluso regional. Sin embargo, en la competencia electoral (que en Uruguay no parece cesar con las elecciones) se mezclan y confunden términos como “educación”, “educación pública”, “sistemas educativos”, “instituciones de educación”, “planes de estudios”, entre otros. Tales confusiones, a veces intencionadas y otras por ignorancia inconfesa, llevan a tildar a la situación como de “crisis de la educación” término genérico que, a renglón seguido, responsabilizan a las gremiales y sindicatos de la educación y a los docentes en particular. Por último, siempre aparece una “reforma” que con su magia traería la solución, y particularmente, los magos son un conjunto de profesionales conservadores, impolutos y reconocidos quién sabe por quién, y a modo de sicarios, se ofrecen por una pequeña tajada del botín.
Mandela (2003) sostenía que “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”, quizás de allí la importancia que tiene para el debate político y que cada gobierno busque dejar su huella en los sistemas educativos. Tony Blair (Premier británico) comenzaba su gobierno con tres prioridades “educación, educación y más educación”. Mujica, trece años más tarde haría lo mismo, basado en un supuesto “fracaso de la educación”. El actual gobierno no sería la excepción, ahora retomando la idea de “crisis de la educación”.
En el discurso dominante, cuando se habla de “crisis de la educación”, se apunta a la educación pública. El proyecto de “reforma”, particularmente de la formación docente, partió mal y de la mano de un documento que incurrió en plagio probado y admitido por las autoridades, lo cual lo cuestiona desde el punto de vista ético, incluso bajo los parámetros de honestidad intelectual que el mismo sistema educativo se impone.
Asimismo, la reforma no involucra la participación de los principales actores de la educación (estudiantes, docentes, funcionarios, población en general) salvo como meros informantes, calificados en algún caso. En esto, vale decir en aras de la honestidad, no se diferencia de otras reformas anteriores que, si bien se dieron mayores espacios al debate, éste no era tenido en cuenta a la hora de implementar las políticas. Como resultado, las reformas quedan por el camino como simples intentos, porque sus principales ejecutores no participan o no hacen propios los contenidos de las mismas.
La educación como problema teórico-filosófico. La educación es un proceso social que engloba el traspaso de los conocimientos disponibles en una comunidad a las nuevas generaciones, pero a su vez, involucra un aprehender (con la muda en el medio) que tiene el conocer y el hacer propio esos saberes. Aprender es un acto que los seres humanos hacemos a lo largo de toda la vida conscientes o inconscientes, pero hacer propios los saberes disponibles conlleva un proceso pedagógico que es básicamente social. Este proceso es necesariamente crítico, no todo lo que recibimos lo tomamos como propio. Se produce un saber pedagógico con la dialéctica de las prácticas sociales que implica una re-elaboración que las nuevas generaciones hacen de los legados que reciben de sus mayores. Las instituciones educativas traspasan un saber social hegemónico, con prácticas articuladas por los educadores y que a veces entran en conflicto con las formas de comunicación y vivencia de los estudiantes. La síntesis realizadas por los educandos serán el nuevo saber social que emprenderá el camino de volverse dominante o quizás hegemónico.
Illich en su crítica a la escolarización, sostiene que ésta a veces confunde, por ejemplo, “enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia, y fluidez con capacidad para decir algo nuevo”. Muchas de tales confusiones pueden rastrearse en el documento de la mentada reforma.
La educación como solución a todos los problemas. En los imaginarios colectivos y discursos dominantes la mejor educación es una condición necesaria para “ser alguien en la vida” o para el “progreso de la economía” que desde los 90 se le adjudicaba el mote de “economía del conocimiento”. Estas construcciones mitológicas no se corresponden con la realidad, un trabajo que relaciona indicadores convencionales de crecimiento económico, niveles educativos y producto per cápita en los países que el BM releva información, concluye que no existe evidencia para decir que en promedio los países más educados tengan mejor desempeño económico.
La mayor educación definida como cantidad de años formales de exposición al sistema educativo, no necesariamente genera condiciones para el ascenso social o la obtención de mejores empleos y mayores salarios. Aquí hay claramente un corte de clase, y en los sectores que completan la escuela primaria respecto a los que no la terminan, o incluso en enseñanza media puede tener una ventaja el que culmina el ciclo para encontrar trabajo, sin embargo, en mayores niveles de educación ya el tipo de actividad económica, las relaciones y otros activos sociales explican más la posibilidad de ascenso social. Incluso, es una verdad aceptada académicamente, que una economía dinámica es enemiga de la educación, es decir, en tiempo de crecimiento económico aumenta la desafiliación a los sistemas educativos medios y superiores o bien cae la nueva matrícula, mientras que en las crisis los educandos regresan al sistema educativo.

El vínculo de educación y desarrollo a menudo aparece envuelto en mitos que se repiten sin fundamento por políticos, ministros de economía y demás autoridades de gobierno. Sin duda, el sistema educativo y sus resultados no explican per se el desempeño económico, sí el modelo de desarrollo puede alentar o no la necesidad de concretar los diferentes peldaños del sistema educativo. Un modelo que prioriza el extractivismo, la producción de bajo valor agregado y la creación de empleos precarios y mal remunerados no es alentador para que los educandos terminen los ciclos de educación básica. Las escasas inversiones en la educación pública, las mínimas condiciones materiales de docentes y funcionarios, como los problemas sociales que enfrenta la mayoría de la población tampoco son un aliciente.

Muchos políticos-educadores se resisten a ser educados. La lucha por la educación pública de docentes y estudiantes se enfrenta con cierta terquedad del sistema político y pone de manifiesto lo que Weber señalaba como el peor pecado de los políticos: la vanidad.
Lamentablemente, el conflicto se ha polarizado, entre los promotores de la reforma que piensan que su legitimidad deviene de las votaciones nacionales por lo que pueden implementar cualquier plan de gobierno. Por su parte, quiénes dedicamos la vida a la educación y los que se forman para hacerlo en el futuro, los actores de la educación, aspiramos a ser partícipes de los cambios. La Ley N° 18.508 de Negociación Colectiva prevé el diálogo en el marco de las relaciones laborales del Sector Público pero con una dificultad, a la vez que obliga a la negociación, no obliga a acordar. En ocasiones dado que no existen consecuencias para quienes con estrategias de dilación o sosteniendo que “la reforma no tiene vuelta atrás” ni se discutirán los tópicos expuestos, el conflicto atraviesa un estancamiento y la buena fe exigida para la negociación se hace poco notoria.
Como corolario, la lucha que llevan docentes y estudiantes, en especial estos últimos, pone de manifiesto que el sistema de educación pública cumple muy bien su función, genera actores comprometidos, críticos y defensores de los espacios de construcción colectiva. Las reivindicaciones reclaman participación real, debate abierto, frontal, respetuoso y honesto de cada uno de los saberes, de las razones del otro, entendiendo que “el problema de la verdad son sus muchas variantes” como sostenía Galileo. Si la educación es un proceso social como pensamos, la lucha es el método idóneo dentro de los parámetros democráticos para cultivar ese mundo mejor.
1 Marx, Karl (1845). Tesis sobre Feuerbach, disponible: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm
2 Para una descripción y análisis de tales procesos:
Puiggrós, A. (2010). La tremenda sugestión de pensar que no es posible. Luchas por una democracia educativa (1995-2010). Buenos Aires: Galerna.
Cano, A. y Messina, P. (2016). Uruguay: capitalismo y crisis educativa, Hemisferio Izquierdo, Nº 4.
3 Illich, Iván (1974), La sociedad desescolarizada, Barcelona, Barral.
4 Pritchett, Lant (2001), “Where has all the education gone?”, The World Bank Economic
Review, 13(3).
5 Buchelli, Marisa y Carlos Casacuberta (2000), “Asistencia escolar y participación en el mercado de trabajo de los adolescentes en Uruguay”, Documento de Trabajo 15/99, DE, FCEA; UDELAR.
González, Carmen y Sofía Maier (2011), Cambios en las condiciones macroeconómicas y decisiones de asistencia a nivel medio de educación. Un estudio para Uruguay en el periodo 1986-2009 (tesis de maestría), FCEA; UDELAR.
6 Para una revisión crítica del vínculo entre educación y desarrollo puede verse:
Mañán, Oscar y Sabatovich, Daniela (2019), “Educación y Desarrollo: mitos y realidad de una relación incómoda”, Estudios Críticos del Desarrollo, Vol. ix, núm-16:23-64.

Reforma, sí. Pero, ¿qué reforma? Por Juan Pablo Grandal
No necesito que nadie me convenza de la necesidad de realizar cambios de raíz en nuestro sistema educativo, los datos que demuestran el fracaso que venimos arrastrando en esta materia hace muchos años ya incluso se encuentran presentes en el documento preliminar del marco curricular nacional presentado por ANEP. No me referiré a ellos en profundidad ya que asumo que son conocidos por buena parte de nuestros lectores, pero queda claro que al menos en la educación media la situación es profundamente problemática.
Pero he aquí el problema. Muchos que conozcan mis columnas o mis opiniones personales sobre diversos temas podrían acusarme de “conservador”, que es un término que si bien es frecuentemente utilizado como insulto en nuestro discurso político, no necesariamente lo es. Refiere a una actitud ante no solo el cambio social, sino a cambios políticos-institucionales. El cambio no es bueno por sí solo, debe justificarse plenamente tanto que hay una situación previa que merece ser cambiada, como que los cambios propuestos son correctos. De no cumplirse alguno de estos dos puntos, la probabilidad de que apoye tales cambios o reformas son cercanas al cero absoluto.
Pues, hablemos de la reforma educativa. Para empezar, ¿qué rasgos considero que demuestra un sistema educativo que, generalmente, “funciona”? En resúmen: es un sistema educativo que asegura que una cantidad lo más cercana posible a la totalidad de estudiantes salgan de la educación media con conocimientos suficientes para desarrollar su vida social en nuestra comunidad de forma adecuada (dicho coloquialmente, con suficiente “cultura general”); es un sistema educativo que asegura que un estudiante promedio de 18 años de edad que haya finalizado la educación secundaria o técnica tenga suficientes competencias para al menos ingresar al mundo laboral, con la opción sin duda de continuar su formación, pero sin ser esto un requerimiento para poder recibir un salario digno; un sistema educativo que genere en la mayoría de estudiantes un sentido de pertenencia a la nación; un sistema educativo que promueva valores morales adecuados para garantizar la convivencia tanto dentro del aula como en la comunidad en general.
Es claro que la discusión de la reforma se encuentra en sus etapas iniciales y emitir juicios de valor sobre ella se hace difícil, y así debe ser. Solamente que, en la lectura inicial del documento preliminar, y conociendo el backround ideológico de las autoridades de la ANEP y en general el pensamiento dominante en cuestiones pedagógicas, mantengo un amplio escepticismo. Tampoco olvido quienes se encuentran en el bando opositor a la reforma educativa, el comportamiento infantil y lamentable que tuvieron en las últimas protestas, y los disparates que muchos de los representantes de los gremios docentes han dicho en los últimos años. Pero en este momento, no tengo mucho más para plantear que un deseo de que algunos de los objetivos que narré en el párrafo anterior sean tenidos en cuenta por las autoridades. De no ser así, difícilmente pueda acompañar cualquier reforma. Cambiar por el hecho de cambiar, no. A fin de cuenta, pocas cosas son tan determinantes para las perspectivas de las generaciones futuras como la salud del sistema educativo, y es un tema que hay que afrontar con la seriedad que amerita.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.