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El desafío de la Reforma del Estado por Alejandro Guedes

El desafío de la Reforma del Estado  por Alejandro Guedes
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Una teoría muy conocida señala que, en 1960, el psicólogo social Stanley Milgram hizo varios experimentos para corroborar el fenómeno del “mundo pequeño”. Es decir, se imaginó a la población como una red social e intentó encontrar la longitud promedio de la conexión entre dos personas cualquiera. El experimento fue diseñado para medir la longitud de estas conexiones. Para ello entregó a cien personas de Nebraska una correspondencia dirigida a un hombre que vivía en Boston, dos ciudades que representan una gran distancia. Junto con recibir la invitación a participar, a los participantes se le preguntaba si acaso él o ella conocía personalmente al destinatario descrito en la carta. En caso de que así fuera, -lo cual era raro- la persona debía reenviarle la carta directamente. Pero, en el caso más probable de que la persona no conociese personalmente al destinatario, debía enviar la carta a un amigo o pariente que tuviese más probabilidad de conocer al destinatario, notificando por carta a los investigadores de modo que estos pudiesen rastrear la cadena. Así, cuando la carta finalmente llegó al destinatario Milgram pudo corroborar que, de media, hacían falta seis destinatarios para que la carta llegase al receptor en cuestión. Se concluyó que en Estados Unidos las personas estaban separadas por otras seis personas en promedio, lo que se conoció como “seis grados de separación”.
De pensarse este experimento en Uruguay de seguro la distancia se reduce al mínimo. En nuestra cultura laboral esto se traduce en que a menudo el llenado de vacantes de personal, cargos directivos, ascensos, se cumplen por recomendaciones de personas de confianza. Un familiar, amigo, o el amigo de un amigo, es la forma tradicional para acceder a las oportunidades laborales, más allá de que en el discurso se suele hablar de “meritocracia” como mecanismo de ascenso.
Pero esto, ¿qué tiene de inconveniente? El problema aparece cuando esta cultura se arraiga en la administración pública. Y no hablamos aquí de los cargos de confianza política debidamente identificados en la Constitución y la ley, sino de los cargos burocráticos, “de carrera”. Se transforman en un campo fértil pasible de alimentar el clientelismo y el nepotismo. En tal sentido debería llamar la atención. Pero ello no sucede. ¿Por qué? Simplemente porque estamos acostumbrados. Hay una cultura política imperante que normaliza estas prácticas. Así sucede por ejemplo con las intendencias, donde la contratación por designación directa sigue siendo una práctica común que esconde el clientelismo. Pero también sigue sucediendo en la Administración Central.
Los intentos de reforma del estado que se han llevado adelante en sucesivas administraciones han mejorado en buena medida las prácticas de reclutamiento de la administración pública. Al menos ya no es tan alevoso como aquellas crónicas que narraba Germán W. Rama en el libro “El club político”. Pero sigue ocurriendo. Reformas como Uruguay Concursa han mejorado mucho la transparencia en el acceso a la administración pública, pero aún resta mucho por hacer. Siempre hay lugar para modalidades de contratación que eluden mecanismos como los de Uruguay Concursa, o triangulaciones a través de organismos paraestatales que están exentos de esos controles. Lo mismo sucede con los ascensos, asignación de funciones de administración superior o compensaciones salariales que se dan por vías discrecionales y no bajo un sistema de carrera administrativa que dote de mayor transparencia y garantías al servicio público.
Nuevamente la Oficina Nacional del Servicio Civil está ante el desafío de avanzar en una mejor normativa para los funcionarios públicos. Pero las resistencias están al orden del día si se trata de minimizar la discrecionalidad con que se usan los recursos públicos.

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