No es exclusividad de este país que el apellido familiar implique un compromiso difícil de manejar, más para los hijos que deciden seguir la huella profesional de sus padres. Algunas zagas familiares se las ha vinculado a tragedias, como la transmisión genética de un percance interminable, como la gota de los Austria, o la sucesión de accidentes que sufrió la familia Kennedy. Nosotros también tenemos nuestras alcurnias, que tienen buen parte del camino allanado, como es el caso de los profesionales, que hacen sus primeras armas en el estudio de papá, sabiendo que algún día heredarán la clientela, o los pacientes. Tras una formación universitaria, o después de consolidarse en el trabajo familiar, los riesgos de empañar el prestigio del progenitor/a son mínimos. En la política no pasa lo mismo. El dirigente político está siempre bajo los reflectores, y lo que parece ser una dulce herencia puede acabar siendo el lento ascenso al Calvario.
Indudablemente, los apellidos Ferreira Aldunate, Flores Mora, Michelini, Sendic, Gallinal, entre algunos más, generaron una expectativa en torno al desempeño que tendrían sus hijos. ¿Habrá abierto algunas puertas este vínculo filial? ¿Habrá tenido que ver en los círculos políticos la decisión abyecta de utilizarlos como un gancho para retener a los seguidores de sus padres? Pocos, muy pocos, consiguieron relanzar su apellido, como una continuidad ilustre y virtuosa, del peso de un apellido forjado en circunstancias donde todo estaba para hacer. Algunos de los apellidos mencionados fueron conscientes de la leyenda que hicieron crecer, a veces por el carácter fortuito de los hechos, a veces por un largo compromiso consigo mismo. Actitudes difíciles de legar junto al apellido.
¿Cómo manejar esta herencia, en el caso de la política, cuando los riesgos de caer en la comparación son muy mayores a los de heredar una ferretería, o un pedazo de campo?
Muy pocos conocieron a Sendic personalmente, y menos, todavía, coincidieron políticamente con él, incluyendo a sus amigos del MLN. De vuelta a la cárcel de Libertad, después, de un cruel cautiverio, Sendic no quería saber nada con la reorganización del MLN. Su verdadera obsesión siempre fue la redistribución de la tierra, y la cárcel no lo apartó de ese objetivo. El sindicato de cañeros que había creado, y al que le transmitió su visión radical, adoptó como consigna: “Por la tierra y con Sendic”. Sendic, desde la clandestinidad, mantuvo un vínculo muy directo con su sindicato, y cada dos años, cuando UTAA recorría el país a pie, para llegar a Montevideo y reclamar tierra para el que la trabaja, el apellido Sendic creció hasta transformarse en una leyenda viviente. Después de la fuga del penal de Punta Carretas, Raúl Sendic se había refugiado en los montes del río Queguay Juan Almirati llegó hasta su refugio. Había que tomar decisiones. El país había elegido a Bordaberry para suceder a Pacheco Areco, el MLN se estaba reagrupando para continuar con la lucha armada, una vez concluido el proceso electoral que había anunciado no interferir con acciones armadas en función del protagonismo político del naciente Frente Amplio. Almirati, desde el Comando General, fue al encuentro de Sendic para pedirle que volviese a Montevideo, que era muy riesgoso quedarse en el monte, porque el desenlace electoral, con el triunfo de Bordaberry, entre rumores de fraude, aconsejaban al MLN que debía tener un plan contundente para 1972.
Cuando se lanzase la ofensiva, el MLN Tenía claro que la represión saldría a jugarse el todo por el todo, y también tenía claro que el Interior, de ser una segura retaguardia había pasado a ser un lugar muy vulnerable. Sendic era el dirigente más conocido a nivel popular, eso lo volvía un blanco prioritario para la represión. Sendic y Almirati estaban sentados en una barranca, con los pies en el agua, entonces Sendic le contestó a Almirati que en los montes estaba su lugar, que su nombre ya era más importante que él mismo. Había pasado a ser dependiente de ese mito, vivo o muerto. Juan Almirati era, en ese sentido, una persona bastante parecida a Sendic. Solía ir al estadio, siendo clandestino y casi tan buscado como Sendic. Tenía esas cosas de un tipo que no se obsesionaba por la clandestinidad, siguió teniendo la misma naturalidad, se encontraba con su señora en las amuebladas, a veces pasaba un rato en el mostrador de algún bar. Nunca renunció a tener una vida tan natural como la del que no se siente perseguido. Almirati volvió a Montevideo con las manos vacías, pero no olvidó las palabras de Sendic, que supeditaba su seguridad personal al camino que había iniciado, y que su nombre era funcional al guerrillero que podía caer cualquier día. Sendic era muy consciente del peso que tenía su apellido, lo cuidaba, lo había esculpido con una actitud muy radical en la vida, no aceptaba la mínima excusa que lo apartase de la determinación de defender su nombre más que su propia vida.
Tras la fallida ofensiva del 14 de abril de 1972, la mayoría de los dirigentes más conocidos cayeron presos o murieron en enfrentamientos y emboscadas. Sendic compartió la suerte de lo que quedaba del MLN, negándose ir a Chile, como se lo pedían. Cuando, por fin, la Marina dio con el sitio donde estaba viviendo, y ante la orden de que saliera que estaba rodeado, les grita: “Soy Rufo y no me entrego”, consciente que de allí no podría escapar, ni abriéndose paso a tiros. Una vez más, el nombre de Sendic, aunque se tratase del nombre de guerra, volvía a cobrar un valor mitológico, lo sobreviviría, si esa noche le tocaba caer definitivamente.
Fue una larga cadena de hechos y comportamientos, en el error de la lucha armada, pero amparado en sus convicciones ideológicas, que lo hicieron un ser diferente, empecinado, un hombre de permanentes lecturas, y que, curiosamente, al margen del concepto que se pudiera tener de un hombre tan radical, no creyó en el leninismo, y lo rechazaba tanto como rechazaba la bomba. En su radicalismo no era partidario de las relaciones verticales de mando, ni siquiera dentro de una organización guerrillera clandestina, como tampoco fue partidario de las acciones que pudiesen sembrar terror entre la población para conseguir algún objetivo. Prefería luchar de frente, jugársela, y estaba convencido que el terror era un arma de doble filo. Podía contribuir a que una parte de la población optase por vivir en paz, al amparo de la Policía, incluso colaborando con ella. Sendic le imprimió una horizontalidad y un sentido colegiado a los distintos niveles de dirección, que llamaba mucho la atención a otras guerrillas, incluso a los cubanos, que siempre discreparon que los jefes guerrilleros no se distinguieran de su tropa y le imprimiesen una férrea disciplina.
El nombre de Sendic ha sobrevivido a la desaparición del MLN. Trabajó como un orfebre para que no tuviese las impurezas de la cotidianidad, de la transacción, de las mil formas de no ser fiel a la larguísima construcción de un mito.
Cuando salió de la cárcel en marzo de 1985, sus hijos lo esperaban con un apartamento de lujo, en Pocitos. Encima de su mesa de luz le habían dejado manuales marxista-leninista y una pistola. No estuvo mucho tiempo allí, rechazaba tanto el boato como la buena vida, prefería la austeridad. Fue fiel hasta el final, ateniéndose al relato de Xenia Itté, su compañera.
Desde el punto de vista político y social, contribuyó a producir una enorme grieta que la sociedad uruguaya, hasta el día de hoy, no ha podido cerrar. Murió decepcionado con la dirigencia cubana, lo que para el seispuntismo era la vanguardia de América Latina.
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