El hombre que amaba los números POR Alejandra Waltes
La inesperada desaparición física del multifacético Ec. Ricardo Pascale obliga a cambios en la agenda. Se ha escrito y escribe aún sobre diferentes aspectos de su vida dado su valioso aporte en áreas que parecen muy disímiles pero que, en realidad, son la expresión de un espíritu curioso y reflexivo. Cómo escribió Pablo Thiago Rocca, Pascale fue “un hacedor de puentes”. La instalación “Leibniz saltando a la cuerda” puede disfrutarse en la Sala 5 Del MNAV (Museo Nacional de Artes Visuales) hasta el 24 de marzo del 2024.
Como parte de su sólida carrera como economista, Ricardo Pascale (1942-2024) fue convocado, en 1985, para ocupar el cargo de presidente del Banco Central del Uruguay. Es en ese momento en que decide retomar la actividad artística. Cuenta en una nota realizada por P. T. Rocca: “No soy una persona que pueda estar muy concentrada en un organismo. Fue un gran honor y una gran alegría que hayan pensado en mí en momentos en los que entramos en democracia y lo llevo como uno de los grandes recuerdos de mi vida, pero la verdad es que no es lo mío. Había una gran frustración de la gente, el endeudamiento del país, cuatro bancos quebrados y otros más chicos que fueron cayendo. Se conformó un equipo de trabajo excepcional y vi al país con un gran sentido de prioridades nacionales. Además, siempre recibí el apoyo de todos los partidos políticos […] y si bien tuve que asumir una vez más la tarea, solo por un año, y fue estupendo e hice grandes amigos, llegó un momento en que no aguanté más». Decide concurrir al taller de Nelson Ramos en dónde comienza pintando, pero, frente a una observación del docente, va cambiando su quehacer hacia el volumen de forma paulatina. En 1995 realiza su primera su primera exposición individual en la Alianza Cultural Uruguay- Estados Unidos de Montevideo, con 53 años de edad. Vuelve a la presidencia del BCU por un año y, es en esas circunstancias en que, a instancias del crítico Abbondanza creó el Premio Figari. Se concreta la adquisición de un edificio para albergar las exposiciones de los artistas premiados, edificio que, con el tiempo se convierte en el actual Museo Figari. En 1999 representa a Uruguay en la Bienal de Venecia. En el 2001 participó en la de Cuenca y desde entonces sus obras han participado de muestras individuales y colectivas en el Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay; en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile; en el Museo de la Nación de Lima, Perú; en el Museo del Hombre y Fundación Guayasamín en Quito, Ecuador; en el Museo de Arte Moderno de México DF; en el Museo del Barro en Asunción, Paraguay; en el Centro de Exposiciones Joan Miró de Madrid; y en la Fundación Batuz, Alemania. Así como también realizó muestras individuales en galerías y centros de arte de ciudades como Nueva York, Washington, Miami, Roma, Milán, Madrid, Barcelona, Valencia y Berlín. Así cómo el trabajo de algunos artistas se distingue por los materiales elegidos, el distintivo del trabajo de Pascale es la forma: las curvas son parte intrínseca del mismo, en las maderas, formas muy orgánicas que en su limpieza remiten a formas universales, a la representación de principios matemáticos. En diálogo con P.T.Rocca expresaba: “Las piezas remiten a procesos vivos, y hay momentos de apertura, de flujo y de energía que sugieren continuidad y cinetismo, como las ruedas y las espirales se abren. El crecimiento y un desarrollo vital están mentados visualmente”.
Cuando comencé a escribir sobre arte, poco antes de que se declarara la pandemia, visité el Museo Blanes. Allí Pascale había montado la instalación “El espacio integrado” en la Sala María Freire. La visión de las 68 cuerdas blancas de nylon colgadas por sus extremos y separadas a intervalos iguales, me provocó la misma sensación que me provoca entrar a un templo: silencio interior, contemplación de la armonía en su forma más pura y limpia. Pascale había construido una cúpula invertida representando curvas catenarias en una clara referencia al trabajo de Gaudí. Las lianas que cuelgan de los árboles y los hilos de las telas de araña son representaciones de curvas catenarias en el espacio, pero recién en el siglo XVII, Jacob Bernoulli planteó el desafío de encontrar la ecuación que describiera esta curva, el cual fue resuelto finalmente en 1961 por Gottfried Leibniz, el propio Christiaan Huygens y Johann Bernoulli. El movimiento de las sombras proyectadas por las cuerdas formaba una parte fundamental de la instalación, así como la música compuesta por Sylvia Meyer en forma exclusiva. Siguiendo con el mismo planteo, la muestra “Leibniz saltando a la cuerda” está compuesta por nueve piezas de 11 cuerdas náuticas cada una colgada estratégicamente del techo. Cómo en la muestra anterior la música de Sylvia Meyer forma parte de la misma. Desde determinados ángulos las cuerdas parecen entrecruzarse semejando las redes de los pescadores y si nos movemos apenas esas redes semejan nidos. Recorriendo la instalación uno tiene la sensación de cálido abrigo propia del hogar, el hogar del espíritu. Hay una identificación muy íntima, primitiva, innombrable al recorrer el espacio expositivo.
Vista parcial de “Leibniz saltando a la cuerda” (Ricardo Pascale-2023)
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