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El ocaso de “la nuestra” por Gerardo Tagliaferro

El ocaso de “la nuestra” por Gerardo Tagliaferro
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Una publicidad durante los partidos del mundial dice que nos gusta más ganar con un gol en la hora que por goleada. No hace otra cosa que repetir un lugar común que tiene mucho tiempo. Pero lo que dice es cierto, y tal vez ahí esté nuestra mayor debilidad.
Probablemente en ningún otro país una sentencia así tenga validez, y eso nos enorgullece: somos distintos, aunque nuestra singularidad se sustente en valores harto discutibles. Al menos en fútbol, mientras a los demás los hace felices lo colorido, lo vistoso, lo alegre, al “mundo fútbol uruguayo” le convence más lo sufrido, lo entreverado, lo gris.
En el partido con Portugal, en los descuentos y con el score ya 2 a 0, Bruno Fernandes casi hace su tercer gol, pero el remate dio en el palo. Esa jugada terminó con seis camisetas portuguesas en el área uruguaya. Están las imágenes, se puede corroborar. Seis portugueses buscando otro gol, en los descuentos y con el partido ya abrochado. A un equipo uruguayo nunca se le ocurriría tamaño desatino.
Ahí está, pienso yo, la explicación de por qué jugamos a algo diferente a todos los demás y también está, pienso yo de nuevo, la explicación de por qué, teniendo lo que suponemos un muy buen plantel, se nos hace tan difícil lo que para los demás parece tan fácil.
Al fútbol se puede ganar de muchas maneras. No hay una receta infalible. Se gana con el estilo de Guardiola y también con el estilo de Mourinho, como Argentina salió campeón del mundo con el estilo Menotti y ocho años después lo hizo con el estilo Bilardo. Ambos entrenadores encarnaban el día y la noche, el negro y el blanco en materia futbolística y los dos fueron campeones con la misma camiseta.
La era Tabárez cosechó buenos resultados en mundiales, desarrollando un fútbol muy parecido al que quiso hacer Alonso contra Portugal. A Tabárez en general le funcionó y a Alonso, en lo que va de este mundial, no. Pero si esa monumental apilada de Rodrigo Bentancur en el primer tiempo terminaba en gol, quizás el partido hubiese cambiado y hasta el resultado podría haber sido otro. Y entonces para la mayoría el planteamiento de Alonso habría sido muy inteligente, el entrenador se habría revelado como un sagaz estratega que supo limitar las virtudes de Portugal y sacar provecho de “la nuestra”, esa opción por el no-juego que da razón a la publicidad del comienzo.
No es cierto que Alonso hay planteado un partido con Uruguay esperando en el fondo. Si usted tiene esa sensación repase las escenas iniciales y verá que nuestra selección salió a apretar bien arriba a Portugal, con Bentancur, Vecino y Valverde cerca del área rival. No está ahí, entonces, el problema.
¿Y dónde está? Donde ha estado, salvo excepciones, en las últimas décadas: no sabemos qué hacer con la pelota, porque despreciamos la creatividad, la belleza, el arte aplicado al fútbol. Al espectador que se sienta a ver un partido puede gustarle cómo juega España o cualquier africano o hasta los coreanos, pero para los que saben, esa “no es la nuestra”.
Para el uruguayo futbolero medio el libreto “ofensivo” –antes con Tabárez y ahora con Alonso- se agota en presionar al rival, en tratar de “minimizarlo” –otra vez Tabárez- y aprovecharse de algún error que cometa. Si esto se hace en su campo, hicimos un planteo ofensivo, como dijo Alonso. Y nos contentaremos con robarle alguna pelota que, quizás, pueda darnos un gol.
El mundillo del fútbol uruguayo se ha acostumbrado a despreciar la creación, el arte del dominio del balón, la destreza en la posesión que vemos en casi todos -¿todos?- los equipos que juegan este mundial y en cualquiera que no lo juegue. Para nosotros, más inteligentes que todos y por algo cuatro veces campeones del mundo –porque somos vivos hasta para piratear dos estrellas en la camiseta- eso no es necesario. Si siempre ganamos con “la nuestra”.
Y así, Alonso arma un equipo al que imagina plantado en campo rival, presionándolo y por lo tanto generándole incomodidad, pero se olvida de qué vamos a hacer cuando recuperemos esa pelota que le birlamos. Y entonces coloca a Vecino en lugar de confiar en uno de los mejores mediapuntas de Brasil, y coloca dos centrodelanteros –uno de ellos a todas luces falto de forma- en lugar de otro creativo como De la Cruz, y coloca una supuesta línea de tres con dos carrileros que en realidad es línea de cinco porque, al tener la pelota siempre el adversario, los laterales no tienen más remedio que replegarse.
No sabemos lo que va a pasar el viernes 2, cuando Uruguay enfrente a Ghana en su última chance de redención. Ojalá algo cambie con respecto a lo que se vio hasta ahora pero también puede suceder que no cambie nada, o poca cosa, y la celeste gane. Porque, de nuevo, también jugando así hemos ganado.
Pero pensando en después de Catar, lo que el fútbol uruguayo necesita es un cambio de paradigma, sacudirse ciertas “verdades” que la realidad –esa que nos trae la televisión en el living de nuestra casa- cuestiona un día sí y otro también. Y no para renegar de todo lo bueno que pudimos haber desarrollado durante décadas, sino para ingresar en una fase superadora, en la que se incorpore un concepto del juego que ya nadie desprecia en el mundo.
El cambio es imposible si no se inicia reconociendo la necesidad de cambiar. El problema no es si 4-3-3 o 3-5-2, tampoco si presionar más arriba o esperar, ni siquiera si jugar con dos o con un centrodelantero. Es mucho más profundo, es cultural, si el término cabe al fútbol.
Pasa por entender este deporte como un escenario donde lo que más importa no es lo que el otro no puede hacer, sino lo que uno hace. Mientras sigamos prefiriendo ganar sobre la hora que golear estaremos diciendo que renegamos de lo que podemos hacer y solo nos interesa que el otro no haga. Con esa fórmula, como ha sido siempre, podemos ganar y perder, pero lo que habrá para ver será más de lo mismo. O peor.

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