EL PENSADOR por Antonio Pippo
Se me escapó la tortuga. Es un hecho. Durante semanas me he pasado zambulléndome –con responsabilidad, eso sí- en la idea del consenso y los acuerdos para alcanzar políticas de Estado imprescindibles si un gobierno sin mayorías parlamentarias quiere sobrevivir. O mejor dicho, si quiere sobrevivir el país.
Y se me escapó la tortuga por distraerme en dos circunstancias. Primero, y en pocos días, un aluvión de informaciones escasamente investigadas, junto a otro que provino de las inclasificables redes sociales, me han convencido que mucha gente, a mi juicio demasiada, está hoy preocupada por otras cuestiones de la política vernácula.
La integración del gabinete, por ejemplo. O el carácter realista o metafórico de ciertas declaraciones de algunos dirigentes, porque si de epidemias se trata, la incontinencia verbal goza de buena salud, si se me permite la ironía. Tan así ha sido, que me he imaginado a gran cantidad de ciudadanos en el papel de aquel hombre que concurrió a un milagrero parlanchín y debió esperar por horas que le llegara su turno.
-¿Y usted, amigo, qué vino a pedir para el porvenir?
-Después del tiempo que llevo aquí, no sólo tengo el culo ardiendo de estar sentado sino que sólo espero que la grúa no me haya llevado el coche.
Está claro que uno no es tan cabezota como para no comprender las expectativas en torno a quiénes serán nominados y a qué ministerio, tanto cómo que alrededor de maniobras y comunicados de personas que, ya con el peso de la experiencia, como Sanguinetti, ya en el anadeo político inicial, ligeramente sutil, como Manini Ríos, por caerle a dos y digerir bien, se alimenten especulaciones ruleteras.
Segundo, no valoré debidamente lo que en Uruguay significa “la transición”. En una perspectiva teórica, son esas semanas durante las cuales los que se van transfieren a los que llegan toda la información interna del manejo que se ha hecho del Poder Ejecutivo; pero, si uno echa la mirada atrás sin fanatismos comprobará que, en general –yo, al menos desde que tengo memoria y razono-, quienes acaban de colocar sus posaderas en los ansiados sillones quedan tapizados de carpetas insuficientes, de muy contradictorias informaciones y de una sensación de haber sido timados cuya primera consecuencia es hallar, en el peor momento, barreras para elaborar un presupuesto, una ley de urgencia o cualquier intento de consensuar lo que fuere.
Viene entonces el tiempo del “ve descubriendo dónde está la coneja y luego arréglate como puedas”.
Vuelvo ahora, como audaz visión alegórica de lo que serán estos días, al milagrero parlanchín. Al decir de un escritor español, que hablaba de otra cosa pero sirve, “habrá que aceptar que su gama de pronósticos vaya desde la guerra nuclear hasta un problema de vesícula, de modo que quien entre a su cuchitril de pitoniso para escrutar el porvenir de un parlamentario, saldrá con el diagnóstico de un cálculo de riñón”.
Cambie usted, lector, al milagrero por los emisarios del gobierno saliente con carpetas de “la transición” debajo del brazo y saque a ese tipo que va a la consulta y sustitúyalo por los nuevos gobernantes ansiosos de saber “cómo está todo”, y entenderá sin dudas por dónde discurre el paralelismo.
Y cuáles son los peligros latentes.
Giovanni Sartori solía decir que esto puede ocurrir por tres razones: una, la pérdida de la ética del servicio público; dos, porque sencillamente hay demasiado dinero en el medio; tres, el costo de la política se ha vuelto excesivo y está fuera de control.
No creo que se sortee con facilidad esta peligrosa circunstancia de “la transición”. En todo caso, mi esperanza anida, alicaída, en que aquellos que ahora gobernarán puedan, aun así, manejar un país cargado de problemas sin abandonar la sana pretensión del consenso y los acuerdos para construir las políticas de Estado sin las cuales –todos lo sabemos- el porvenir es oscuro.
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