“¿Qué pasa en esos lugares que no son hechos para ser habitados, esos lugares hechos para estar de paso?” Con esta pregunta se encabeza la comunicación que anuncia el estreno de Los lugares intermedios, debut como dramaturga de María Eugenia Puyol. Veremos varios de esos lugares “para estar de paso” en el transcurso del espectáculo: una sala de espera, un baño público, un aeropuerto o un ascensor. Pero es este último el que, ya en medio del conflicto que nos propone la obra, al detenerse y quedar atascado se convierte en símbolo del espectáculo.
La obra gira alrededor de la amistad entre Bianca y Elisa, dos amigas adolescentes que desde el comienzo nos presentan un universo que siempre se tensa entre las expectativas individuales y las posibilidades de que se traduzcan en realidad. Pero más allá de los sueños confrontados a lo “posible”, la sombra de una situación traumática, casi imposible de “nombrar”, marca a las dos amigas y a un puñado de personajes que giran fundamentalmente alrededor de Bianca. Las dos amigas no logran dar cuenta de una situación que atravesaron juntas, y ante la imposibilidad de afrontarla una de ellas se aísla y se aleja, pero es un alejamiento que solo sirve para evadir. Finalmente Elisa seguirá anclada a ese momento, a ese “lugar” traumático que condicionará su conducta por años. Bianca tampoco puede dar cuenta de esa situación, y su forma de “borrar” esa marca es la que moviliza al resto de los personajes. Veremos finalmente como cada uno de los protagonistas de la obra se aferra a un momento, a un “lugar” que los hunde en sí mismos más que solucionar el problema. Quizá en ese aspecto el personaje más evidente sea Emiliano, el hermano de Bianca, quien se rebela cuando le dicen que permanece atado a un discurso que ni él mismo sabe si es cierto: “¿¡Y qué más querés que haga!? -replica- Tengo que armar una historia… Tengo que armarla porque no tengo una (…) Me piden que me agarre de conceptos abstractos como “angustia” o “depresión”, palabras demasiado grandes, y demasiado inabarcables que no me ayudan a entender, solo empeoran todo”.
Lo que dice Emiliano es relevante desde varios ángulos, por un lado admite que para transitar un dolor necesita dar cuenta del mismo a partir de una “historia” más o menos coherente, más allá de que realmente esté acorde a los hechos. El punto es que esa historia sirve de excusa para no asumir el dolor y en definitiva lo mantiene anclado, más allá de las consecuencias que tiene para terceros. Pero por otro lado aparece esa necesidad tan humana de que coincidan todas las piezas del puzle, de armar un relato coherente a partir de experiencias en realidad fragmentarias y contradictorias. El resultado no puede ser feliz. En el transcurso de Los lugares intermedios veremos a personajes que se hunden en esos “lugares”, que se quedan atados y se oscurecen allí. Y otros que irán logrando atravesarlos, no sin cierta sensación de culpa al sentir que dejan a alguien anclado detrás.
El único reparo que le podríamos hacer a la obra es la última escena. Pareciera que al no poder resolverse la situación de Elisa a partir de la propia dinámica de los hechos se introduce una figura fantasmal, a la manera de un “deus ex machina”, para que logre sanar sus heridas (y alivianar a la platea). El cuestionamiento es parcial, porque se entiende que Elisa salda cuentas consigo misma, pero la forma en que lo hace no nos resultó tan acorde a la lógica general del espectáculo.
En general las escenas giran alrededor de esos hechos determinantes en la vida de las adolescentes a partir de diálogos de gran naturalidad, que nos colocan de inmediato en situaciones cotidianas, cercanas, verosímiles. El puñado de personajes de clase media que protagoniza la historia vive en el escenario merced a un gran trabajo del elenco, que viene de distintos espacios de formación, y de la dirección. Es difícil lograr el equilibrio necesario en un espectáculo de este tipo sin caer en subrayar algunos momentos dramáticos. O lograr que la platea crea en personajes atravesados por contradicciones internas que se comportan, la mayor parte de las veces, de forma torpe ante esas contradicciones. Por otro lado el relato sería contradictorio con el argumento si fuera narrado de forma lineal, pero en ese aspecto hay coherencia entre los temas abordados y la forma en que se presenta. Por un lado hay una ruptura de la temporalidad que propone la historia dando saltos hacia atrás y hacia adelante en la línea del tiempo. De esa manera el espectador solo con el paso de las escenas va descubriendo algunas claves para comprender el comportamiento de los personajes. Y el diseño del espectáculo camina en esa misma dirección. El escenario de la sala Atahualpa se recorta en pequeños “lugares intermedios” que son transitados en saltos temporales, enfocados según la necesidad de la narración. Hasta detalles mínimos del vestuario, como loa auriculares de Elisa, sirven para señalar algún carácter del personaje, en su caso la intención de aislamiento.
Solo queda apuntar que estamos ante un equipo de gente joven pero que ya hace tiempo viene demostrando personalidad propia para dar cuenta de su forma de transitar su tiempo y su lugar. Solo por nombrar dos ejemplos: María Eugenia Puyol, actriz y dramaturga en este caso, integra el elenco de la excelente Vaciar chat que el año pasado se estrenó en el Circular, mientras que Soledad Lacassy, directora aquí, era co-autora y co-directora de la misma Vaciar chat. Vayan a ver Los lugares intermedios y retengan los nombres del equipo artístico que lo pone en pié, ya son parte relevante de la escena montevideana.
Los lugares intermedios. De: María Eugenia Puyol. Dirección: Soledad Lacassy. Elenco: Camila Giannotti, María Eugenia Puyol, Lucía Rossini, Gerónimo Bermúdez, Mauricio Delgado y Rodrigo González.
Funciones: jueves y viernes 21:00 horas. Teatro El Galpón Sala Atahualpa (Av. 18 de Julio 1618).
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