La emigración uruguaya comenzó cuando el país empezaba a percibir que algo se le escapaba de las manos. «O gana la UBD o todo sigue como está…» Fue la consigna política más efectista en las elecciones de 1958. Ni su poderosa industria frigorífica, ni la producción agropecuaria, motor del país, consiguieron percibir los cambios en el mundo. El intento de Luis Batlle de sustituir importaciones con producción nacional contribuyó a no buscar soluciones en el sector más pujante y experimentado: muchos países podían producir heladeras y calefones de forma más eficiente, por lo tanto, la industrialización del Uruguay estaba acotada al consumo interno, sin posibilidades de competir en el mercado internacional, pero no todos los países tenían las condiciones de Uruguay para diversificar y aumentar la rentabilidad de su producción agropecuaria y continuar abasteciendo al mundo con productos alimenticios de calidad.
La crisis interna tuvo varias caras. Pero fue la gran crisis de la clase media, con una creciente inestabilidad laboral, que se expresó a lo largo de toda la década del sesenta, la que acabó generando una tremenda crisis anímica. Si a comienzos del siglo XX la aspiración del productor agropecuario medio era que sus hijos tuviesen una carrera universitaria «Mi hijo el dotor«, a medida que avanzaba la década de los sesenta, la clase media se conformaba con tener un hijo bancario, empleado público o militar. Esa pérdida de confianza fue dando un empujoncito en la incipiente decisión de buscar mejores posibilidades. No existía ni existen instituciones bancarias de fomento. Ya se había perdido la capacidad de ahorro, y el crédito se fue encareciendo progresivamente hasta llegar a superar los niveles de usura.
El Partido Nacional, tras su triunfo en 1958, había puesto en marcha un ambicioso proyecto de desarrollo, que no pudo pasar de elaborar dos documentos, uno de diagnóstico y otro acabó en un plan de desarrollo que abortó antes de que pudiera ponerse en marcha. Para las elecciones de 1966 la ciudadanía había dejado de creer en proyectos y optó por volver a cambiar de rumbo. Lo que fue un serio intento de partir de un reconocimiento de la realidad para intentar un camino de desarrollo tomó demasiado tiempo. La Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE) hizo lo que debía hacer pero el sistema político tenía otro ritmo y otras prioridades. Se impuso la vuelta al Presidencialismo, y el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social nació muerto. Encima, había aparecido lo impensable: un foco guerrillero, inspirado en la Revolución Cubana. Demasiadas cosas juntas se llevaron los emigrantes de los sesenta a los distintos destinos que cada uno eligió para iniciar una nueva vida.
Desde mediados de la década del sesenta los uruguayos no han parado de emigrar. Los que volvieron para probar si podían adaptarse no se identificaron con el país que recordaban y acabaron haciendo nuevamente las valijas para retornar a sus países de adopción. Pesa mucho la melancolía por ese pasado confuso, que se fue deslizando de una a otra situación sin que nadie, en momento alguno, ofreciera una salida decente a los ciudadanos de aquí, y los que se fueron. Algunos volvieron para ofrecer sus conocimientos hasta de forma gratuita, y nadie les dio una respuesta concreta. No pocos uruguayos se han destacado en sus especialidades, pero muy pocos, realmente muy pocos, volvieron y encontraron que este era su lugar en el mundo, como se lo habían imaginado. La Celeste muy bien, ha dignificado la emigración, sus corazones volvieron a latir por una pasión. Pero sacar conclusiones más allá del fenómeno Tabárez, puede resultar demasiado imprudente.
Nuevamente sale el tema del voto de los residentes en el extranjero. Es casi una falta de respeto. La ciudadanía ya opinó, y de forma clara. Pero se vuelve a armar todo un discurso moral cuando, en realidad, sólo se pretende el voto del emigrante y nada más que el voto. ¿Qué se le ha dado a esos uruguayos que por una razón o por otra decidieron alejarse del país? ¿Hay una oportunidad para ellos, por más que se les permitiera volver con un contenedor lleno de herramientas y hasta un coche que aquí valdría una fortuna? Nada. No hay proyecto, no se construyó nada en común con esos uruguayos que han hecho cosas interesantísimas en sus países de acogida. Quienes intentan, ahora, conseguir que en el Parlamento prospere lo que la ciudadanía ya laudó deberían tomar en cuenta que quizás no existan tantas coincidencias con el sistema político uruguayo, con éste u otro partido en el gobierno.
Uno de los tantos miles, compañero de estudios de Jorge Salerno, asesinado por la Policía tras la toma de la ciudad de Pando por miembros del MLN, trabajó en una empresa de prospección minera, en España, y tuvo que resolver muchos casos similares a los de Aratirí. Se ofreció para trabajar gratis en la solución de los problemas derivados de la minería a cielo abierto. Nadie le dio ni la hora. Él sigue tocando muy bien la guitarra y cantando La Llamarada, pero se volvió a España, donde viven sus hijos y nietos españoles. ¿A él, ahora, le van a pedir el voto arguyendo derechos patrióticos? Mejor dejar las cosas como están, a menos que a alguien se le ocurra aprovechar esa enorme cantidad de conocimientos y voluntad que Uruguay ha desparramado por el mundo; pero por un votito no, eso es tomarle el pelo al que debió abandonar el país, porque cuando vuelve con ganas de quedarse se da cuenta que acá nada ha cambiado desde fines de los cincuenta, gobierne quien gobierne.
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