Las múltiples crisis que arrastraba Uruguay, sobre las que ahora se las provocadas por la pandemia, han acelerado los cambios políticos. Este viraje tiene protagonistas cada vez más visibles: el patriciado está de regreso en el poder político.
La referencia al patricio inmediatamente nos remite al clásico análisis de Carlos Real de Azúa de 1961. Sus ideas no se pueden trasplantar como un todo al siglo XXI, ya que estaban enmarcadas en otro contexto, pero siguen siendo muy útiles para inspirar una reflexión de la situación actual. Siguiendo esa inspiración, los actores del núcleo central del gobierno de Lacalle Pou y sus apoyos más directos y consecuentes, pueden ser pensados como un retorno del patriciado.
Patricios y plebeyos
El patriciado no es un sinónimo de oligarquía, aristocracia u otro concepto análogo, y del mismo modo tampoco todos sus componentes son económicamente ricos o políticamente poderosos. Esos resguardos permiten esquivar la rigidez de un análisis de clase, aceptando algunos de sus componentes pero flexibilizándolos.
El patricio está imbuido de un posicionamiento como parte de un “nosotros”, identificado como distinto y contrario a los demás, en especial la “plebe”. Se considera integrante y animador de un “destino histórico dado”, apunta Real de Azúa, promoviendo una “civilidad” frente al desorden o la barbarie. En la actualidad ese mandato consiste en revertir lo que, a su modo, interpretan como el desorden heredado por los anteriores gobiernos del Frente Amplio y sus sustentos plebeyos. Pueden abrazar distintas ideologías, y en el actual gobierno, su núcleo central optó por un viraje al neoliberalismo, entendido en su sentido estricto y original. Sus socios en el gobierno, sean dentro del Partido Nacional, como Colorados, Cabildantes o del Nuevo Espacio, no necesariamente se han dado cuenta de esto, o si lo hicieron están coincidiendo, al menos por ahora, en algunas medidas.
En ese núcleo se ubica el presidente, y sus colaboradores más cercanos, como por ejemplo Alvaro Delgado o Martín Lema. Pero no está restringido a ese grupo del herrerismo, y hay entusiastas participantes desde otras tiendas, como el ministro de ganadería, C. M. Uriarte, que proviene de Ciudadanos (Partido Colorado). Además cuenta con animadores que se despliegan en distintos ámbitos y en todo el territorio, con prácticas en las que predominan efectismos antes que contenidos, obsesionados en la imagen del nuevo orden, y de endeble calidad técnica. Allí están los canales de transmisión y sustento con los municipios (donde un ejemplo es Alejo Umpiérrez, intendente de Rocha, cuyo buque insignia para resucitar al departamento era un hotel 5 estrellas en la playa), con el poder legislativo (ilustrado por el ahora senador Sergio Botana, de Cerro Largo, con sus ideas sobre la tolerancia al alcohol o la legalización del contrabando), o dentro del Poder Ejecutivo (como Armando Castaingdebat, que llegó al MIDES sin saber nada del tema ya que deseaba estar atendiendo asuntos en deportes).
Ese talante se repite en otros ámbitos, como pueden ser actores en organizaciones profesionales, el empresariado, medios de comunicación o académicos. Como ejemplos se cuentan autoridades de la Asociación Rural, que desde un espacio que no es partidario refuerzan al patriciado, o periodistas como Ignacio Álvarez que canalizan explicaciones presidenciales a la vez que las defienden. En esa base heterogénea también están, reconozcámoslo, aquellos patricios que apoyaron al Frente Amplio pero que cambiaron sus preferencias.
El viejo patriciado que estudió Real de Azúa poseía y controlaba la tierra, y si bien esto no es exactamente así hoy en día, de todas maneras son evidentes los vínculos privilegiados con el ruralismo tradicional. Pero eso no significa que exista una íntima asociación con el “agronegocio”, ya que dentro de estos últimos hay protagonistas muy diversos y no todos ellos comulgan con las políticas gubernamentales.
La condición de superioridad que mantiene al patriciado en el poder también requiere el apoyo de muchos que creen en ese orden piramidal y en esa moral. Están en ese vértice porque otros consideran legítima y necesaria esa ubicación. Son los que nutren el respaldo que algunas encuestadoras dicen que recibe el gobierno, y además son muy visibles en las redes sociales aplaudiendo cualquier medida que se tome.
En el patriciado muchos poseen un buen nivel cultural, aunque no todos, ya que lo esencial está en el apego a un orden tradicionalista. Pero sobre ello están las “impostaciones de decoro exterior”, como apunta Real de Azúa, y de las cuales el gobierno exhibe un amplio repertorio. Desde la vestimenta formal y los modismos (tales como “gracias por su pregunta”), al papel del fitness o la importancia del pelo.
Política pura y dura
El reciente relevo en el MIDES es más significativo de lo que se cree, porque ha dejado en evidencia un nuevo escalamiento del patriciado. Eso se expresa en los dichos de pasar a la “política pura y dura”, lo que se traduce en colocar más personas integrantes de ese heterogéneo conglomerado patricio sin importar los saberes técnicos o las experiencias. Lo relevante es la comunión con la misión de imponer un nuevo orden, y los patricios, la “gente como uno”, son los que saben cómo hacerlo.
En el MIDES los reemplazantes admiten, sin pudor, que no son especialistas en la problemática de las políticas sociales. Por ejemplo, la nueva subsecretaria, Andrea Brugman, reconocía que su experiencia era ser seguidora de Carlos Enciso o atender personas en un escritorio, o sea que la fidelidad es más importante que las destrezas. A su vez, en cuanto a la gestión, el patriciado no reniega de asistir a los más pobres, quienes son parte de las masas plebeyas, pero lo hacen desde una postura de caridad, y en ello refuerzan su condición de privilegio, dispensando compasión como si fuera una concesión.
Real de Azúa advirtió que el patriciado era plural, e incluso cobijaba duros enfrentamientos internos, y sólo unas pocas veces logró coordinarse para alcanzar el poder político. El patriciado del siglo XXI, con su giro neoliberal, se explica en el marco de una fuerte disputa por el excedente, lo que no es solamente una lucha por rentas económicas (entendida en sus formas convencionales), sino también por los excedentes sociales y ambientales. El anterior régimen de distribución de beneficios y perjuicios del excedente que organizó el Frente Amplio, se volvió inaceptable para un creciente número de patricios, y a eso se sumó una reacción cultural que ansiaba regresar a un orden y tradición que entendían amenazados. Esos y otros factores hicieron que la única manera de lograr un cambio gubernamental estaba en que los patricios volvieran a unirse. Y lo hicieron.
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