Una de las características históricas del Frente Amplio ha sido el equilibrio de las fuerzas que lo integraron desde su fundación, más o menos alrededor de la fecha establecida: 5 de febrero de 1971.
53 años más tarde se autodefine como “una fuerza artiguista, progresista, popular, democrática, antioligárquica, antiimperialista, antirracista y antipatriarcal, ubicada a la centroizquierda o izquierda del espectro político.”
Esta actualización de la declaración fundacional es, por decir lo más sencillo, una trampa a la memoria. No solo por los cambios que han ocurrido en el mundo sino, sobre todo, por el silencio que ha sido atronador ante la necesidad de emitir opiniones claras y valientes cada vez que fuesen vulnerados los principios declarados por las fuerzas del ancho espectro ideológico-político que se nucleó ante la llamada “Admirable alarma”, que recogía el llamamiento de los ciudadanos, del 7 de octubre de 1970 que habían expresado su decisión de impulsar un gran frente opositor a la tira.nía., presididos provisoriamente por el general Arturo Baliñas.
Indudablemente, el gobierno de Jorge Pacheco Areco impuso un régimen autoritario, que gobernó de espaldas al parlamento y utilizó las medidas prontas de seguridad en lugar de buscar un apoyo amplio y consensuado para enfrentar la crisis política y económica que se derivaba del profundo distanciamiento social que llevaba más de diez años creciendo sin parar, sin que los partidos tradicionales imaginasen una solución inteligente. Una constatación del descreimiento que campeaba dentro de dichos partidos se encuentra en la negativa de Jorge Batlle y Zelmar Michelini a acompañar al general Osear Gestido como candidatos a la vicepresidencia de la república, cuando la crisis que sobrevino a su prematura muerte puso a una persona poco aconsejable en la jefatura de gobierno. Jorge Pacheco Areco tenía los puentes dinamitados con el parlamento que integraba ya antes de la muerte de Gestido. Jorge Batlle no había aceptado el ofrecimiento de Gestido porque estaba convencido de que ganaba las elecciones con solo el apoyo de su sector, y Michelini también se negó a acompañarlo porque el futuro gobierno se llenaría de ministros que procedían de la 15. Gestido-Pacheco consiguieron un 21,27% de los votos; Jorge BatlleJulio Lacarte Muró, un 17,51 %, y Zelmar Michelini-Aquiles Lanza, un 3,90%. En esas elecciones se jugó un resultado que a muchos de los actores políticos les debe haber pesado, pero, en cualquier caso, el gobierno de Pacheco Areco no se caracterizó como una tiranía sino de algo más complejo. Ningún partido político se ha animado a aceptar su responsabilidad en semejante catástrofe política y social.
Es obvio que Pacheco abusó de su poder, militarizó a los empleados bancarios para sofocar la movilización sindical. Reprimió a los estudiantes con rigor desmedido, causando la muerte de Liber Arce, Rugo de los Santos y Susana Pintos. Gobernó con la aplicación abusiva de las medidas prontas de seguridad, y toleró la tortura policial, pese a las denuncias ante el Parlamento. Frente a cada golpe del MLN, una guerrilla que comenzó a manifestarse durante el gobierno de Pacheco, y que respondió en contrapunto con los tupamaros, que escapaba al radar político del país, siendo uno de los puntos de inflexión el secuestro de Dan Mitrione, la exigencia de la liberación de presos y la frustración de las negociaciones, con el desenlace de su ejecución por parte del MLN. Tal vez ese haya sido el punto de no retorno, que se vio corroborado con la sucesión de fugas por parte de los tupamaros, que acabaron vaciando las cárceles; cada fuga más ingeniosa que la anterior, lo que supuso un vapuleo político del gobierno por parte de la guerrilla. Tres días después de la última fuga de la cárcel de Punta Carretas, el gobierno ordena a las Fuerzas Armadas hacerse cargo de la lucha antiguerrillera. Esto marca el segundo movimiento en la constante crisis que acerca el desenlace.
La fuerza “pacífica y pacificadora”, tal como la definiera Seregni, acabó maniatada por una situación que el sistema democrático uruguayo no pudo evitar. Concentró su atención y su discurso de manera que hoy, a más de cincuenta años, sigue siendo una persistente, magnética, asfixiante referencia. ¿Podrán soportar mucho tiempo más los ciudadanos la falta de propuestas concretas para alejarse de aquellas circunstancias que tanto daño le hicieron al país? La lucha persistente en torno al recambio electoral, casi único instrumento que parece regir la actividad política del país, hace pensar en torno a la ausencia de acuerdos de largo plazo, capaces de ampliar sensiblemente las mayorías que puedan permitir políticas que sobrepasen los cinco años de gobierno. Y si bien los partidos políticos democráticos (FA incluido) no pudieron evitar la llegada de la dictadura, tampoco han podido sacar al Uruguay de esta gimnasia partidaria que no rompe la inercia del desencuentro.
¿Será el momento de pensar en cambios como la reelección que permita nuevos acuerdos partidarios, para los que habría que acercar posiciones de largo plazo en torno a soluciones más concretas y menos ideológicas? De hecho, ya Cabildo Abierto ha votado junto al Frente Amplio, y por momentos da la impresión de que tiene más en común que con sus socios de la Coalición Republicana.
El Frente Amplio hace mal en poner el énfasis de su existencia en ganar elecciones en lugar de actualizar una mirada menos estridente y más serena respecto al futuro del mundo y de la región. Algunos de sus referentes regionales han terminado en los juzgados, otros hundidos en el desprestigio.
¿No será el momento de volver a la vieja escuela de la sinceridad en el mensaje a una ciudadanía que se va cansando de ver que delante le colocan el señalero hacia la izquierda cuando, en realidad, se dirigía a la derecha, o viceversa?
Cuando se define como un espacio de centro izquierda parece ser cierto, a pesar del destino de ese espacio dentro del FA (recuérdese las peripecias del Partido del Gobierno del Pueblo, el de Asamblea Uruguay o, ahora el papel de relleno del senador Mario Bergara, en una futura interna entre dos fuerzas (MPP y Partido Comunista), que se adjudicarán la totalidad de la representación del Frente Amplio.
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