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Elecciones, ¿para qué? por Ruben Montedonico

Elecciones, ¿para qué?  por Ruben Montedonico
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Este año, en el cual se harán elecciones por doquier, ha sido escogido por algunos medios y observadores como de pervivencia de la democracia. Estoy de acuerdo en que no ocurre con frecuencia que casi cinco docenas de comicios se efectúen en el mundo en el curso de un mismo año y que las instituciones que las organizan hayan convocado para ese menester a más de la mitad de los ciudadanos del orbe … y se me acaban las coincidencias con esta visión que da paso a una serie de elucubraciones que terminan saludando el “avance” de la cultura política universal, de la civilidad.
Lo anteriormente descrito no procura transitar por los pretextos para impugnaciones de resultados (totales o parciales) sin mayor fundamento; la ruptura de forma espuria de gobiernos y gobernantes legítimamente escogidos; la prevalencia en las decisiones por parte de un poder del Estado sobre el Ejecutivo; la alternancia simple de cargos o la solidificación de regímenes; aquellos que únicamente atienden a sectores del capital con los cuales han adquirido compromisos; etcétera.
Además de las cuestiones indicadas y otras, existe un desapego -generalizado- acerca del valor de las “democracias” y la validez de la opinión del pueblo que no ve, con o sin alternancias, mejoría en su cotidianeidad laboral, política y social. En términos amplios, sostengo que la “democracia” entendida como un cuerpo que valida o invalida el curso de la vida, no goza de buena salud y, en ese contexto, se generan los casos en los que se sufraga por quienes ofrecen caminos (mesiánicos) intransitables desde la derecha más conservadora, el voto que pretexta tradiciones (statu quo) y un creciente “voto con los pies” (ausencias a pesar de ciertas penalizaciones fiscales y/o morales) o creciente número de votos en blanco y anulados.
Si sólo pienso en el continente, aquello que señalo cobra forma de muchas maneras, pero no es distinto a lo que ocurre en las periferias del desarrollo y en más de un caso en él mismo. Sin ir más lejos, en noviembre en EEUU deberán elegir, los demócratas, entre darle cuatro años más a Joseph Biden o un periodo al exmandatario republicano Donald Trump (lo que parece ocurrirá). Ya no se trata de si el actual es un millonario octogenario (además de encubridor -por lo menos- de familiares delincuentes), sino que a sus tropiezos físicos -lo de menos- suma los políticos, lo que le resta posibilidades electorales. En tanto, el septuagenario Trump arrastra unas noventa indagatorias judiciales (incluyendo la propulsión de una violación constitucional) y las imprudencias propias de sentirse liderando una nueva corriente de derecha mundial con seguidores latinos como Bolsonaro y Milei (legítimo gobernante argentino, “esgrimista” de la motosierra y la licuadora, con los que agobia y amenaza a vastos sectores).
Un antiguo servidor estadunidense, Jeffrey Sachs, describe parte de los poderes de su país en una nota de “Common Dreams”: “Con bases militares en ochenta países de todo el mundo y operaciones de la CIA en muchos más, Estados Unidos desempeña un papel notable, aunque mayoritariamente encubierto, a la hora de determinar quién gobierna en esos países y, por tanto, en las políticas que configuran lucrativos acuerdos relacionados con minerales, hidrocarburos, oleoductos y terrenos agrícolas y forestales. Desde 1947, Estados Unidos ha intentado derrocar -al menos- a ochenta gobiernos, normalmente bajo la dirección de la CIA mediante la instigación de golpes de Estado, asesinatos, insurrecciones, disturbios civiles, manipulaciones electorales, sanciones económicas y guerras abiertas.”
Cuando le doy espacio en varias colaboraciones a los comicios en EEUU y en esta misma nota, atiendo -en todo caso- al valor que representa su disposición como nación capitalista-imperialista que ejerce decisivamente dominio en Latinoamérica, lo cual se confirma -si fuese necesario- en el pasaje citado de Sachs: el uso y abuso de la doctrina Monroe en su favor durante 200 años lo confirma hasta nuestros días.
La distribución que corresponde entre las diversas fuerzas de EEUU del presupuesto de Defensa se hizo más notorio en el actual mandato y así salieron fortalecidos los cuerpos de marina y la fuerza aérea, pensados en el dominio de Europa y Asia (la geografía conocida como Eurasia) a los que agregaron las sanciones contra Rusia, pasando a segundo término la disputa con China Popular.
En favor de Trump hay que decir que bajo su gobierno EEUU no se embarcó en ninguna guerra y hoy son justas sus críticas. Sachs complementa: “El sector de política exterior está dirigido por una camarilla pequeña, secreta y muy unida, que incluye a los altos mandos de la Casa Blanca, la CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono, los Comités de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y el Senado, y las principales empresas militares, como Boeing, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman y Raytheon”.
De su lado, Vladímir Putin fue capaz de hacerse organizar unas elecciones que renovaran su mandato, en medio de una guerra (que se supone le agregará territorios a Rusia) y estrechó su relación con Pekín, se asoció definitivamente con Nueva Delhi y exportó más que otros tiempos. En el contexto de la guerra en Ucrania -reitero mi visión de que se trata de un conflicto armado intercapitalista- parece poco creíble el porcentaje comicial de más del 82% por Putin, tal vez obtenido sin fraude pero con una enorme dosis de represión (no sólo por la muerte de Alekséi Navalni) que posibilitó adelantar el resultado de una compulsa en la que fue, en realidad, el único candidato con posibilidades.
Aunque se desprende del propio texto, entiendo que es mi obligación indicar que la mayoría de los conceptos expresados nada tienen que ver con mis deseos o con consideraciones que escapan a lo político-militar, no dejando de lado las iniciativas de EEUU, las provocaciones occidentales ni el hecho de la invasión rusa: tanto le corresponden responsabilidades alícuotas a Victoria Nuland como a Vladímir Putin.

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