Angie Oña empezó a hacer teatro de adolescente y más allá de las motivaciones puntuales siempre sintió que había un gran potencial político en esa actividad artística. El año pasado contaba a Voces “Yo estaba convencida del poder revolucionario del teatro (…) Ahora de veterana, repasando la situación, creo que descubrí un terreno en el cual manifestarme. Hubo un montón de cosas que empecé a exteriorizar y a vivir gracias al teatro. Y como ya en aquella época era anarquista, pensaba que el teatro era un vehículo de «propaganda» si se quiere, y empecé a hacer teatro porque sentía la necesidad de generar conciencia, de abrir cabezas, de cambiar el mundo” (Voces N° 732).
En aquella entrevista Angie se refirió a un momento de quiebre que la llevó a repensar su práctica teatral, algo que derivó en el espectáculo Ser Humana (2018) que a su vez fue un hito en su trayectoria. Por ese entonces volvió a defender de forma pública su pensamiento libertario, y ante cierta incomprensión de parte del medio afirmaba: “Sé que hay gente que no puede vislumbrar otra realidad, pero creo que es importante insistir en que esta no puede ser la única realidad posible. Y creo que hace falta mucho trabajo personal (…) creo que es impresionante como está lo social y lo personal tan desvinculado en nuestra concepción del mundo. Esto es una cosa en la que insistía mucho Emma Goldman”.
La búsqueda de coherencia la lleva a formar un colectivo militante que participa con intervenciones artísticas en marchas como las del 27 de Junio (aniversario del golpe de estado) y 24 de Agosto (recordando la masacre en el Filtro) y también en indagar en la personalidad de Emma Goldman: “un personaje alucinante, perfecto para decir un montón de cosas que tengo ganas de decir, reivindicar y reflotar”. Esta última afirmación es relevante, porque Angie señala que a partir de Emma va a poder decir cosas que ella quiere decir. Onírika, espectáculo con textos y actuación de Oña y dirección de Freddy González, es una obra en la que hablan las dos mujeres. Habla la activista anarquista que fuera marcada a fuego por los sucesos que derivaron en la ejecución de “los mártires de Chicago” y que escribió “El significado social del drama moderno” (1914), analizando a Ibsen, Hauptmann, Wedekind, o Chejov, entre muchos otros. Y habla la activista anarquista-teatral que reivindica -en el escenario y en su laboratorio, pero también en las calles- el sueño revolucionario de Goldman.
Oña es una actriz potente, cuando aparece en el escenario su energía parece modificar el espacio. En este caso un espacio despojado, con un estrado central que servirá para escenificar la capacidad oratoria de su personaje. Emma Oña se dirigirá al público en un castellano “intervenido” que facilitará la ubicación del personaje como extranjero. La historia rápidamente se instala a fines del siglo XIX en los Estados Unidos de expansión industrial que prometía un nuevo mundo a los recién llegados. Pero, descubre Goldman, el crecimiento industrial se sustenta en la explotación, y quienes osan reclamar por mejores condiciones laborales son perseguidos y anulados por el aparato estatal: policía, poder judicial y parlamento. A ese conglomerado de clase explotadora se suma la capacidad mediática de criminalizar las acciones de protesta, y Goldman verá como se condena y ejecuta sin pruebas a militantes anarquistas primero, y cómo se genera una campaña de prensa contra ella misma que la llevará a la cárcel más tarde. Oña se mueve en el escenario, convirtiendo el repaso por los acontecimientos centrales de la vida de Goldman en momentos de confesión personal. Pero ese aspecto más íntimo del espectáculo, al que no le falta ni la elaboración de un trago que se comparte con el público, tiene momentos de ruptura cuando la actriz se sube al estrado y, casi a modo de flashbacks, se explaya en oratorias cargadas de combatividad. En esa alternancia entre la confesión más íntima y el discurso más explícitamente político se cuela la faceta punk de la actriz, quien toma la guitarra no desde el virtuosismo técnico sino desde la necesidad expresiva más visceral.
En esa triangulación espacial, y entre los momentos de la vida de Goldman más bien públicos, aparece la militante que busca coherencia entre la vida privada y la vida pública. La que practica el amor no carcelario, y la que no deja de señalar las contradicciones entre los propios militantes anarquistas. En particular se señalan las dificultades para una militante mujer aún en esos ámbitos en que la libertad individual es una bandera. Pero esas contradicciones no son señaladas con decepción, sino más bien como aspectos a corregir de una militancia que se permea, inevitablemente, de muchas de las prácticas que pretende combatir. Al momento de señalar contradicciones no falta la que acusa a las feministas sufragistas de reivindicar el voto. Como se sabe, Emma no luchaba por “democracia” sino por un orden social distinto al capitalista liberal, y no entendía que se reclamara algo sustantivo a ese orden. “Si el voto sirviera para algo estaría prohibido” remata finalmente. Quizá uno de los momentos más dolorosos de la vida de Goldman sea el desencanto con el proceso revolucionario soviético. Oña no obvia señalar este punto, pero tampoco se detiene en ese momento, prefiere finalizar el repaso por la figura de Goldman reivindicando el proceso revolucionario español, ese que en Barcelona derrotó al golpe de estado fascista y por varios meses mantuvo a raya tanto al franquismo como al gobierno liberal de Companys y a la burocracia estalinista.
Onírika es una obra militante, pero funciona como espectáculo teatral merced al excelente trabajo de la dupla Oña-González. Ese recorrido por el espacio, que hace que la actriz pase del diálogo íntimo con la platea a la oratoria de barricada o que meta distorsión cuando haya que “gritar verdades”, resulta central para dinamizar una obra en que se reivindica mucho más que a Emma Goldman. Porque Onírika no es una obra arqueológica. Onírika no reivindica las luchas del pasado. Onírika reivindica la posibilidad de pensar, hoy, en otra forma de organización social. Como dice Ivonne Trías en otra página de esta misma edición de Voces: “la imaginación es un asunto político; las cosas son así, pero podrían ser de otro modo”.
Onírika. Texto: Angie Oña. Dirección: Freddy González. Elenco: Angie Oña. Iluminación: Fernando Scorsela. Asistente de dirección: Camila Cazet. Escenografía: Freddy González. Vestuario: Angie Oña. Fotografía: Oriana Larrea Díaz. Diseño gráfico: Pablo Mejías.
Funciones: jueves y viernes, 21:00. Teatro Victoria (Río Negro 1479). Reservas: 091 364 072 (únicamente mensajes de Whatsapp)
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