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En recuerdo de Jean-Joseph Mounier por Ernesto Kreimerman

En recuerdo de Jean-Joseph Mounier  por Ernesto Kreimerman
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Posiblemente su nombre no signifique nada para la inmensa mayoría de los ciudadanos de estos días. Sin embargo, Jean-Joseph Mounier fue un hombre inquieto, un ciudadano en el sentido intenso con que se lo entendía en los tiempos ferméntales de la Revolución Francesa. En muchos sentidos, fue un hombre del derecho, y un activo militante político. Aún así, fue parte de un grupo político que se constituye en medio de la vorágine, denominada “los monárquicos”, que estaban persuadidos de la necesidad de tomar el ejemplo del modelo inglés, de una monarquía constitucional, al estilo del sistema de Westminster. Pero también fue algo más trascendente, y creo que por ello merece ser recordado.
Es que a su inspiración y tozudez debemos los primeros tres primeros artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada el 6 de agosto de 1789. Pocos días después, el 28 de setiembre del mismo año, fue elegido presidente de la Asamblea Constituyente. Sin embargo, del zenit de su acción política destacadísima pasó, en poco tiempo, a su ocaso temporal. Es que al fracasar en su intento de dar aprobación a otras iniciativas y, al mismo tiempo, oponerse a las tendencias de una mayoría, Mounier optó por renunciar a su condición de diputado, retirarse a Dauphiné. Para entonces, algo recurrente en aquellos tumultuosos días, Mounier se fue convirtiendo en sospechoso de las causas de las mayorías circunstanciales, y en 1790, prudentemente se refugia en Suiza.
El auge y caída de Jean-Joseph es tan intenso y breve como eran los acontecimientos en aquellos días transformadores. Ya con Napoleón Bonaparte en el poder, Mounier vuelve en 1801 a Francia. Es cuando Napoleón lo designa prefecto del departamento de Ille-et-Vilaine. Allí cumplió con la labor de reorganizar administrativa y políticamente la burocracia estatal. En 1805 vuelve a ser reconocido, siendo designado consejero de estado. Murió el 28 de enero de 1806.
Su origen
El padre de JJ era un comerciante de telas. Por su buen pasar económico familiar, accedió a una buena educación antes de ingresar a la universidad. Un tío suyo, párroco, fue su docente y tutor. No fue hombre de negocios. Intentó la gloria de una carrera militar a la que renunció y se orientó al ejercicio del derecho. Destacaba, por entonces, como un ávido lector de Montesquieu. Quizás por ello, comienza a ganar fama de hombre equilibrado y admirador de las instituciones democráticas, “con un tufillo británico”, afín al concepto de la monarquía parlamentaria.
Con estas ideas, Mounier sería una de las figuras destacadas del Día de los Azulejos, del 7 de junio de 1788.
Motín en Grenoble
Aquellos días de junio-julio de 1788 transcurrían cargados de pasión y de acción. Junto a Antoine Barnave, un destacado político que vivió entre 1761 y 1793, fueron destacados promotores del Día de los Azulejos. Así se recuerda el motín del 7 de junio en Grenoble, cuando los insurgentes se enfrentaron a las tropas. Mientras esto ocurría, una revuelta parlamentaria daba respuesta al intento de reforma del ministro de Justicia, Chrétien-Francois de Lamoignon de Basville (1735-1789), un proyecto elaborado con la colaboración del contralor general de finanzas, Étiene-Charles de Loménie de Brienne (1727-1794), un destacado cardenal, político y ministro.
Este motín, según destacan los historiadores, se caracterizó por un destacado papel de las mujeres. Fue un motín que alertó a la autoridad real de la profundidad del problema. No fue una revuelta desordenada, sino que el desarrollo de los acontecimientos revelaba cierta planificación.
El Día de los Azulejos ocurre apenas un mes después del 8 de mayo, cuando Lamoignon intenta una reforma que desata las protestas y la acción directa de los desconformes. Es que la reforma, en uno de sus aspectos más negativos, abolía el derecho de protesta de los tribunales soberanos (léase Parlamento de París y los provinciales, Tribunal de Ayudas, de Cuentas y otros), algo que ya resultaba intolerable.
Después del Día de los Azulejos (7 de junio de 1788), fue, junto con Antoine Barnave, uno de los iniciadores y principales representantes electos de la asamblea que se reunió en Vizille el 21 de julio de 1788, durante la cual un centenar de notables de las tres órdenes del Delfinado (clero, nobleza y Tercer Estado), se unieron para obtener el restablecimiento de los Estados Provinciales del Delfinado y la convocatoria de los Estados Generales, en la que exigen que los representantes del tercero sean dos diputados por cada noble y un clérigo8.
El 1 de septiembre de 1788, los Estados del Delfinado, reunidos de nuevo, declararon, «como regla general, que las órdenes y las provincias deberían deliberar juntas, los votos deberían contarse por cabeza, y el Tercer Estado debería tener el doble de representantes de las otras dos órdenes».
¿Por qué recordar a Mounier?
Como fue dicho, a Mounier corresponde la conceptualización y redacción de los tres primeros artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, un texto que ha sido fuente de inspiración de los ideales democráticos, y de las revueltas populares que lucharon por libertad y la democracia. Hoy, en estos tiempos de concentración de poder y riqueza, de deterioro de la institucionalidad democrática, de bulos y mentiras, vale la pena recordarlos, y rescatar a su redactor del anonimato.
Estos son los tres primeros artículos:
“1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común.
2. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
3. La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún individuo, ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella”.

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