In memoriam del asilado nordestino Djalma Maranhão a 50 años de su deceso en Montevideo.
Brasileños y extranjeros enfrentan, en tiempos complejos para la nación-continente, la singularidad de la degradación institucional impulsada por un Ejecutivo que desata la especulación sobre el futuro con la reflejada sombra que navega por la posibilidad de un golpe de Estado en ciernes (de variada etiología) contrario al advenimiento de una administración democrática, sin amenazas dictatoriales. Lo que suceda en Brasil no sólo afectará la vida de 215 millones de sus habitantes, sino que tendrá repercusiones -como ondas concéntricas- sobre el conjunto del subcontinente y más allá.
Los efectos de lo que acontezca en esas tierras afectará tanto a aquellas pequeñas naciones que se han “recostado a su amparo” (Paraguay y Uruguay) como a los que tienen parte de sus producciones privilegiadamente absorbidas por la gran entrada paulista. Lo que suceda ocasionará ópticas políticas distintas para quienes ansían un Brasil que actúe cual “sargento de órdenes del imperio”, ahilado automáticamente a EEUU, y aquellos que abrigamos esperanzas de un cambio regional que posibilite la integración -al menos progresista- sustituta de imposiciones subrogantes de soberanías. Subyace para algunos sectores ligados a Brasil una extendida puja entre el neoliberalismo occidental y el globalismo del Estado chino (más Rusia), en una lid no democrática entre un imperio declinante y otro ascendente.
Por otra parte, la connivencia de sus autoridades compromete la credibilidad pública hacia lo oficial. Ocurrió, por ejemplo, con la participación de militares -en actividad o retiro- que desviaron recursos (según versiones circulantes) asignados a comprar vacunas contra la covid y favorecieron con ello el “overhall” en aeronaves de las FF.AA. (con las “debidas propinas” para quienes torcieron la partida) mientras los pocos biológicos adquiridos lo fueron con sobreprecios (favoreciendo a los intermediarios). El presidente y sus amanuenses consintieron estos actos, igual a lo hecho por civiles en un sinfín de otros mortales casos.
Increíble, para algunos extranjeros, es que en las páginas de un periódico de derecha, O Globo, publiquen opiniones de Merval Pereira cuestionando al fascistoide presidente, que amenaza con una dictadura, intentando lo que no consiguió su mentor, Donald Trump: un autogolpe para quedarse en el gobierno. Admito que mi reflexión coincide con la publicada por el referido diario: Bolsonaro no tiene para su maniobra apoyo popular; tampoco su acción cuenta con mayoría de la oficialidad de las fuerzas armadas locales y ni siquiera goza del visto bueno de Joseph Biden (quizás, sí de núcleos de la inteligencia). Washington parece imposibilitado para impedir las acciones de Bolsonaro, aunque Brasilia esté crecientemente aislada internacionalmente; hasta ahora, en apariencia, sólo tiene el mando de fuerzas policiales y paramilitares en un puñado de ciudades.
Un respetado amigo y querido maestro, me escribe como si fuera un título-catástrofe: Golpe en Brasil. Enseguida agrega: “Hay muchas razones para pensar en que es algo imposible en esta época”. Y reflexiona: “Sin embargo, no se puede olvidar de que ya hubo un golpe en Brasil en esta época… Cierto que fue contra la supuesta ‘izquierda’ del PT. En realidad, fue contra la autonomía estratégica creciente de Brasil en la geopolítica de América Latina, y contra las grandes empresas públicas y privadas del capitalismo brasilero. Y en este momento el real desgobierno de Bolsonaro quizás no compense su entreguismo.”
Entonces, ensancha su pensamiento al sumar a lo interno el factor externo, conjeturando que “por eso podría surgir alguna salida que mate dos pájaros de un tiro: por un lado, impedir la molesta ecuación desarrollista y autonomista del Brasil de Lula, y por el otro densificar o consolidar un gobierno de transición larga, que alinee totalmente al país detrás de la estrategia antiChina y antiRusia.” Concluye: “Claro que eso supondría debilitar antes toda veleidad nacionalista de las fuerzas armadas de Brasil o lo que queda de ella. En resumen, el panorama es confuso, difuso y delicuescente… por ahora…”.
En contra de la opción autogolpista y de un eventual quiebre del Estado de Derecho, me figuro que no cuentan con el apoyo de la mayoría de las decenas de partidos que integran el Congreso (entre los que hay algunos representantes del neopentecostalismo) ya que estos perderían sus posibilidades de negociar con el Ejecutivo -parte integrante del poder- su expansión y hasta su propia existencia.
En tanto, la degradación institucional promovida por la presidencia busca impedir, de cualquier manera, las elecciones de 2022, explorando acabar con la institucionalidad, deriva en los hechos en la existencia de una “democracia virtual, tutelada” con una sociedad que vive intimidada.
De llegarse a una instancia comicial, la opinión del analista brasileño Carlos Alberto Almeida es de que el mandatario quiere «tensionar el proceso político y decir, en caso de que tenga un resultado electoral desfavorable […], que hubo fraude».
Si como la mayoría de las encuestas predicen, el sindicalista exmandatario y preso político Lula es presidente, se cerrará un ciclo que -contando pocos hitos- tuvo etapas que partieron de la destitución de Fernando Collor de Mello (hoy asesor económico), pasaron por un golpe contra Dilma Rousseff y descarrilaron un seguro gobierno del PT al encarcelar a su líder.
De no resultar juzgado y preso por sus tropelías, Bolsonaro pasará a la historia por acometer, tratando de enterrar, la democracia postdictadura con su neoliberalismo vendedor de bienes de la nación al accionar el Plan Nacional de Desestatización; actor extranjerizante de la industria nacional; acusado de intencionales incendios del Amazonas; con sonados fracasos y corrupción en relación con la pandemia y sus consecuencias mortales; en el ámbito internacional dejará a Brasil rayano en el descrédito.
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