¿Es posible una nueva Concertación Nacional?
Hace unos días Cabildo Abierto planteó la necesidad de un diálogo nacional sobre diversos temas. También el Frente Amplio por iniciativa de Fernando Pereira hizo un llamado a un ámbito de negociación entre los partidos políticos, para buscar soluciones en diferentes ámbitos y para combatir el discurso del odio. ¿Es viable encarar un proyecto de este tipo? ¿Se puede retomar aquella instancia de la concertación Nacional Programática a fines de la dictadura? ¿Se pueden juntar gobierno y oposición y llegar a medidas concretas? ¿Lograremos de una vez por todas políticas de Estado? ¿Tan difícil es lograr consensos en seguridad y educación por ejemplo? ¿Tendrá el sistema político la capacidad lograr acuerdos? ¿Levantará el guante el presidente de la Republica sobre este desafío?
Suma cero por Roberto Elissalde
“No son tiempos electorales; hoy debemos concentrarnos en solucionar los problemas de la gente. Ya llegará el momento de las candidaturas.”
Increíblemente, esta mentira repetida mil veces no ha logrado convertirse en realidad. Los partidos políticos uruguayos viven en permanente competencia: desde el 2 de marzo del año en el que empieza un nuevo gobierno al 28 de febrero del año en el que termina. Pero tienen cierta vergüenza de ser lo que son: organizaciones permanentes, diseñadas para captar poder para transformar la realidad (o para mantener el estado de las cosas). Los y las representantes creen que esa mentirilla los acerca a un pueblo que no vive la política como responsabilidad cotidiana sino como un show quinquenal en el que se dicen y prometen demasiadas cosas pero que aturde y disgusta. Esos políticos creen que parecerse a esa imagen construida de un pueblo elector puede tener una respuesta en votos en el largo plazo. Hablar de grandes coincidencias nacionales puede parecer tranquilizador, pero la esencia de la política local es la competencia por diferenciarse del otro modelo de país.
La Concertación Nacional Programática (CNP) de fines de 1984 y comienzos de 1985 no reunió a todos los partidos políticos sino a todos los opositores al régimen militar de Gregorio Álvarez y sus apoyos civiles. Éstos, en retirada desordenada, no participaron; eran los derrotados del momento. La responsabilidad de construir le iba a corresponder a algunos de los sectores antidictatoriales y por eso se juntaron en la Concertación.
Hoy, con el país dividido ideológicamente en dos mitades casi iguales, es imposible ver el incentivo que tiene ensayar una convergencia política.
En ambos bloques se producen escaramuzas con la esperanza de mostrarse ante los electores en un formato no electoral, pero pensando siempre en el último domingo de octubre. El Partido Nacional, férreamente alineado con el Presidente, trabaja para la postulación de Álvaro Delgado, confiando en que sus opositores internos están desbandados y sus aliados multicolores no tendrán más remedio que apoyarlo en noviembre de 2024. El Partido Colorado, luchando por sobrevivir, no ha descubierto una manera de respirar que no sea a través de la nariz de Julio María Sanguinetti y no puede expresar una estrategia que no sea a la sombra de los seguidores de Aparicio Saravia. Cabildo, por su parte, es como un alien necesario pero potencialmente devorador del equilibrio interno de la mitad oficialista.
Algo similar ocurre en el Frente Amplio, donde las dudas parecen ser si habrá dos o cuatro precandidatos presidenciales. Pero esos dos o esos cuatro también necesitan proyectarse hacia el electorado como portadores de una verdad diferente o mejor.
¿Por qué deberían todos ellos abandonar sus estrategias sectoriales y dedicarse a elaborar políticas de consenso para los temas trascendentes para el país? Ya lo dijo Guido Manini: “un error y perdemos”. Y mostrarse iguales a los otros puede abrir el camino para terceros en discordia.
No se puede demonizar al adversario político y al mismo tiempo sentarse a construir país con él. La lógica actual de todo el sistema político uruguayo es la de que cada voto que pierde mi sector se va para el otro campo. El resultado total es la suma cero y por lo tanto todos entienden que deben continuar con sus estrategias propias antes que aplazar la competencia por el premio mayor de 2024.
Las políticas de Estado podrían estar en el orden del día en una situación de crisis sistémica (como sucedió en los años terminales del cáncer dictatorial) o cuando la diferencia entre los bloques sea amplia y los actores no piensen que pueden arriesgar el resultado final. Hoy, la lógica de todos es la de sumar para su media naranja. Las grandes coincidencias se aplazarán hasta un momento menos peliagudo.
Carniza para vacilantes por Miguel Manzi
¡¡Alfredo García desenterró a la CONAPRO!! Es lo mismo que hablar de Ramsés II. Es, además, carniza para nostálgicos y utopistas. Yo estaba ahí, pero los que nacieron después del Pleistoceno, sepan que la Concertación Nacional Programática funcionó de manera espasmódica entre septiembre del 84 y febrero del 85. Fue, en principio, una declaración conjunta de los partidos a la salida de la dictadura. Y después de las elecciones del 84, hubo un par de meses de reuniones en las que participaron, además de los partidos, representantes de las corporaciones más activas y de las bullentes organizaciones de la sociedad civil. Aún en esa coyuntura restauracional, no se alcanzaron acuerdos sobre educación, seguridad y otros temas (https://elpais.com/diario/1984/11/18/internacional/469580417_850215.html). ¿Alguien imagina que cuarenta años después será distinto? Pregúntenle a Mujica, quien tras proclamar “Educación, educación y educación”, confesó que en el Frente Amplio “no me la llevan”, y al terminar su mandato concluyó que para hacer alguna reforma “Hay que juntarse y hacer mierda a los gremios” (https://www.elpais.com.uy/opinion/editorial/les-falta-educacion.html). Es evidente que esto no se arregla con “un gran diálogo nacional”. Ocurre, lectores de este medio plural, que la democracia, como se la concibe y practica al cabo de 2.500 años en los países desarrollados de Occidente, POR DISEÑO, NO ES la construcción de consensos. Los regímenes de consensos (Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China, de nuevo Rusia, hay más) se construyen sobre la tortura, la prisión y/o la muerte de los disidentes. Cabildo Abierto y el Frente Amplio no comulgan integralmente con las lógicas democráticas (corporativistas unos, marxistas otros, antiliberales ambos), por eso no se conforman con discutir en el Parlamento, ni se resignan a inclinarse ante las expresiones de las mayorías (siempre coyunturales) cuando se expresan dentro de la ley. ¿Por qué no se resuelven de una vez los grandes temas nacionales? ¿Por qué no se alcanzan soluciones más “contundentes”? Precisamente porque en la democracia no se “hace mierda” a nadie, y en las decisiones mayoritarias se contemplan -en alguna medida- las posiciones de las minorías. Las democracias en general, y el sistema político uruguayo en particular, están llenos, pletóricos de acuerdos, grandes, medianos y chicos, explícitos e implícitos; y también de políticas de Estado. ¿Puede así la democracia occidental erradicar todas las injusticias del mundo? Está claro que hasta ahora no. Pero son robustas y contundentes las evidencias en punto a que las “visiones alternativas” tampoco lo logran y, más temprano que tarde, arrasan con la libertad.
Acuerdos ¿posibles? Pues no. Por Gustavo Melazzi.
1) No sería cualquier “acuerdo” sino concordar en temas relevantes para el desarrollo nacional. Un diálogo; un ámbito; in extremis una concertación. Parece lógico esperar que no sean puros discursos ni promesas.
2) Al mencionar “temas relevantes”, se debe evitar el peligro de enfocarlos aislados entre sí. Cualquiera, y todos ellos, se ubican en un conjunto integrado que tiene su lógica y coherencia. Del mismo modo, tampoco puede alguno catalogarse de “neutro” o “pragmático”.
Aquí está la clave. Porque en ese conjunto se da una determinada correlación de las fuerzas sociales en pugna, donde una predomina y marca las tendencias fundamentales. Ejerce su hegemonía y se la acepta como tal.
Si permanece durante un período largo (con resistencias o conflictos que no la cuestionen) sería posible referirse a ella como “política de Estado”.
Desde ya podemos señalar que si los “temas relevantes” a considerar afectan la lógica, coherencia, etc. del conjunto; es decir, si cuestionan la hegemonía, no parece lógico suponer que sus representantes acepten debatirla sin más.
3) A partir de estos señalamientos, un Gran Acuerdo Nacional; un Pacto Social por el Desarrollo, (o como pomposamente se quiera llamar; no es éste el caso) podrían cristalizar, por ejemplo, luego de una guerra, que además cuestionara la hegemonía preexistente.
De pronto sería posible comparar (lejanamente) esta situación a la de la Concertación Nacional Programática a la salida de la dictadura cívico-militar. Participaron sectores, grupos y personalidades de las más diversas posturas y elaboraron un interesante programa para el futuro gobierno legal. Pero el diagnóstico de la situación fue errado, al suponer que la hegemonía no estaba muy definida . La historia demostró que permanecía incólume. Al asumir, el gobierno la archivó.
4) Por supuesto que proponer “diálogos”; “ámbitos de negociación” o similares, es correcto. Pero ¿es necesario para ello crear un espacio específico? Entonces ¿para qué está el Parlamento? En él, múltiples y diversos representantes debaten democráticamente las propuestas, los hechos y demás. Seamos cuidadosos y no demos lugar a pensar que la “política en serio” no encuentra allí un sitio relevante y se la considere en el Poder Ejecutivo y/o los medios, por ejemplo.
5) Voces ejemplifica con Educación y Seguridad como temas relevantes. Nadie cuestionará a la primera, pero quizás alguien piense que Seguridad es más pragmática, o neutra, por lo cual vale la pena abundar un poco en ella.
Lo más sencillo es señalar que al concepto (vulgar) de Seguridad debiera agregarse la seguridad en el empleo y los salarios; el futuro de la familia, etc. Pero sus vínculos e interrelaciones con el sistema y su trasfondo ideológico y político van más allá.
Zygmunt Bauman la enfoca articulada con el actual modelo neoliberal dominante y su estrategia de capitalizar el miedo, sumándolo a la ansiedad que genera el sistema. Ante el retiro de los servicios públicos por parte del Estado y de un respaldo comunitario y solidario, se individualizan las posibles resistencias, pero es un círculo vicioso, que distrae y satura nuestros hábitos diarios . La seguridad ha pasado a ser, también, un “elemento central”.
Demagogia y democracia en el imperio de la ira por Andrés Scavarelli
La diferencia básica entre la democracia y la demagogia, siguiendo la clasificación antigua dada por los griegos es qué la primera es el imperio de la mayoría para el bien común, mientras qué la segunda es el imperio de la mayoría para el bien de la mayoría.
Pero podemos, a la luz de las centurias y en este siglo XXI agregarle un ingrediente más, diciendo qué la democracia es aquel sistema dónde la dirigencia se encarga de escuchar la voz del pueblo, sintetizarla, canalizarla de forma constructiva al tiempo qué calmar los extremismos qué surgen de las hordas fanatizadas y destructivas que se generan dentro de los colectivos.
Lamentablemente el mundo nos está mostrando una forma de ejercer la democracia desde lo partidario qué se asemeja a la demagogia, con dirigencias qué en lugar de canalizar, sintetizar, racionalizar y en definitiva construir desde la perspectiva sectorial, lo que hacen es ser la voz estridente de las posiciones más radicales de aquellas hordas, cuándo no fomentar, exaltar y radicalizar aún más los sentires iracundos de los bandos.
Hace cerca de 2000 años Lucio Anneo Séneca ya decía qué “la ira es una especie de locura, porque nos hace darle máxima importancia a lo qué no la tiene en absoluto” y qué ella, la ira, es “…la más terrible e ingobernable de las emociones (…) es pura agitación, violencia, deseo de agredir, de herir, de atormentar, de dañar al prójimo, incluso a expensas del propio bien…” (Séneca, “El arte de mantener la calma)
A la luz de esas venerables palabras podemos concluir con cierta sencillez qué vivimos en una sociedad iracunda, dónde la gente, muchas veces busca más el mal del enemigo qué el bien propio y no es necesaria demasiada elaboración para ver esto, lo hemos testimoniado días atrás cuándo en el clásico hubo voces dirigenciales de un club recriminando a un jugador de sus propias filas por el intercambio de camisetas con un adversario deportivo, agregando qué la camiseta de ese club rival jamás debería entrar en el vestuario de este adversario. Esto demuestra de forma ejemplar la diferencia entre democracia y demagogia, la diferencia entre lo qué es una verdadera dirigencia de lo qué es una actitud fogonera de escaladas conflictivas.
Me parece bienvenida toda iniciativa qué se proponga de diálogo nacional, de instancias interpartidarias pero estas deben tener cómo base la congruencia entre lo qué se propone hacia afuera y lo qué se dice hacia adentro, lo qué se le dice a la prensa o a los adversarios y las palabras qué se usan con los propios militantes o adherentes.
Sí hacia afuera se habla de diálogo con adversarios y hacia adentro se habla de enemigos, de luchas o se manejan términos absolutistas sobre las propias posiciones o de forma despectiva y denigrante hacia el rival al extremo de visualizarlo cómo enemigo, pues el diálogo no será real, se tratará de una mera puesta en escena para simpatizar a la legión no articulada de indecisos, moderados y centristas qué nuestra sociedad alberga y quienes, me atrevería a decir, son o somos cada vez más.
Muchas veces el dialogo surge del miedo, de la desesperación para superar momentos sombríos de la historia, Séneca escribió aquellas palabras luego del terrible mandato de Calígula y durante el de Nerón, la humanidad constituyó un régimen de protección de derechos luego del horror de las guerras mundiales y en nuestro Uruguay, algo similar luego de los años de dictadura.
Hoy no estamos en escenarios semejantes, pero el auge de populismos, de demagogias, de tiranías y de guerras a nivel global nos hablan de una sociedad cada vez menos proclive a la moderación y de una dirigencia temerosa de ponerle un freno a esa ira social.
Ojalá qué el diálogo se genere y qué no debamos esperar a tener el agua al cuello o la sangre al río para entender qué lo qué se dice en la interna se debe sostener en lo externo y viceversa, o más claramente, qué es necesario qué la sociedad entienda qué el valor máximo es la paz, qué debemos cultivar y construir la paz en todas las cosas, sean pequeñas o grandes, al tiempo qué la dirigencia debe tener la sabiduría y el valor de refrenar los impulsos destructivos e iracundos de las hordas y canalizar esa pasión o inconformismo de una manera constructiva dónde el diálogo es la única forma constructiva o no autodestructiva.
Hay un estudioso, un sabio contemporáneo de los estudios para la paz qué da vuelta a una vieja frase del regente romano Julio Cesar, este sabio actual llamado Johan Galtung dice “sí quieres paz preparate para la paz” (sí vis pacem para pacem), sí los dirigentes políticos y de cualquier otro ámbito, quieren generar espacios de diálogo, lo primero qué deben hacer es construir y preparar a la gente a la qué dirigen y representan, para la paz, para el diálogo y la negociación, porque sí por un lado fogonea el conflicto y por otro pretenden entablar diálogo lo qué generará esa incongruencia es pérdida de legitimidad o bien demostrar qué el diálogo propuesto fue simplemente una puesta en escena sin ningún ánimo de hacerla realidad.
Sí realmente la dirigencia política, de todos los partidos y de cualquier lugar, busca diálogo, es necesario qué se prepare para el diálogo, no para la confrontación cómo a diario sucede.
Entre la ética de las convicciones y de las responsabilidades está la respuesta natural a incentivos. Por Marcos Soto
Uruguay distingue por su calidad institucional. Más allá de los fuegos artificiales del esperable juego electoral, cada vez que en nuestro país se precisó de unión, “bajar la pelota” o no “incendiar la pradera”, el sistema político respondió a la altura. No pasa en todos lados. Esa construcción inter-partidaria, es una de las ventajas comparativas que tenemos que conservar.
Es extraño en estos días haber leído opiniones que devalúan el rol de los consensos, bajo el entendido que la historia nacional ha probado que grandes políticas no lo han requerido, y si la política es buena o necesaria, el tiempo hace lo suyo. Claro, luego nos autoflagelamos si la agenda no avanza, si seguimos dando vueltas sobre los mismos temas in aeternum. Menuda contradicción.
La contraposición weberiana entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad ha levantado vuelo como instrumento para interpretar el rol que juegan los distintos actores dependiendo donde los ha colocado la ciudadania vía las urnas. Mientras se es oposición, hay un abrazo elocuente a la ética de las convicciones, es hasta esperable y entendible, pero cuando toca gobernar la ética de las responasbilidades debe hacer lo suyo. El gran problema de ésta última es que es, a priori, menos seductora desde lo electoral que la primera.
Ahora bien, en este sistema de partidos actual, que en realidad es un sistema de coaliciones, gráficamente imaginado como dos rastrillos, es posible que se encuentre más cercanía, basada en la ética de las responsabilidades, entre “dientes” de diferentes “rastrillos”, que esos mismos “dientes” con los de su otro extremo. Dentro de las coaliciones conviven (por definición) diferentes visiones, en algunos casos esas diferencias pueden ser profundas. Es que en general, dentro de éstas encontraremos aquellos sectores que juegan con agenda propia, marcando perfil, no pocas veces bajo el dudoso velo de las convicciones, en un abuso del concepto weberiano. Una erosión inmadura a las probabilidades de alcanzar acuerdos.
En la construcción de consensos, es inevitable tomar en cuenta este contexto, sumado a comprender que la “elite política”, no es ni más menos, que un conjunto de seres humanos con la naturaleza de nuestra especie. De modo que es esperable que mucho de sus actos respondan a incentivos, como haría cada uno de nosotros. Uno de ellos es el incentivo de las urnas, como no hay consenso capaz de asegurar “éxito” electoral para todos, la tentación de salirse rápido de esa zona es demasiado elevada. Pareciera entonces, que precisamos de ciertos actos “heroicos” que muevan el tablero en una dirección contraria a la esperada. Poco probable. Divide et impera (“divide y vencerás) atribuida al emperador romano Julio Cesar, desde el lente de los intereses nacionales, aparece como una estrategia política tan vigente como desacertada.
Picante por Celsa Puente
Picante, así defino el clima de vida socio política del Uruguay hoy. Un adjetivo que tomo desde la jerga de los jóvenes para insistir en un ambiente pendenciero y agresivo, cargado de revanchismo y exento de encuentro constructivo. Muchas veces al día me pregunto cómo será el futuro si nadie lo construye, o peor aún, si se construye desde este lugar del reproche constante, del enchastre permanente, de la imposición y de la deslegitimación del otro y de la persecución de todos aquellos y aquellas que no comulguen con la lógica de los gobernantes. ¿Será un olvido acerca de lo que es la democracia como escenario valioso de encuentro de partes? ¿Será puro desconocimiento acerca de la riqueza de la discrepancia y la importancia de la formulación del pensamiento divergente, de la escucha, del respeto y aceptación de las otras y los otros?
Quizás ni valga la pena pensar en cuál es el motivo que origina semejante tensión picante cotidiana. Alcanza con describir lo difícil que es sobrevivir a esos deseos, discursos y acciones que se presentan habitualmente y que tratan de eliminar a los oponentes. En los medios de comunicación, en las redes sociales y en el escenario de la realidad, la sospecha, la desconfianza, el insulto, la presunción de malas intenciones y el deseo de la desaparición del que es diferente expresado del modo más burdo, hacen gala sin descanso. De un instante a otro circulamos entre la burla deshonesta, inculpaciones de hechos nunca confirmados, judicializaciones varias e incluso amenazas de ir tras el propio patrimonio, por ejemplo, de un senador achacándole responsabilidades de hace más de una década. Todo sirve para generar el ambiente beligerante. La tradición democrática ha caído en desuso y entre tanto griterío, acusaciones, denuncias y reproches, la voz de quienes deben ser oídos ha quedado muda. La instancia esencial de escuchar y sentir a quienes hoy son víctimas de la pobreza, de la inseguridad, de la precariedad, es inexistente para un gobierno cuyo único interés parece estar muy lejos de la gente. Se ve que fueron largos los quince años anteriores y ese resentimiento anidó firme y fuerte. Hoy todo parece revanchismo y el único afán es el del lucimiento personal, anclados en una dinámica en la que las excusas impresentables prosperan y el deseo del exterminio del que piensa diferente, reina.
Pido disculpas a los lectores por no poder escapar de este inevitable pesimismo, pero es que el Uruguay está PICANTE y no encuentro cómo levantar la tradición republicana del encuentro frente a quienes se olvidaron que ocasionalmente tienen el poder, si, esos, los que hoy gobiernan, los que tienen el deseo fulminante del daño. Resistiremos.
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