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¿Final de partida?

¿Final de partida?
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Raquel Diana comenzó su carrera como dramaturga a fines de la década de los noventa del siglo pasado, década que había comenzado con la caída del llamado “socialismo real” desatando un despliegue avasallante del discurso neoliberal y una nueva expansión del capitalismo alimentada por la expansión hacia nuevos mercados surgidos en el antiguo bloque soviético. El camino quedó libre para que se desplegaran los discursos “posmodernos” que reniegan de los “meta-relatos” que organizan y otorgan sentido a la experiencia humana. En 1998 Diana escribe Alicia ¿quién lo soñó?, subtitulada justamente “episodios de la vida posmoderna” en donde la autora intenta responder a ese mundo fragmentado y carente de sentido que parecía erigirse. Consultada hace unos años por esa obra Diana nos decía que el preguntarse por esa carencia de sentido tenía que ver con su vida y con su muerte, ya que: “por un lado lo que me motiva a hacer cualquier cosa es una vocación por entender, por cuestionar, por saber, por hundirme en el abismo de la pregunta, y al mismo tiempo el tratar de encontrar sentidos y cosas que te den ánimo. Yo a veces tengo mucho miedo de la híper-lucidez y de la carencia de sentido porque a lo que lleva es al suicidio, a mi me llevaría a la muerte (…) Pero también en mí opera a veces una cosa complicada, porque empiezo a generalizar el pensamiento, y empiezo a ponerme cada vez más abstracta. Pero bueno, en esa cosa entre lo súper general y lo particular es que trato de moverme. Y yo creo que el pensamiento que va más allá de lo cotidiano hoy en día es de lo más revolucionario que hay, y no digo por la respuesta, me refiero a la pregunta, al buscar, al sentir que el mundo te cuestiona, que tenés que entender qué es lo que pasa. Alicia ¿quién lo soñó? la escribí leyendo sobre la posmodernidad. Y ahora ando con otros filósofos haciendo operativos similares” (Voces Nº 592).

Dos décadas después del estreno de Alicia ¿quién lo soñó? Se estrena Borrasca, otra obra de Diana en que las preguntas acerca del sentido de la vida, el miedo a la muerte, y la necesidad de generalizar trascendiendo la experiencia particular continúan presentes. También, y no hay que perder de vista que hablamos de una profesora de filosofía además de actriz y escritora, las referencias a pensadores contemporáneos vuelven a estar presentes ya desde un epígrafe que describe Borrasca como “Historias de amor y miedo líquido”. Pero si Zygmunt Bauman es una referencia casi explícita, y la crítica de Byung-Chul Han a la sociedad del trabajo y rendimiento contemporánea también parece clara, llama la atención la reflexión casi heideggeriana sobre la inexorabilidad de la muerte.

Para el dasein de Heidegger la muerte es la única posibilidad ineludible, pero aceptar ese hecho y vivir a pesar de la certeza de la muerte es lo que da sentido a la existencia. El ser para la muerte vive a pesar de ese límite inexorable, y es ese límite el que le da sentido. Fue Samuel Beckett el dramaturgo que tomó alguno de esos principios como supuestos ideológicos de su trabajo en obras como Final de Partida, en donde dos personajes principales conviven encerrados en una casa desde la que se percibe un “afuera” apocalíptico. Borrasca transcurre justamente con dos personajes encerrados en una casa (aunque uno viene desde afuera) en una noche de tormenta violenta. La obra comienza y termina con el siguiente parlamento: “¡Agua! ¡Agua por todas partes! No vamos a tener más remedio que salir a flote y ponernos a navegar… ¡Ánimo!… No se ve el horizonte. Olas, lluvia, escombros que caen, todo muy confuso… No tenemos cómo saber para dónde hay que ir… Pero ¡vamos, mi amor!… ¡De lo único de lo que estamos seguros es de que en alguna parte, escondido, hay un pedazo de hielo gigantesco con el que vamos a chocar y en el mejor de los casos vamos a morir con una espléndida música de fondo!”. Lo único cierto, entonces, es el encuentro con la muerte, pero a pesar de eso vale la pena ir hacia allí, nunca quedarse esperando.

Pero si el comienzo y el final de la obra son un llamado a imponerse al desmoronamiento, a la “falta de sentido”, en el medio la alienación de la pareja, el extrañamiento, es lo que predomina. Los dos personajes que protagonizan Borrasca se interrogan acerca del sentido de la tormenta que los acecha, sobre cómo la idea de la muerte los paraliza o los motiva a seguir viviendo, sobre cómo vitaminas y deporte les permiten explotarse mejor y ser más funcionales al mundo del trabajo, todo mientras el vínculo entre ellos ha ido deteriorándose. La grieta como expresión recurrente, por supuesto, parece trascender al vínculo entre ellos para referirse a otras grietas que los trascienden. Pero un aspecto relevante para potenciar ese trascender lo cotidiano hacia lo general lo brinda la puesta en escena de Sofía Etcheverry y el equipo de diseño (Lucía Tayler, Sofía Arocena y Elis Montagne). El espacio, partiendo de una escenografía mínima con centro en la cama matrimonial, pone un fondo abstracto que trasciende cualquier referencia hacia un momento y un lugar concretos, más allá de que los personajes nos parezcan definitivamente reconocibles y contemporáneos. Interpretar Borrasca como un espectáculo que parte de lo particular para trascenderlo en una reflexión sobre la sociedad contemporánea es algo que se intuye antes que nada por ese juego entre el diálogo intimista entre los personajes y el marco abstracto en el que se mueven. Y esto sin mencionar la enorme capacidad para poner en pié las escenas de ensoñación a partir de recursos mínimos con sábanas de nylon devenidas en un mar revuelto.

Borrasca continúa un recorrido de una dramaturga que se pregunta por la existencia, que busca sentido en ese devenir de acontecimientos “borrascosos” de la sociedad contemporánea (y no mencionamos el auto encierro generado por la pandemia). Pero también es un mojón nuevo en un camino de intercambio con generaciones más jóvenes, un intercambio que potencia las interrogantes que desde la modernidad en busca de sentidos se le puede plantear a la posmodernidad o modernidad líquida, pero que también alerta, desde este otro lado, sobre el autoritarismo de la racionalidad moderna. Y todo esto a puro teatro.

 

Borrasca. Texto: Raquel Diana. Dirección: Sofía Etcheverry. Elenco: Raquel Diana y Carlos Sorriba. Iluminación: Sofía Arocena. Escenografía: Lucía Tayler. Vestuario y diseño: Elis Montagne. Fotógrafa y asistencia de dirección: Lucía Persichetti.

 

Funciones: 18, 19 y 20 de marzo a las 21:00, 21 de marzo a las 20:00. Auditorio Nelly Goitiño del SODRE.

 

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.