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¿Gobernar sin verdad? Por Hoenir Sarthou

¿Gobernar sin verdad?  Por Hoenir Sarthou
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Una de las razones por las que el Frente Amplio perdió las elecciones –si no la principal- fue que perdió el respeto por la realidad.

Deslumbrados por la cuota de poder que ejercían, confiados en estadísticas amañadas y en una abrumadora publicidad oficial de mala calidad (aunque no barata), muchos gobernantes, funcionarios y dirigentes frenteamplistas terminaron creyéndose su propio cuento. Creyeron vivir en ese país socialmente integrado, esperanzado, con buenos salarios y sistemas de enseñanza y de seguridad social admirables, que describía la publicidad oficial.

Esa creencia, si fue sincera, les impidió ver la brecha de la marginalidad cultural, las cifras reales de violencia, el deterioro educativo, la corrupción en el manejo del Estado, la miseria real que ocultaban las estadísticas, la indiferencia antes quienes producen y trabajan, la sumisión ante la inversión extranjera y la ausencia de planes de desarrollo propio. Por eso el discurso frenteamplista terminó perdiendo contacto con la realidad. Por eso terminó sonando a hueco para quienes no compartíamos el entusiasmo publicitario oficial. Y por eso, en buena medida, los resultados electorales fueron los que fueron, para sorpresa y desconcierto de quienes creyeron que su poder y el cuento oficial serían eternos.

Nada más poderoso que una palabra verdadera. Cuando una frase da cuenta exactamente de la realidad, o al menos de cómo es percibida por quienes la ven sin anteojeras, produce un efecto  mágico. No importa cuán mala sean las noticias o la realidad, cuando el discurso las asume con honestidad y valentía, produce un efecto saneador, porque genera confianza.

En cambio, nada más hueco y destructivo que los discursos que intentan ocultar o edulcorar la verdad. La gente, aunque no lo diga, aunque carezca de elementos para discutir el discurso de la autoridad, percibe la falsedad, la huele, y toma distancia íntima. A veces esa distancia tarda años en hacerse visible. Pero existe y no deja de crecer silenciosamente desde que se percibe la falsedad, la hipocresía, la contradicción inexplicable o el silencio de la “cola de paja”.

¿Por qué digo esto ahora?

Porque en el nuevo gobierno comienzan a percibirse síntomas semejantes a los del período anterior: silencios sin explicación, decisiones incoherentes y discursos que no condicen con los hechos que todos percibimos. Y tomo como ejemplo dos temas.

Uno es UPM2. ¿Cómo es posible que varios gobernantes hayan declarado que las condiciones del contrato “son inaceptables”, o que “se negoció mal y se entregó todo”, y pese a eso se siga adelante, ignorando incluso las oportunidades legales o contractuales para desprenderse del contrato o para mejorar la posición de Uruguay? ¿Por qué ni siquiera hay una explicación sobre las fuerzas que pesan para que los sucesivos gobiernos se sometan a un tipo de negocio que es inconstitucional y tremendamente gravoso para el Uruguay? En lugar de eso, el silencio y un bajar la cabeza, sometiéndose y sometiéndonos a lo inaceptable.

El otro ejemplo es la pandemia. Uruguay no tuvo ni tiene problemas sanitarios reales. Ni las marchas, ni los actos políticos, ni las fiestas, ni las playas, ni los parques y plazas produjeron los enfermos que nos vaticinaron. ´ ¿Por qué, entonces, continuar con el daño económico y educativo? ¿Por qué insistir en crear miedo con un test que da positivo, aunque la persona esté sana y no tenga el virus temido en un altísimo porcentaje de los casos? ¿Por qué el endurecimiento de las medidas restrictivas de la libertad, siguiendo el modelo de un mundo que se precipita en el autoritarismo?

En uno y otro caso, la sensación es que existen presiones que impiden al gobierno hablar claro y decir la verdad.  Por eso se sigue adelante con un negocio inadmisible y se adoptan medidas restrictivas de la libertad, que son económica y psicológicamente dañosas, y que no condicen con la realidad sanitaria del Uruguay.

Otra vez, el discurso oficial va por un lado y la realidad perceptible por otro. Y conste que no creo en la maldad intrínseca de los actuales o de los anteriores gobernantes. Creo, sí, que no se deciden a decir, ni siquiera a insinuar, la verdad: sus decisiones están sujetas a presiones y condicionamientos supranacionales que no pueden o no se animan a desafiar.

Ya sé. Es muy fácil escribir esto en una pantalla. Otra cosa es estar en el gobierno y tener que afrontar el complejo sistema de presiones y chantajes que los intereses económicos y políticos globales ejercen sobre los gobernantes.

No culpo a nadie. Sólo digo que faltan franqueza y verdad. El silencio, como la mentira y la hipocresía, no pueden tapar a la realidad por siempre. A la larga, lo que generan es incertidumbre, inseguridad y, a la larga, rechazo.

Los sucesivos gobernantes nos están debiendo un sinceramiento. Alguien debería decir los verdaderos motivos por los que se tomaron y se toman ciertas decisiones infundadas e inexplicables.

No es necesario que se inmolen. Muchos sabemos entender incluso con medias palabras. El problema es cuando no hay palabras, o cuando las palabras traicionan a la realidad.

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