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¿Golpe de estado en Estados Unidos? por Ernesto Kreimerman

¿Golpe de estado en Estados Unidos? por Ernesto Kreimerman
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Hace un par de semanas, en esta misma columna de Voces, señalábamos una situación incómoda que se está viviendo en los Estados Unidos: por una parte, la compleja y tensa marcha del Comité especial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 avanza de manera, aparentemente, sólida aunque lenta; y por otra, los plazos electorales cuyo horizonte es el 8 de noviembre, cuando 34 de los 100 escaños senaturiales estén en juego y también 435 bancas de la Cámara de Representantes en cada uno de los 50 estados de la unión. Quienes resulten electos senadores se aseguran un período de seis años, del 3.1.2023 al 3.1.2029.

En la medida que el trabajo de la comisión se desarrolla, se profundiza la investigación, y se comienza a superponer con el inicio del cruce político de las campañas electorales de cara al 8 de noviembre próximo, el calor de las tensiones se eleva, y los debates se entrelazan así como las dinámicas electorales se contaminan, incluso se hacen tóxicas, y hacen muy cortoplacista el reordenamiento partidario y electoral. En la otra cámara, el período es más breve: del 3 de enero de 2023 a 3 de enero de 2025, el 118 Congreso.

El temor a la inestabilidad

Estos fenómenos de surgimiento de movimientos con fuertes liderazgos y esencialmente antidemocráticos requieren de una condición objetiva, una situación de alta insatisfacción, de frustración individual y colectiva, de no sentirse representado por ninguna de las organizaciones políticas, y de impaciencia.

Apenas un 13% de los votantes entienden que su país va por el buen camino, según una encuesta del The New York Times/Siena College. En otras palabras, “están profundamente insatisfechos”; también están profundamente descontentos con los líderes de ambos partidos. Ello incluye a Biden, y también, a Trump.

Por si fuera poco, la certera estabilidad macro está corroída por una inflación que comienza a ser alta. El alza de los precios es inocultable e incomoda a la población de medianos y bajos ingresos, es decir, lo que afecta a una buena parte de la base social de Biden y el Partido Demócrata. Y es el primer caballito de batalla de los republicanos radicalizados.

Las restricciones al ingreso de indocumentados al país, ha disminuido la oferta de mano de obra no calificada, los trabajos que casi ningún estadounidense acepta o desea hacer. Así, esos salarios han subido hasta los 16, 17 e incluso 18 dólares la hora, pero aún así, no hay trabajadores suficientes para cubrir las necesidades de las empresas que enfrentan dificultades para trasladar sus mayores costos a precios. En particular, las medianas y pequeñas empresas.

Mala tos…

Pero hay un elemento adicional: estamos frente al relevo generacional y el fin de la gerontocracia boomer. Y con ello emerge el fenómeno de los independientes, de los que el 62% cree que se necesita un tercer partido, aunque no visualicen qué condiciones debe cumplir ese partido ni esos candidatos. Y con ello se desnuda otro problema mayor: el disgusto con el sistema de gobierno. Según la misma encuesta, casi la mitad de los votantes jóvenes creen que votar no afecta la forma en que se mueve el gobierno.

Hay un temor creciente y fundado a otro 6 de enero. Hay una inquietud por el surgimiento de “candidatos extraños o inesperados”. Hay cambios en la base electoral de los dos grandes partidos, y los analistas advierten que hay mayor interés en el accionar político de sectores que sólo piensan en “la economía, la economía y la economía”. También advierten, que producto de los últimos 15 años, de la evolución de la economía y de las políticas partidarias, hoy hay en el país “un partido progresista establecido y un partido conservador antisistema”.

Columnistas de opinión de los grandes medios, fundamentalmente de los diarios (prensa tradicional y digital), no dudan en señalar que “los estadounidenses están hambrientos de cambios” (New York Times, David Brooks) y augura turbulencias, y otros, como Daron Acemoglu del MIT, concluyen que “la política estadounidense actual se caracteriza por una profunda polarización, con los republicanos moviéndose más hacia la derecha y los demócratas más hacia la izquierda”. Y, seguramente no nos suene extraño, sino familiar, están “los efectos perniciosos del dinero de las empresas y las burbujas de filtro de los medios de comunicación social (donde se amplifican las ideas extremistas), obtenemos algo muy diferente a la competencia bipartidista autocontrolada”.

En Washington, en los círculos de gobierno y de decisión, existe la plena convicción de que el 6 de enero fue un intento de golpe de estado, cuyas condiciones subjetivas se fueron alimentando en los meses previos, encabezada por el expresidente Trump y su círculo más estrecho. Fracasó, pero no por mucho. Entre otros factores, por la incapacidad de planificación del liderazgo y su improvisación, y también, porque la negativa de última hora del vicepresidente Mike Pence resultó una barrera.

Pero la investigación parlamentaria sobre esos sucesos ha demostrado ya, aunque aún está procesando información detallada y testimonios, de que se trató de “una cosa organizada y premeditada”, y no un mero acto emocional.

Existe temor a un nuevo intento de asalto al poder. El jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, reveló en junio del año pasado que temía “que el entonces presidente Donald Trump y sus aliados pudieran intentar un golpe de Estado o tomar otras medidas peligrosas o ilegales después de las elecciones de noviembre que él y otros altos funcionarios planificaron informalmente diferentes formas de detener a Trump (https://cnnespanol.cnn.com/2021/07/15/generales-temian-trump-intentara-golpe-estado-elecciones-trax/)

Hay algunas ideas instaladas que dejan de manifiesto el tenso momento político: la economía no va bien y ya EE.UU. no es la potencia hegemónica; hay problemas evidentes y complejos en el mercado laboral; hay señales de agotamiento de los dos grandes partidos y giros ideológicos significativos en ellos, y una marcada distancia con los nuevos electores; hay un fuerte discurso antisistema muy violento y cargado de énfasis discriminatorios. Todo ello revela un clima cargado de incertidumbre y preocupación por el futuro institucional de la democracia, que cobra mayor dimensión a medida que la investigadora parlamentaria va desvelando el nivel de complot. Pero aún en declive, aún en problemas graves de integración y gobernanza, EE.UU. sigue siendo el centro de todos los canales económicos reales, financieros, comerciales, etc. Sólo una referencia, el dólar es la moneda clave en la facturación del comercio mundial.

Recordemos que más o menos la mitad de los flujos comerciales se facturan en dólares; aproximadamente dos tercios de la reserva de los bancos centrales del mundo se realizan en dólares; y algo más de dos tercios de las emisiones se hacen también en dólares. Con lo cual, el dólar, que es la moneda de Estados Unidos, es la referencia para los canales financieros.

Los temores a un quiebre institucional son reales, y los hechos vividos el 6 de enero son la confirmación de que el riesgo es real, no teórico. La pregunta, ¿un golpe de estado acecha a los Estados Unidos? no refleja una elaboración abstracta, sino un temor frente al pasado reciente y al presente. Está aquí y ahora.

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