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Grotesca y amarga crítica a la cosificación femenina Por Carlos Acevedo

Grotesca y amarga crítica a la cosificación femenina  Por Carlos Acevedo
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En un cine de industria que apela al eterno reciclaje de viejas fórmulas, una película que critique ácidamente a la sociedad de consumo actual es sin dudas una bienvenida rareza. Y más aun si tiene como protagonista a una veterana estrella de aquel Hollywood de los años ochenta y noventa, cuya irregular carrera tiene notorios puntos de contacto con su personaje. “La sustancia”, de la directora francesa Coralie Fargeat, es un revulsivo filme que se vale de la fantasía para plantear temáticas contemporáneos.

Ya hace más cuarenta años, antes del auge de Internet, mucho antes del metaverso o la inteligencia artificial, el filósofo y sociólogo francés Giles Lipovetsky advirtió en torno a “La era del vacío”, un cambio de paradigma que marcó las ultimas décadas del siglo veinte y lo que va del tercer milenio.
Si bien no pudo prever el alcance de las nuevas tecnologías de la comunicación y su impresionante influencia, supo entrever una sociedad más frívola, apegada a lo físico, sumida en un incesante presente.
Algunos de esos conceptos fueron posteriormente ampliados por el filósofo Zygmunt Bauman en su teoría de la modernidad líquida, que refiere a una sociedad eternamente cambiante y, por ende, cada vez más anquilosada.
El culto a lo efímero, la cosificación de los cuerpos, principalmente del femenino, la desesperación ante el paso del tiempo que excluye laboralmente a determinadas mujeres, son algunos de los temas que trata “La sustancia”, segundo largometraje de la directora francesa Coralie Fargeat.
Una actriz veterana, interpretada magistralmente por la tantas veces desperdiciada Demi Moore, se encuentra desplazada de su exitoso programa televisivo debido a su edad, lo cual le provoca profundos auto cuestionamientos, y un visceral rechazo a su propia apariencia física, marcada inevitablemente por el deterioro cronológico.
Un fortuito encuentro con un misterioso sujeto la conduce a obtener una sustancia que opera en ella una grotesca metamorfosis, digna del más bizarro filme del revulsivo realizaron canadiense David Cronenberg, que la disocia en dos seres, una mujer joven y su yo presente. Estas dos mujeres, diferentes físicamente pero unidas por la misma consciencia, deben coexistir según normas muy especificas.
Lógicamente, al no ser respetada dicha coexistencia paralela, la situación comienza a desequilibrarse hasta límites impensables. La protagonista comienza a rechazarse a sí misma y a envidiar a su más joven alter ego, que no es más que la manifestación material de su propia negación a envejecer, una visión distorsionada e idealizada de lo que fue o quiso ser.
La protagonista se ve a sí misma a través de la mirada de productores y directores, verdaderos mercaderes de carne humana, que venden una ilusoria juventud perpetua como si fuera un mero producto.
La estética del filme revela la clara influencia de variadas corrientes estéticas y directores, como el ya citado David Cronenberg, y otros rupturistas creadores como Stanley Kubrick, Gaspar Noé, Brian de Palma y, en el descontrolado epilogo, del desmesurado John Carpenter. Incluso, podríamos citar referencias literarias, como la dualidad “Jekyll-Hyde”, del clásico novelesco de Robert Louise Stevenson, o la de Gregorio Samsa y el insecto en el que muta, en “La metamorfosis”, de Franz Kafka.
Demi Moore, de sesenta y un años, no teme exhibir su cuerpo, desnudo o maquillado, saturado de prótesis o al natural. Su propio aspecto físico resulta en sí mismo una contradicción que representa cabalmente al personaje, con algunas partes modificadas a fuerza de quirófano y otras que denotan el normal paso del tiempo.
La actriz le pone el cuerpo, literalmente, a un filme que navega entre el drama, la comedia negra y el horror corporal, con un final bastante anti climático que degenera en una prolongada y quizá innecesaria truculencia, que arrastra la obra hacia los sótanos del cine de horror clase B.
A pesar de ello, la película plantea, de forma descarnada, temáticas como la manipulación psicológica ejercida por los medios de comunicación, el exacerbado culto a la juventud, convirtiendo el cuerpo, principalmente el cuerpo femenino joven, ya sea natural o artificial, en un bien de consumo más.
También la despersonalización de las figuras públicas, más que nada las que sufren demasiada exposición mediática, y como la imagen distorsionada que la sociedad tiene de ellas puede terminar moldeando su auto percepción.
Un desmesurado Dennis Quaid y la joven y siempre solvente Margaret Qualley completan, junto a un eficaz conjunto de secundarios, el reparto de un filme inusual, con altos y bajos, pero que consigue generar discusión e impacto, reflexionando crudamente sobre diversos temas actuales.

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