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“GUERRA CIVIL” Complejo análisis social de Alex Garland Por Martín Imer

“GUERRA CIVIL” Complejo análisis social de Alex Garland Por Martín Imer
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En su camino como director, Alex Garland es más conocido por su recorrido dentro del mundo de la ciencia ficción, especialmente la muy interesante Ex machina. Sin embargo, como guionista, Garland supo explorar otros territorios y también salir airoso, como por ejemplo el terror con sub-género zombie en Exterminio. Y, tanto en esa como en la reciente Guerra civil, se evita jugar dentro de las convenciones de sus respectivos géneros, usándolos más bien como un mecanismo para explorar otros intereses que surgen de manera periférica y, muchas veces, inesperada.
La película presenta una realidad distópica en la que distintas facciones de Estados Unidos se han unido contra Washington y las fuerzas armadas de un presidente fascista que, al parecer, luego de su segundo mandato decidió hacer un golpe de estado y seguir en el poder. El poder de la unión entre California y Texas, dos estados completamente diferentes pero unidos por esta causa común, parece dar sus resultados y la rendición del presidente está más cerca que nunca, por lo que un grupo de fotoperiodistas, encabezados por la experimentada Lee Smith, decide emprender un viaje de carretera hacia Washington y tener una entrevista con el primer mandatario. Sin embargo, el camino es tremendamente peligroso por las distintas luchas armadas dentro del territorio estadounidense, y perder la vida es una opción posible en cada parte de la ruta.
Garland establece el conflicto a partir de pequeños detalles, tanto de la lucha armada como de la vida de la protagonista y sus compañeros de ruta, dejando que el espectador vaya uniendo en su cabeza las piezas del rompecabezas político detrás de la guerra. La decisión es acertada, ya que logra evitar lo primero que uno podría esperar de la cinta: la bajada de línea y el maniqueísmo. De esa forma, el director logra pintar un panorama mucho más matizado y sin subrayados, aunque lejos de la cobardía que algunos le acusan, ya que de forma poco sutil se deja claro quienes integran los ‘bandos’, y cuáles son sus convicciones, muy alejadas de una simple categorización partidaria.
Pero lo más importante escapa de una mera reflexión sobre los motivos que llevan a una guerra civil o lo cerca o lejos que esté Estados Unidos de la misma, sino que se pone en el centro de la acción a los periodistas y su labor dentro de un conflicto bélico. La tarea del reportero de guerra siempre fue prestigiosa y valorada, aunque conlleva un importante peligro, lo que implica que es una profesión que muy pocos pueden asumir. En algunos casos, como el de Ryszard Kapuscinski, el trabajo no solo fue recordado por el riesgo sino también por significar una contundente observación del cambio social y político de su tiempo, lo que también capturó a la perfección la cámara de la improvisada reportera Waad Al-Kateab en la imponente Para Sama. Eso significa entonces que el periodismo de guerra no solo captura un momento de enfrentamiento armado sino también las causas que lo envuelven y, por su carácter testimonial, también el relato humano de supervivencia en circunstancias violentas. Esa forma de periodismo, urgente y personal, también se ve amenazada por el constante cambio que sufren los medios de prensa a la hora de disponer de recursos para enviar a esos lugares y la aparición de las redes sociales y las distintas formas de manipular la realidad para adecuarse a discursos o posturas políticas, teniendo actualmente la posibilidad de incluso crear imágenes de enorme realismo gracias al avance de la inteligencia artificial. Guerra civil no se trata tanto del conflicto sino de la veracidad de las imágenes y su valor como documento histórico, recordando también la función del periodista no como una pieza más dentro de la construcción de un relato político sino como un observador imparcial que tiene como deber llevar esas imágenes al público dentro de la forma más objetiva y directa posible.
La propia película parece querer fundirse en esa objetividad tomando una forma austera y realista, poniéndose incluso en el lugar de la cámara de los protagonistas para mostrarnos las fotos que toman desde sus respectivos puntos de vista en vez de regalar la espectacularidad que el cine suele reservarle a los conflictos armados. De todas formas, eso no le quita valor a los aspectos técnicos de la cinta, destacándose un diseño sonoro inquietante que resulta tremendamente efectivo en una sala de cine. Tal vez el único paso en falso resulta cuando Garland intenta, en los minutos finales, ofrecer una conclusión emocional poniendo en el personaje de Kirsten Dunst una cierta fragilidad que resulta algo inconsistente con el retrato de la misma que se fue construyendo a lo largo de la narración, tal vez a fin de redondear el papel en una nota un poco más simpática para el espectador. Resulta más genuino el arco narrativo del rol de Cailee Spaeny, quien con su inquietud de primeriza logra empatizar más con el público, aunque no debe tomarse esto como un demérito de la labor de Dunst, quien con su fría mirada logra transmitirnos la experiencia de vida de Lee y el porqué de sus decisiones.
Esta película trae al recuerdo otra notable realización sobre el periodismo de guerra: Mil veces buenas noches. En aquella cinta Juliette Binoche interpretaba a una fotógrafa de guerra que, luego de una experiencia traumática en una zona de conflicto, vuelve a su casa, aunque su vocación la obliga a volver. Ambas películas abordan la misma tarea desde un lugar que no es celebratorio ni condenador, encontrando un punto en común: el poder social que tiene una imagen directa de una zona de guerra, capaz de adentrarse en la coraza desensibilizada de una sociedad cada vez más acostumbrada a la violencia y la indiferencia.

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