Hay de cal y hay de arena por Cristina Morán
La pandemia provocada por un virus conocido como Covid 19 continúa haciendo estragos en el planeta sin discriminaciones, sin tarjetas de recomendación, sin sugerencias de ningún tipo dejándonos en manos de la ciencia, de nuestro comportamiento para enfrentarlo, con, hasta el momento, una sola posibilidad de vencerlo o, al menos, debilitar la fuerza conque hasta hoy está plantado: soberbio, firme, sintiéndose y sabiéndose imbatible. Una vacuna. Estamos acostumbrados a vacunarnos, desde 1911 lo venimos haciendo y vimos aniquilar, entre otras plagas, a la viruela y a la difteria. Con o sin este mal que nos acosa, el mundo continúa su marcha y felizmente, nada o muy poco se detiene. Claro que debemos lamentar que, desde hace ya más de un año, en Uruguay las ollas populares no han decrecido, sino por el contrario han aumentado y hoy sabemos que, por semana, en Montevideo, se reparten ciento veinte mil porciones y de acuerdo a un relevamiento de SolidaridadUY, integrado (entre otros) por estudiantes y docentes de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), nos enteramos que hay 100 lugares que funcionan como olla y merendero y 42 iniciativas de entrega de canastas. Esto nos dice que no todos los uruguayos tienen con que “parar la olla”. Hubo alguien que pensó que si bien la comida es junto a la salud, lo más importante para crecer, para desarrollarnos y todo lo que sabemos, también debe haber otras cosas que alimenten el alma, que te hagan sonreir, que te den un tiempo de esa felicidad que tantas veces la vida te niega especialmente cuando sos niño o viejo y entonces, ese alguien se enfocó en los chiquilines. Fue algo de mucha voluntad, muchas ganas, mucho amor: cortar el pelo a los niños en el barrio Casavalle, pero no un rapado ni algo apurado, sino que fueron cortes pensados y muchas veces respondiendo al pedido de los “clientes”. Fue un día de sol, cargado con la energía que nos transmite sumada a la que los niños, el barrio todo y el joven peluquero se encargaron de añadir. Son estas pequeñas grandes cosas que nos permiten seguir creyendo, aferrarnos a la idea de que esto va a pasar, que no se trata del mensaje “falta poco” (siempre me pregunto “poco, ¿para qué?”) a pesar de que muchos pensamos, intuimos que el virus había llegado para quedarse y que teníamos que aprender a convivir con él. Pero, lo dicho: el mundo continúa su marcha y en el ocurren cosas buenas, otras no buenas, actos de injusticia y actos de justicia y precisamente uno de éstos últimos se cumplió en Estados Unidos donde, a casi un año del crimen del ciudadano afroamericano George Floyd, su autor el policía Derek Chauvin fue juzgado y encontrado culpable de tres delitos: Homicidio accidental; homicidio no intencional con desprecio por la vida y homicidio no intencional en una comisión de delito grave. Si bien la sentencia se conocerá en junio se especula que este hombre que había sido demandado por brutalidad policial, contaba con 18 quejas y había estado involucrado en tres tiroteos, uno de ellos con víctimas mortales, podría permanecer encarcelado por un muy largo tiempo. Los años que le caigan no le devolverán la vida a la víctima, pero quizá (quizá) obren de ejemplo para para otros uniformados que intenten ir por el mismo camino del recientemente juzgado Derek Chauvin. Es todo. Hasta la próxima. Que seas feliz. A pesar de todo.
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