Héroe extraviado

Siempre adelante. Siempre el primero en saltar al abordaje o a las playas en los desembarcos. Siempre el más valiente en los asaltos contra las murallas. Jamás mostró la más mínima debilidad frente un enemigo superior, ni se amilanó ante los enjambres de saetas que caían sobre la cerrada formación de su falange. Tampoco le infundió temor el filo mortal de las espadas ni el aguijón asesino de las lanzas. Los alfareros de su ciudad-Estado narraron, negro sobre anaranjado, sus hazañas incontables en ánforas y platos.

Cuando la Asamblea lo puso al mando de la flota expedicionaria, enfrentó por enésima vez los peligros del océano. En medio del periplo, la furia “del colérico Poseidón” se ensañó con su escuadra. Arrastrada por la borrasca, su nave perdió contacto con el resto de la armada. La tempestad trastocó sus nociones acerca del tiempo. Quizá fueron días o meses o años; no hay forma de saberlo. Al retornar la calma, se vio a sí mismo en medio de un ignoto mar de aguas marrones. Con naturalidad, ordenó a los remeros que llevaran el navío a la orilla. Y cuando la quilla tocó el fondo, sus sandalias hollaron antes que las de ningún otro las suaves arenas que bordeaban la bahía junto al monte.

Su alma volvió a erguirse en el centro de su pecho y le ordenó: “No temas a los lestrigones ni a los cíclopes”. Obediente, avanzó hacia lo desconocido.

En algún momento, dejó atrás al puñado de guerreros que aún lo seguía. Resulta imposible determinar qué rara especie de gorgona lo acorraló, lo miró a los ojos y lo dejó petrificado. Otro misterio impenetrable es cómo vino a dar su cabeza a la pared, desde donde, con un dejo de tristeza en la mirada, lanza una silente exhortación a los transeúntes: “Cuantos hayan escapado al combate funesto piensen en comer y beber para vestir el indomable bronce y pelear continuamente y con más tesón aún contra los enemigos”. Nadie parece escucharlo. Y si alguno lo hiciese, de seguro no entendería a qué se refiere.

(Ubicación: Estero Bellaco 2734).

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