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Historias para la memoria por Ignacio Martínez

Historias para la memoria por Ignacio Martínez
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(BREVES CUENTOS INÉDITOS)

**Todos los veinte de mayo una multitud de gente de todo tipo se da cita en el monumento de los detenidos desaparecidos y marcha por la avenida principal hasta la plaza libertad reclamando saber la verdad y hacer justicia con todo lo que sucedió. Es una marcha del silencio. Su sola fuerza es más poderosa que todos los gritos. Año a año nos damos cita allí y si mañana se supiera toda la verdad y se hiciera toda la justicia, igual seguiríamos encontrándonos en esa esquina, por esa calle, generación tras generación, para que nunca nadie olvide lo que pasó.

**–Los detenidos desaparecidos dejan un vacío que nunca se termina de vaciar. Por eso la vida parece escurrirse por una alcantarilla, como la lluvia interminable, que es una mezcla de dudas y certezas, de finales y esperanzas. Por eso duele tanto ¿entendés? Porque es como un tajo que no termina de cerrar o peor aún, porque cuando parece que se cierra se vuelve a abrir cuando te llega el dato de que hallaron algún huesito o que alguien vio a tu hijo hace cuarenta años o…
La señora no pudo hablar más y siguió caminando en la Marcha del Silencio.

**En el momento en que Washington Pérez abrazó a su compañero León Duarte, notó que su amigo estaba descalzo en pleno julio. La cárcel clandestina, conocida como automotores Orletti, destinada a alojar detenidos desaparecidos, había concentrado todo el frío del invierno bonaerense. Pérez reaccionó.
–Mire cómo está mi amigo. ¿A usted le parece, coronel? Descalzo no hay cuerpo que aguante.
En el coronel Gavazzo debe haberse despertado un antiquísimo y casi olvidado sentimiento de humanidad.
–Vaya y tráigale los zapatos a Duarte –ordenó.
–Y yo que sé cuáles son –protestó el soldado –si ahí abajo hay como ochenta zapatos vacíos.

**Cuando desperté en el Centro Médico de Caracas, luego del brutal accidente, la primera imagen que vi fue la del sacerdote Juan Vives Suriá y una hermana con hábito gris.
Sonreían.
–Estoy muerto –pensé.
–¿Viste la luz? –preguntó ella.
–No sé. Ahora solo los veo a ustedes.
Y los tres volvimos a reír.
En medio de las penumbras aparecieron alrededor de mi convalecencia Violeta Malugani, María Esther Gatti, Tota Quinteros, Luz Ibarburu y Gladys Esteve. Venían del Congreso de la Federación de Familiares de Detenidos Desaparecidos adónde yo no había podido llegar.
Entonces sonreímos todos.
–¿Cómo estás?
–Todavía estoy vivo –dije –Ellas también esparcían vida.

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