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¿La bolsa o la ecología?

¿La bolsa o la ecología?
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En estos días se trató en el parlamento el tema de las bolsas de plástico para limitar su uso dado el abuso que cometemos habitualmente los uruguayos. Es una tendencia mundial por la contaminación que generan.

¿Sirve limitar el uso de las bolsas o se trata de otra de las modas que se impulsan en los grandes centros de pensamiento? ¿Alcanza con esto para considerarnos ecologistas? ¿No se debería exigir que los supermercados suministren bolsas de otros materiales biodegradables? ¿No corresponde reglamentar el uso de los envases de plástico de todo tipo? ¿Esta reglamentación prohíbe realmente las bolsas o solo las bolsas gratis? ¿Vamos a seguir saliendo del super con una bolsa ecológica y llevando todos los alimentos y bebidas en envases plásticos? ¿Qué pasa con los envases de refrescos descartables y los bidones de agua mineral que pululan por calles y se acumulan en bocatormentas? ¿Qué tan conscientes somos los uruguayos del problema de la contaminación? ¿No urge realizar una gran campaña de educación  masiva con este tema?

 

 

INFIERNO BLANCO por Rodrigo da Oliveira

En tres veces la superficie de Francia se estima el tamaño de la isla de basura sintética que flota en el Océano Pacífico. Se dice fácil, pero visualizar algo de esas dimensiones sólo está al alcance de unos pocos acostumbrados a ver en términos macro, realmente.
Día tras día, grupos de rescatistas intentan y logran salvar diversos animales envueltos en redes, rodeados por diversos tipos de cuerdas e hilos y con restos plásticos es sus aparatos digestivos. Una ballena apareció muerta en Asia, esta semana, con más de 50 bolsas de residuos es sus entrañas. Nada de esto es novedoso. Las organizaciones ambientalistas hace muchos años que vienen advirtiendo acerca de los riesgos, ahora consecuencias, del uso abusivo de recipientes y envoltorios no biodegradables.
Comodidad, economía, higiene y practicidad son algunas de las razones por las que se elige este tipo de embalajes.
La discusión acerca de la conveniencia o no de continuar de esta guisa parece haber tocado a su fin. Demoramos una generación entera en decidir lo obvio e imprescindible.
En nuestro país y también en Chile se está dando la aprobación definitiva de leyes que ataquen esta problemática.
Colateralmente se dio otro debate, no tan impensado, que ha sido bastante recurrido.
El argumento de hacer hincapié en el hecho exclusivo de las bolsas de plástico biodegradables generó acusaciones de favoritismo hacia una de las empresas internacionales que, al parecer, es la única que las fabricaría.
Antes bien, durante el debate en Comisión y luego en las Cámaras, se adoptaron algunas variables que abarcan además al material de envoltorio, traslado y conservación de diversos productos.
Argumentos de ambientalistas reconocidos aducen, y con acierto, la poca efectividad de las medidas adoptadas frente a algunos hechos con los que coexistimos.
La entrega del uso del acuífero Guaraní, en su extensión uruguaya para su uso indiscriminado por parte de una nueva planta de procesamiento de celulosa, la tremenda contaminación de las cuencas de ríos como el Santa Lucía y los menores, aunque no menos importantes, arroyos del interior de Montevideo, la cuenca del Río Negro afectada fuertemente por la central de Candiota.
Ejemplos sobran. De su existencia y de la inacción gubernamental al respecto no sólo en esta administración sino también en las anteriores tenemos las pruebas visibles en nuestra realidad cotidiana.
No condice la esgrimida preocupación por el medio ambiente y su preservación con esta tibia respuesta por parte de los gobiernos que uno tras otro se han sucedido.
Medidas mucho más enérgicas son necesarias en lo inmediato. Cierto es que el tamaño país hace que lo que desde aquí hagamos tenga poca o nula repercusión en el ámbito internacional o global.
No menos real es que no debemos por ello dejar de darlo, cada uno desde su sitio puede y debe sostener esta lucha.
La pregunta a hacernos es: ¿cuál es el motivo de que no se tomen acciones tendientes a mejorar en el plano local lo que sí podemos fortalecer y superar?
Se arguyen situaciones económicas, laborales, de infraestructura y hasta burocráticas. La aplicabilidad de dichas soluciones dista de ser inalcanzable, las posibilidades de mejorar muchas.
¿Cuál es el motivo para que no se accione? Suponemos que si se admite el uso del acuífero, a sabiendas de la posibilidad de una mala utilización, el resto de la situación sólo admite una lectura: desidia.
La incapacidad demostrada frente a diversas situaciones ya sea por inacción, ideología o soberbia pura y dura, no dan la ilusión de la aplicación de soluciones en el corto o mediano plazo.
Una vez más, estamos en las manos de cualquiera, menos de los que elegimos para bien administrar nuestros asuntos comunes.

 

 

La bolsa o la vida por Isabel Sans

 

La vida es lo que te pasa cuando estás ocupado haciendo otra cosa.

Allen Saunders, 1957 – John Lennon, 1980

 

Bebemos plástico, comemos plástico, respiramos plástico, nos acostamos en plástico. Orinamos plástico. Y nuestro organismo reacciona con cáncer de próstata o de mama. Sí es necesario tomar las acciones que sea –limitar, reglamentar, hacer campañas– para promover un debate público sobre la bolsa de plástico y la forma en que vivimos.

En febrero de este año el Daily Mail británico informó que un estudio de la Universidad de Exeter encontró en muestras de orina de 94 adolescentes que el 86 por ciento tenía rastros de bisfenol A (BPA) en su cuerpo. El BPA es un compuesto químico que imita la hormona sexual femenina estrógeno, y que se ha relacionado con bajos recuentos de esperma e infertilidad en hombres, así como con el cáncer de mama y de próstata. Utilizado desde la década de 1960, el BPA se encuentra en envases de plástico, en el interior de latas de alimentos, en botellas de agua y en biberones.

En marzo, la BBC titulaba “El «preocupante» hallazgo de partículas de plástico en botellas de agua de 11 marcas”. Una investigación realizada en la Universidad Estatal de Nueva York encontró que casi todas las botellas de agua de las principales marcas contienen pequeñas partículas de plástico. Y que había partículas de plástico en muestras de agua corriente, en pescados y mariscos, cerveza, sal marina, y en el aire.

En Uruguay, en Punta del Este, un estudio de las arenas de las playas demostró la existencia de microfragmentos de plástico. Científicos del Centro Universitario de la Región Este de la Universidad de la República encontraron en estas arenas bolas de resina, un material utilizado para fabricar botellas de plástico.

Hace tres meses informaba Europapress: “La ‘isla’ plástica del Pacífico equivale ya a Francia, España y Alemania” en relación al “vasto vertedero de desechos plásticos” en el Océano Pacífico entre Hawaii y California.

¿Cómo es que en unas décadas nuestro planeta, nuestros cuerpos se están convirtiendo en plástico? ¿Cómo nos hacemos esto a nosotros mismos de volvernos de plástico? Para una vida sana y auténtica solo tenemos que tener presente la frase del comienzo. Dejar de estar ocupados con otra cosa para que la vida no nos pase, y vivir bien, reencontrarnos con la naturaleza no plástica, adecuar nuestro estilo de vida a lo que es saludable.

No necesitamos ser adictos a las bolsas de plástico ni a nada de plástico. Podemos ir a hacer las compras con una bolsa de tela de algodón, lino o cáñamo, una servilleta de tela para el pan, un recipiente de vidrio o acero inoxidable para los alimentos. Redescubrir que nuestra vida no es de plástico, sentir que nuestros alimentos y utensilios cotidianos son importantes y no descartables, que podemos cambiar las formas de producción para volver a tomar el agua de la canilla con tranquilidad. Como personas, como colectivos, podemos elegir no ser basura, y no morir atragantados como las tortugas marinas por una bolsa de plástico.

 

 

Agujereando nuestro único bote salvavidas por Benjamín Nahoum

En estos días se divulgó que en los océanos existen gigantescos depósitos de plásticos, cosa que en realidad ya se conoce hace décadas. Como los plásticos no existen en tal estado en la naturaleza, no cabe duda de quién es el culpable de ese desaguisado: nosotros, hombres y mujeres que habitamos el planeta Tierra, que somos los que inventamos, producimos, usamos y tiramos a la basura los plásticos.

Es claro, sin embargo, que ningún ser humano los depositó allí: de eso se encargaron las aguas de arroyos y ríos, que los llevaron a los mares y océanos, y las corrientes marinas, que los concentraron.

¿Por qué son importantes esos enormes basurales plásticos? Pues porque afectan la vida marina, ya que pueden ser tóxicos para muchas especies. Y ya se sabe que un palo en la rueda ecológica puede terminar haciendo saltar la rueda. ¿Quedará alguna duda que es importante cuidar qué hacemos con nuestros residuos plásticos, incluyendo en lugar destacado -pero no sólo- las bolsas y los envases?

En estos días, también, nuestro Parlamento discutió (y seguramente aprobará en las próximos semanas) un proyecto que regula el uso de bolsas plásticas en las compras que se realicen en locales comerciales. El proyecto podría ser mejor o peor, pero sin duda es un paso adelante, que refleja preocupación por el problema. Que no va a solucionarse sólo con esta medida pero, como se dice habitualmente, “principio quieren las cosas”.

Sin embargo, en seguida aparecieron quienes señalaron que la solución está en volver a los envases de papel, ahora que somos un país celulósico, a los que les respondieron quienes objetaron que la fabricación de papel consume mucha energía, que todavía se considera un bien escaso, pese al viento y el sol; aparecieron también quienes propusieron volver a las chismosas (claro que no de plástico) para llevar las compras, y hasta quien propuso ir al supermercado con un canasto, como los antiguos de bizcochos de las panaderías, para poner en él las compras.

Es que en este mundo cruel, cada vez que a alguien se le ocurre una buena idea a otro u otra se le ocurre una mejor, que posterga que se lleve a cabo la primera… y también la otra.

Apareció asimismo el repetido argumento de que todo lo que hacemos modificando la naturaleza, alterando de una forma u otra el ordenamiento natural, es contaminante. Lo cual es verdad, como también es verdad que no es lo mismo la contaminación que provoca una planta de fabricación de pasta de celulosa (mucha) que la que origina un cultivo orgánico (muy poca). Y también que una contaminación pequeña, repetida cientos de miles y millones de veces, se transforma en una gran contaminación.              De modo que la cuestión es compleja y requiere hacer muchas cosas además de ésta, Pero como una larga marcha comienza con un paso, saludemos este primer paso, que es útil, y preparemos los siguientes, que son imprescindibles.

 

Desembolsá el verano por Raúl Viñas

Un amigo me preguntó a modo de adivinanza: ¿Que es una cosa que rueda sin ruedas y vuela aunque no tiene alas?

Después de pensarlo algunos segundos le dije que no tenía idea; su respuesta fue, “la bolsita de nylon”.

Hoy a más de 25 años de ese “chiste” lo recuerdo cuando veo las bolsas rodando en las calles o volando alto entre los edificios del centro de Montevideo.

Pero también veo las bolsas y otros plásticos en las arenas de la playas, enganchadas en los alambradas a lo largo de las rutas o marcando los límites de las crecientes en los árboles y arbustos a la vera de ríos y arroyos.

Podría decirse que son parte del paisaje urbano, y también del rural; son tan omnipresentes que nos hemos acostumbrado mansamente a su presencia en nuestras compras y para los vendedores es casi impensable no colocar en ese contenedor la compra de su cliente aún que no sea más que un blister de analgésico que fácilmente podría ser llevado en el bolsillo.

Tanto es así, que si como cliente se agradece pero no se acepta la bolsa, nos encontramos muchas veces con la pregunta de si de verdad no la queremos, e incluso con el acto casi reflejo del comerciante o empleado de poner las cosas en una bolsa.

Aun así, si un día cualquiera revisamos muestras compras veremos que nos llevamos “de yapa” más de una docena de bolsas y envases plásticos en cualquier visita a un supermercado, e incluso a la feria del barrio, donde desde un ajo a 3 kilos de naranjas, pasando por un pedacito de queso, todos vienen acompañados de su bolsita.

Bolsas que el llegar a casa se tiran porque están mojadas o sucias, o son rotas al abrirlas porque fueron anudadas por el comerciante, o que se integran, en el mejor de los casos, a las que guardamos en algún cajón o armario para ser reutilizadas, aunque más no sea para la basura.

La iniciativa parlamentaria aprobada en diputados que se supone prohíbe el uso de las bolsas, tiene tantas excepciones y que es tan dependiente de su reglamentación futura, que seguramente terminará siendo poco más que un saludo a la bandera, salvo por la parte de cobrar las bolsas en los comercios, lo que por ser negocio será seguramente implementado rápida y eficientemente. Es igualmente un paso en la decisión correcta.

Hay además todo un tema que no se toca y que tiene que ver con el “packaging”, ya que la mayoría de los productos que adquirimos viene en contenedores plásticos, no solo bolsas, diseñados para convertirse en basura al usarlos, por ejemplo un paquete de galletitas. La tan mentada responsabilidad empresarial debe ir más allá  de diseñar envases resistentes y “marketineros”, atendiendo a todo el ciclo del envase.

La ley es un primer paso, pero su objetivo debe ir más allá de tener algo “ecológico” para marcar el “Día del Ambiente”, como casi sucedió la semana pasada.

Es necesario un enfoque integral del tema plásticos y no alcanza con leyes o decretos, se necesita concienciar sobre lo estúpido e inútil que es en muchos casos hacer uso de una bolsa o envase que solo se usará por cinco minutos. NO LO NECESITAMOS.

En nuestro país las leyes dan la capacidad a los gobiernos locales de imponer regulaciones ambientales más estrictas que las nacionales; la ley hoy a estudio, podría servir de disparador para que gobiernos departamentales o municipales impusieran la prohibición total.

Imagino que eso pudiera aplicarse como un primer paso, en el próximo verano para el Polonio, Valizas y Punta del Diablo, con una campaña a nivel de prensa que explique las razones y las ventajas que eso implica. Eso podría complementarse con entrega de bolsas reutilizables en peajes y terminales de transporte colectivo.

Quien te dice que no se sumarian ya el próximo verano Punta del Este o Piriapolis y porque nó Montevideo.

Un pequeño paso para defender el Uruguay Natural. ¿Será mucho pedir?

 

COMO EN BOLSA…     por Andrés Copelmayer

 

 

Los cincuentones nos criamos con bolsas de arpillera, líquidos en vidrio y medios quilos envueltos en papel estraza. La expresión barrial “darse como en bolsa” eludía al plástico. Cuasi literal, el dicho metaforizaba los tumbos del machucado transporte de papas. Aludía a dar o recibir simbólicamente una paliza intelectual, física o deportiva. En aquella época, el extinguido juego de las carreras de embolsados también se arpillereaba. Del cuidado del ambiente ni media palabra. La única referencia ecológica que recuerdo, son mis patas alquitranadas cuando de gurí volvía de la playa. Ya en casa, madre “dealer” distribuía ingenuamente el disan que te “pegaba” más que la grappa, para fregar duro los callos negros, devolver al pie su ardiente rosadez post parto y heder feo por una semana. Luego del éxito del uso de bolsas de plástico durante la guerra, el mercado abarató el costo de producción y globalizó su uso. Con la fiebre del oro negro, en los 80 el plástico se transformó en la estrella del mercado. Disminuyó sensiblemente el gasto de packing y encontró un modo barato de marketinear. Aunque sean prácticas y livianas, las bolsas son fabricadas con derivados del petróleo, fuente de energía no renovable cada vez más escasa y contaminante. Muchos plásticos son eternos y permanecen activos cuatro siglos sin degradarse. En 2016 se produjeron cerca de 12 billones de bolsas de plástico. Uruguay Natural no escapa al circuito, y es común ver transitar por las veredas montevideanas damas y damos, reutilizándolas como neceser, guarda caca o improvisado paraguas.

El impulso de organizaciones sociales, la academia y algunos estados avanzados en el tema, sustentados en nuevos paradigmas de la juventud virtual, colocaron al cuidado del medio ambiente en la agenda global. El protocolo de Kioto (1997), nunca ratificado por EEUU, el mayor emisor de gases invernadero; aún no se aplica en gran parte de los países más industrializados. Pero si tuvo el mérito de institucionalizar y legitimar, que contaminar ya no es negocio porque mata las fuentes de vida. Uruguay no es ajeno a esa movida y a los tumbos, acompaña. El proyecto de ley sobre la bolsa, “el que la usa la paga”, tiene buenas intenciones pero renguea conceptualmente. Transfiere a precios, y al forzado consumidor final, el costo de la diferencia entre usar bolsas tóxicas o biodegradables. El camino usado por otros países, no tan motivados por inventar la pólvora, va por la prohibición directa junto al estímulo fiscal de reconvertir la industria, comercialización y distribución de los plásticos tradicionales. Promueven la utilización de materiales biodegradables o packings alternativos amigables con el medio ambiente. Es compartible toda señal que promueva la cultura de valorar y preservar los ecosistemas naturales. Pero se vuelven letra muerta, si no existe una política de estado y presupuesto para fortalecer a la DINAMA en RRHH, capacitación y tecnología. Las modificaciones normativas son insuficientes para cambiar sistemas de producción y atajos mentales. Actualmente se exige a emprendimientos privados de porte, que anexen su propio estudio de impacto ambiental, el que luego es discutido y verificado por técnicos del estado, quienes habitualmente carecen de tiempo y herramientas para analizarlos en profundidad e independientemente. Aunque no quieran, la tienen que correr de atrás y confiar. En plena pre rendición de cuentas, con reclamos por lograr el 6% para la educación prometido, un amigo conocedor del tema me informó que con apenas 2 millones de dólares la Dinama podría capacitar y dotar de tecnología y logística a 3 equipos interdisciplinarios, con alta especialización en realizar estudios de impacto socio ambiental en todo el país. Con un ejemplo concreto me explicó cual es la trascendencia de medir el impacto socio ambiental, no solo post construcción sino también durante la obra. El World Trade Center Punta del Este, cuyo permiso de construcción excepcional por estar fuera de normativa fue votado en la Junta de Maldonado con mayoría dada por todos los partidos políticos, construirá una torre en plena Avenida Gorlero, frente por frente a la única Escuela Pública del balneario. La Escuela Nº 5 es de horario extendido, incluye Educación Inicial y Primaria y fue fundada en 1907 por los hermanos Lafone. Tiene 312 alumnos con tasas casi nulas de repetición y deserción escolar. ¿Qué llamó la atención de mi curioso amigo sobre esta promocionadísima obra? Fue que WTC, construyendo 23.539 mts cuadrados para erigir la torre de 25 pisos con subsuelo para estacionamiento, comprometiéndose a “obtener la certificación Ledd y ser el primer edificio verde de Punta del Este”; ignorase supinamente la existencia de la escuela que está a menos de 6mts de distancia del predio. Husmeando, mi amigo encontró que el Acta de Comprobación del estado de construcciones linderas labrada por ellos, afirma sobre la ubicación del predio que: “…dicha parcela es frentista a la Plaza Artigas”. Ni la magia de Copperfield podría trasladar ópticamente la feria artesanal de P.Este de una manzana a otra y colocarla sobre la escuela. Muy intrigado, mi osado amigo, pretendiendo proteger a la comunidad escolar, vecinos, trabajadores y familias; entre varias otras formuló las siguientes preguntas:

  1. Si el estudio de impacto ambiental valoró los impactos urbanos, sonoros y socio ambientales presentes durante los 3 años de construcción de la obra; especialmente en lo que refiere al flujo de niños y adultos que asisten a la escuela, y a los vecinos y turistas que habitualmente transitan por ese tramo de la Avda. Gorlero.
  2. Si tienen previsto instalar un cerramiento hermético del obrador, que minimice los impactos que puedan afectar el normal dictado de clase en la escuela Nº5 durante los 3 años de construcción.
  3. Si definieron tecnología a utilizar en la perforación de piedra para construir el estacionamiento subterráneo. Y si optasen por el uso de explosivos, especificaran tipo, cantidad y alcance; y las medidas de seguridad que se dispondrán para no afectar hogares linderos ni escuela, eliminando todo riesgo de afectar la salud de terceros.

Como verán mi amigo no es un fundamentalista ambiental, no está contra el “progreso”, ni se opone a la creación de fuentes de trabajo. Es más, pensó entusiasmado que le responderían satisfactoriamente. Pero nada. Ni siquiera le dieron como en bolsa. Solo escuchó el más profundo y prolongado silencio. Por ahora las autoridades, también violín en bolsa.

 

Volver a la “chismosa”  por  Celsa Puente

Cuando los veteranos recordamos retazos de infancia, nos remontamos a aquellos tiempos en que siendo niñas/os, íbamos de la mano de un/a adulto/a al almacén del barrio a hacer la compra con la “chismosa” ¿Quién no recuerda aquellas bolsas de tela traslúcida – el nombre nace seguramente por la indiscreta condición de exhibir el contenido – en las que portábamos los elementos que habíamos adquirido? Algunas tenían un asa redondita y eran de tamaño razonable porque razonable era también el volumen de lo que comprábamos. Era un tiempo en el que no se precisaba más que aquello, ofrecido en una cantidad suficiente para calmar la necesidad alimenticia y sin más adorno ni “packaging” que el rústico papel de estraza como único envoltorio.  El cambio en las modalidades de consumo y el “¿progreso?” de vivir en un mundo práctico trajo consigo las bolsas y los envases plásticos y la parafernalia de los envoltorios para promover la tentación de adquirir hasta lo que no necesitamos ni queremos. Los resultados son harto conocidos en relación al impacto en la vida silvestre –muerte de peces y aves como uno de los  daños más visibles- y consecuencias consabidas también en la vida de las ciudades como la obstrucción de desagües y cañerías, entre otros. “Cambia, todo cambia (…) Cambia todo en este mundo” dice sabiamente Mercedes Sosa al entonar esta canción. Cambia todo tanto que hemos creado el mundo de lo innecesario, de los deseos siempre insatisfechos y de la destrucción. El mar empieza a ser de plástico por eso no hay más remedio que tomar conciencia. La campaña mundial de reducción de bolsas de plástico a la que ha adherido Uruguay es de fuerte y decisivo simbolismo para iniciar el camino de revisión del vínculo con nuestro ambiente que aún parece posible. Es una medida necesaria pero convengamos que es a la vez francamente insuficiente.

Analizar la decisión de “vender” las bolsas de plástico para que los clientes lleven sus compras permite percibir una vez más la lógica imperante en los tiempos que corren: a NADIE parece importarle la conservación del ambiente en el que vivimos –no hay un gramo de generosidad generacional- pero a TODOS parece dolerles mucho el bolsillo. Por lo tanto, para comenzar a implementar la acción de la primer R –Reducir, Reciclar, Reutilizar- lo mejor parece ser una C de cobrar. Al que no le genera dolor la muerte de la fauna, al menos le generaremos el dolor de la pérdida del  bien más preciado: Poderoso Caballero es don Dinero dijo sabiamente con su inigualable pluma satírica el formidable don Francisco de Quevedo y Villegas, y eso que lo anunció hace mucho, mucho tiempo… Sinceramente si no logramos como país  conformar un proyecto fuerte en términos de reciclaje de residuos que permita enfocar con fuerza la educación ambiental, la reducción de bolsas de plástico no pasará de ser una medida que aunque bien intencionada, quedará suelta en la puntualidad concreta de la acción. Será también muestreo de nuestra  impotencia para activar un proyecto que es verdaderamente imprescindible  e imperiosamente urgente para asegurar la sustentabilidad de nuestro mundo.  Yo vuelvo con gusto a la “chismosa” e invito a los lectores a hacerlo pero solo tendrá sentido si a la vez tomamos conciencia de que es impostergable hacer un consumo moderado y razonable y que al comprar estemos un poquito más atentos al contenido y menos seducidos por el adorno del paquete.

 

La Era del plástico por Ian Ruiz

 

Vivimos en la era del plástico. Todos usamos el plástico diariamente y aunque éste material nos aporta muchas ventajas, está aumentando un problema tan grave, como la basura marina. Producimos 300 millones de toneladas de plástico cada año en el mundo. Entre 5 y 13 millones de toneladas plásticas acaban en los océanos anualmente. Muchos de estos residuos viven más años que nosotros como el caso de las bolsas de polietileno (188 años en el mar) que comúnmente nos entregan en cada compra en los supermercados y otros negocios.

Cada vez hay más plástico en los ecosistemas terrestres y marinos. No es solo un problema ambiental, también provoca problemas en la economía, en la sociedad y en la salud individual.

Hay una conciencia creciente de que este problema va a más, y teniendo en cuenta que es nuestra responsabilidad hacer algo, han surgido internacionalmente diversas respuestas a la contaminación plástica, desde la década de los 70´ pero Uruguay viene atrasado respecto a eso. Naciones Unidas lleva adelante desde el pasado año “Mares Limpios”, una campaña que ahora es el mayor compacto mundial para la lucha contra la contaminación plástica, con compromisos de 51 naciones que cubren el 62 % de las costas del mundo. Nuestro país, asumió el compromiso de gravar las bolsas de un solo uso.

El proyecto de ley de uso sustentable de bolsas plásticas que fue presentado por el MVOTMA en el 2016 basándose en otro proyecto del Senador Pedro Bordaberry, tiene como objetivo disminuir el consumo de bolsas de un solo uso, símbolo más evidente de la cultura del “usar y tirar” en la que estamos inmersos y reflejo de una sociedad basada en el consumismo. Cada año, los uruguayos utilizamos poco más de 400 bolsas y desperdiciamos más de 600.000kg de desechos plásticos al día, donde el 8% suele ser mal administrado.

Para concientizar, también se plantea que los comercios y que el usuario pueda tener la elección de pagar las mismas o usar otro tipo de instrumento para llevarse los productos que ha comprado. Lo mejor es reemplazarlas, ya sea por un carrito o una bolsa de tela como se usaba décadas atrás. Un punto donde se obtuvo respuestas positivas desde los comercios. No tuvo la misma suerte con los sectores empresariales, el punto donde se refiere al material con el que se fabricarían o deberá importarse para producirlas. Al decir de algunos empresarios, se trata de una materia prima que solo se produce en un país de Europa. Por lo cual se entendería que la ley de aprobarse tal como está redactada, podría beneficiar al monopolio de una multinacional en la fabricación de bolsas. Debido a esa razón, el proyecto volvió a la Comisión de Medio Ambiente.

Hay que entender que la elección de una determinada política se basa en la relación prevista entre una política y los resultados que se espera que produzca. Dicha relación, entendemos que no siempre es obvia cuando se refiere a políticas medioambientales, y los actores pueden tener ideas diferentes sobre ella.

El debate sobre políticas idóneas no puede entenderse sin tener en cuenta la influencia de las ideas (a veces muy arraigadas) sobre la libertad de mercado, la necesidad de una legislación que aborde los fallos del mercado, la primacía del estado, o el importante papel de la sociedad civil. Estas diferentes ideas a la hora de interpretar los artículos o informes publicados sobre las diferentes políticas, su eficacia real en diferentes contextos, sus posibles beneficios y límites, y las recomendaciones dadas para mejorar la eficacia de los diferentes enfoques e instrumentos, deben tenerse en cuenta con profundidad cada vez que se requiera un cambio en cualquier propuesta. Los ajustes realizados por DINAMA que motivaron a que no se aprobara aún el proyecto de ley, no tomaron en cuenta esa visión.

El proyecto de ley de bolsas plásticas, es una estrategia de instrumento de mercado, que permitiría a ayudar a que la economía funcione mejor y que dé las señales adecuadas. Para fortalecer una economía circular (reutilizar, refabricar, reparar) y la lucha en la contaminación plástica, existen las tasas sobre las bolsas de plástico, planes de reembolso de depósitos, o impuestos sobre vertidos. Para lograr efectos positivos en las regulaciones y prohibiciones como la  ley de uso sustentable de bolsas plásticas, debe ser acompañada a parte de las medidas legislativas, por las medidas de inversión tradicionales que no se están contemplando. Es decir, invertir en infraestructura, en los residuos de servicios, para asegurarse de que los desechos se puedan recoger, trasladarse al vertedero, llegar al reciclaje o a una instalación adecuada para que los materiales biodegradables cumplan con su característica en el destino. Otro peligro es el de acuñar el término biodegradable a los plásticos que solo se degradan en incineradores industriales y no en compostas naturales, como las que se hace referencia en el proyecto de ley como  “bolsas biodegradables y compostables”.

Mientras tanto, aprobadas o no las leyes, al final de la cadena estamos nosotros mismos. La sensibilización es clave para nosotros como consumidores. Debemos comprender los riesgos de la basura marina o terrestre, conocer la disponibilidad de productos alternativos, y tenemos que informarnos para poder tomar decisiones correctas. Sea en las compras, con la basura, al desechar nuestros residuos o simplemente limpiando lo que ensuciamos en espacios públicos. Cada uno de nosotros puede hacer cosas diferentes, y cada uno tiene su propio papel.

Al principio, si somos pocos, no debe ser motivo de desánimo, porque “no hay que dudar que un pequeño grupo de ciudadanos preocupados puede cambiar el mundo. Nunca ha sucedido de otra manera” diría Margaret Mead.

 

BOLSA, YO TE LLEVO ACÁ. EN EL CORAZÓN, NO PUEDO PARAR por Fernando Pioli

 

¿Alguien de ustedes ha tratado de impedir que en un negocio cualquiera le metan en una bolsa plástica lo que sea que están comprando? Parece existir una logia secreta entre los vendedores de distintos ramos cuyo objetivo es descubrir respuestas no humanas entre los clientes. Si algún ser de aspecto sugerentemente humano rechaza que su compra sea envuelta en una bolsa plástica todo indica que es altamente probable que estemos ante la presencia de un invasor reptiliano usurpando una identidad. Es que en realidad esta gente pareciese sospechar que toda persona que evite envolver su compra en la suave y aséptica superficie de una bolsa descartable oculta algo grave.

Hagan la prueba por ustedes mismos y digan que su compra no necesita ser envuelta en una bolsa de nylon en cualquier salón de barrio y recibirán un gesto de incredulidad y sospecha, como si estuvieran sometiendo a un engaño tan sutil al encargado del local que este debe esforzarse (sin éxito) por desentrañarlo.

La bolsa de nylon, amén de ser frecuentemente innecesaria, ha sido naturalizada como un servicio de cortesía en la venta de cualquier producto por insignificante e informal que este sea. Para la mayoría de los clientes es vivida como una afrenta que en un puesto miserable de la feria donde se venden cosas no solo usadas sino incluso gastadas, el improvisado vendedor no nos provea del correspondiente envoltorio con asas que permita el acarreo de resultado de la compra. En este punto hemos generado una dependencia de tal calibre que la amenaza de tener que dejar de recibirla gratis motiva una reacción política, no descartando en absoluto que algún cerebro legislativo llegue al extremo de emprender una campaña de firmas.

En la era de lo descartable, hay pasiones que no se abandonan, y la bolsa descartable parece ser una de ellas. Ironías del destino como estas tienen algo de poético, seamos justos en eso.

El que se cobren las bolsas plásticas no es un capricho de los gobernantes, que por cierto suelen ser bastante caprichosos, sino una necesidad civilizatoria. No es posible que nos estemos sometiendo a nosotros mismos a esta tortura malsana de vivir nuestras vidas escapando del asedio contaminante de la omnipresencia de la bolsa plástica que tapa los desagües, llena los recipientes de residuos, contamina los mares, afecta la supervivencia de especies animales, y que por si todo esto fuera poco, genera dependencia en los usuarios humanos.

 

Devolvé la bolsa por Lucía Siola

 

El problema de la contaminación ha adquirido una dimensión catastrófica bajo el actual régimen social. La depredación abarca cada vez más extensiones de bosques y selvas, y termina con cientos de especies en todo el planeta. Además de los tóxicos que perjudican la capa de ozono, muchos residuos son volcados al mar y a la tierra sin posibilidad de que se degraden, generando amontonamiento de basura, que perjudican a todo tipo de flora y fauna, sobre todo la marina. Las bolsas plásticas constituyen solo un tipo de estos residuos que no se degradan fácilmente y  son un factor relevante en la contaminación. El problema no radica en la transformación que el hombre hace sobre la naturaleza, sino en el modo en que lo realiza. La producción de mercancías bajo el capitalismo  se orienta hacia el lucro, sin contemplar en absoluto el daño ambiental que se efectúa –muchas veces irreparable -.

La tecnología y el desarrollo del conocimiento al que ha llegado la humanidad al día de hoy permitirían orientar la producción de un modo no contaminante o con un mínimo impacto en la naturaleza. Sin embargo, el respeto del medio ambiente es incompatible con una producción que busca obtener mayores ganancias reduciendo al mínimo los costos, evitando los gastos que implican una planificación y organización del trabajo con una perspectiva ecológica.

 

La regulación por parte del parlamento del uso de bolsas de plástico en los supermercados es una medida ilusoria de combate a la contaminación. Podrá eventualmente reducir el consumo de bolsas, pero no eliminará su producción y utilización. Tal como está planteado el tema, la eliminación de las bolsas de plástico gratuitas por parte de los supermercados para intentar reducir este tipo de producto es en realidad una rebaja de los costos de las empresas, pues no se plantea el cambio por otro material biodegradable, sino que ese costo ahora se traslada a los compradores, se transforma la bolsa en un nuevo producto para comprar. La ley tampoco se cuestiona, o establece una planificación para reducir el uso de todos los tipos de envases plásticos que también son un factor relevante en la contaminación. La discusión y aprobación de esta ley ‘ecologista’ no es más que una farsa, pues la defensa de la vida del planeta y el combate real, de fondo, a la contaminación sólo puede ser efectivo mediante un plan político que ataque en primer lugar las formas productivas de las grandes industrias que son las que producen los mayores niveles de contaminación, así como a los sojeros y los productores que utilizan enormes cantidades de fertilizantes y pesticidas que contaminan los ríos y la tierra. En definitiva la ley pone el eje de la contaminación en el consumo excluyendo al principal causal de la depredación ambiental: la producción capitalista. Tal y como ha quedado demostrado en nuestro país con la instalación de las pasteras y la producción sojera. Aunque el gobierno y el parlamento voten la prohibición de distribuir bolsas plásticas en los supermercados posando de ecologistas, pasarán a la historia como los responsables de la mayor depredación de nuestros recursos naturales elementales: el agua y la tierra.

 

 

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