Un grupo de jóvenes alquila un apartamento, estrategia clásica para muchos montevideanos que intentan vivir fuera de su ámbito familiar. En la obra veremos tres, pero aparentemente son cuatro, y la ausencia del cuarto ya marca una de las situaciones típicas de esta forma de convivir, el lidiar cada uno con las inestabilidades de los otros. Lo primero que nos parece interesante destacar de Otros problemas de humanidad es que se plantea una situación típica de muchos jóvenes montevideanos de clase media actual. Los jóvenes de hoy ya no salen de la casa de sus padres para formar su “propia familia”, pero tampoco pueden afrontar solos el costo de un alquiler, y la opción es hacerlo con amigos. Eso va dando paso, a la vez, a rotaciones en que la partida de algún amigo genera la llegada de otro, quizá no tan conocido. Las fricciones de convivencia, ya sea por el uso de los espacios comunes, las actividades más o menos invasivas de los otros o por el reparto de las tareas domésticas suelen generar situaciones que, miradas desde fuera, pueden ser muy humorísticas, con ribetes casi surrealistas si pensamos en casos en que los que conviven tienen pretensiones artísticas.
Bien, todo lo anterior aparece en Otros problemas de humanidad, pero lo maravilloso del espectáculo es que más que “reflejar” ese tipo de convivencia la crearon en el espacio escénico. Las situaciones transcurren en un espacio acotado que es a la vez cocina y living-comedor. Allí conviven un joven que desea ser cocinero, una pretendida pintora y una aspirante a poeta. Todos luchan, de alguna forma, por contarle al otro sobre su vida, sobre sus aspiraciones, sobre sus deseos, pero más que diálogos, por momentos lo que sucede es que se intercalan lo que cada uno tiene para decir sin escuchar al otro. Leyendo y escuchando entrevistas a los creadores queda la sensación de que en los ensayos se fueron creando los personajes y luego se echaron a andar en ese espacio de “convivencia”, por lo que, como decíamos antes, las situaciones fueron creadas en el proceso, incluso con momentos en que los personajes no tenían más indicaciones que su propia historia y el espacio.
La forma de trabajo da una gran organicidad al resultado, pero además abre lugar a pliegues que se superponen. Los personajes actúan, actúan para los otros personajes, pero por momentos corren la cortina de la cuarta pared y la actuación para el público también se hace explícita, quedando en evidencia el cómodo voyeurismo del espectador. Pero por otro lado, la propia dinámica del grupo de creadores se vio afectada por la lógica de la convivencia juvenil. Aparentemente el cuarto personaje que nunca aparece tiene que ver con un cuarto actor que no logró consolidar su participación. Una de las actrices iniciales se fue de viaje, y hubo que buscar otro “inquilino” para ocupar su lugar, lo que generó seguramente nuevos ensayos y nuevas situaciones. Claramente aquí no podemos hablar de un texto al que los actores se ciñen, sino de consignas claras, un espacio delimitado, y la invitación a jugar bajo esas reglas generando algo que no “refleja” el exterior pero que sí remite a situaciones análogas, dando pie a la reflexión del espectador sobre esas situaciones similares fuera de ese espacio imaginario. Y dando pie también a la reflexión sobre la relación entre el arte y la “realidad”.
Hace poco recordábamos la obra de Marcel Sawchik y Adriana Ardoguein El cordero y el mar. En aquel espectáculo la necesidad de hablar sobre los desaparecidos llevó a los artistas a crear un universo propio en el escenario. Un viaje en barco, el descubrimiento de algo terrible de lo que no se podía hablar, el insomnio, y la desaparición de quien no respetaba el pacto de silencio, todo sucedía en el escenario. La propuesta era potente, y no necesitaba “reflejar” la realidad para que se entendiera de lo que se hablaba. Lo mismo pasa en Otros problemas de humanidad. Creados los personajes y la situación de convivencia, es el juego creativo el que crea un universo con su propia lógica en el escenario. Un universo que no “refleja” nada, pero que sí remite a otras situaciones en que se ensaya el tratar de ser adulto, tratar de ser humano, tratar de ser sí mismo.
Seguramente el gran desafío del director-dramaturgo, si es que podemos hablar de un dramaturgo aquí, haya sido el que el caos creativo se estructurara de forma inteligible para el espectador. Y la energía exasperada de las actuaciones, en una clave actoral casi expresionista por momentos, nunca se salió del cauce que hace que sus historias sean descifrables para el público.
Vimos uno de las últimas funciones de una obra que ya tiene un recorrido importante, pero que tiene más para dar aún. Esperemos que el año que viene el espectador siga pudiendo espiar como conviven estos jóvenes con otros problemas de humanidad.
Otros problemas de humanidad. Dramaturgia y Dirección: Sebastián Calderón. Elenco: José Pagano, Laura Martínez, Cecilia Yáñez.
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