Al abordar la crisis desencadenada por la pandemia de Covid 19 enseguida aparecen las evaluaciones económicas. Se escuchan o leen análisis sobre la severa caída de las economías nacionales y predicciones de sus posibles evoluciones apelando a gráficas. Entre las más citadas están las que describen una crisis en L, con una caída pronunciada del producto bruto que se mantiene por largo tiempo. Otros vaticinan una recuperación más rápida, llamada en U. Algunos creen que habrán caídas y subidas alternadas por lo cual el dibujo es de una W.
Se generó una “sopa del alfabeto” para describir la crisis, como advertía ya en abril, David Rodeck en Forbes, un medio especializado en economía (1). Con entusiasmo redoblado, la lista de posibles curvas se amplió aún más, y en mayo se hablaba de seis tipos distintos (crisis en L, V, U, S, Z y W) (2).
Todo eso está revestido de un barniz propio de la sabiduría de los expertos, con complejos cálculos económicos para obtener indicadores, pero que de todos modos se resumen en unas simples curvas. Trazos entre dos ejes. Hay allí al menos dos presupuestos que casi nadie discute pero que merecen ser disecados.
Descartes detrás de las gráficas
Por un lado, se acepta que la crisis, más allá de todas su complejidades, puede ser representada en una imagen que es apenas el trazo de una línea, una curva. Por el otro, el indicador usado en esos gráficos casi siempre es el Producto Bruto Interno (PBI), dando por válido que resume la esencia de toda una economía nacional. Desde esos dos presupuestos se dibuja la geometría de la crisis actual y de sus posibles futuros.
Esto es posible gracias a un formidable esfuerzo de simplificación. Uno de los modos más usuales es concebir a los países como sistemas simples, asumiendo que se pueden conocer todos sus componentes y las relaciones entre ellos. Es como si Uruguay fuese una máquina, y cada una de sus piezas estuviese identificada y se saben cuáles son sus funciones. De ese modo, los economistas convencionales proponen ajustes o recambios para “acelerar” o “frenar” la economía. Esa perspectiva puede representarse en una gráfica simple, como si el PBI fuese la “velocidad” con la que crece (o no) la economía nacional.
Cuando se utilizan analogías como máquinas o gráficas es inevitable recordar a René Descartes. En el siglo XVII, Descartes insistía en que la realidad podía ser encarada como si fuera un reloj, y si se conocían cada una de las piezas de esa maquinaria se podría entender su funcionamiento y predecir cambios al futuro. Al mismo tiempo, Descartes utilizaba todo tipo de esquemas e imágenes en sus libros, por ejemplo para describir fenómenos ópticos. En eso se originan todo tipo de tensiones que siguen presentes hasta el día de hoy y llegan a esas gráficas de la crisis.
Es que Descartes era un extremista del escepticismo, dudando incluso de los datos empíricos ya que la verdad sólo se lograría por la experimentación. Como las imágenes están más allá de ese método, serían apenas una ilusión. Traducido al día de hoy, las curvas de caídas y recuperaciones económicas también serían una ilusión. Pero al mismo tiempo, al repasar los libros de Descartes es evidente que usaba los esquemas con mucha intensidad y originalidad al explicar sus ideas.
Las gráficas y modelos de la economía contemporánea de algún modo repiten esa tensión. Simultáneamente pretenden representar directa y acertadamente la realidad que abordan, pero a la vez, esa representación es una deformación, y eso desean evitarlo. El economista dirá que es “obvio” que las gráficas del PBI no representan a todos los componentes de una economía nacional pero eso no impide reconocer que muchos de ellos, junto a empresarios, políticos o periodistas, usan esas imágenes como si así fuera.
Indicadores y metáforas
Las gráficas de la crisis utilizan las subas y bajas en el PBI, el Producto Bruto Interno. Este es un número, calculado a partir del valor económico de los bienes y servicios producidos dentro de un país en un cierto período de tiempo. Sus orígenes están en la II Guerra Mundial, a partir del trabajo del economista Simón Kuznets en Estados Unidos, con el propósito de tener un número que resumiera el estado de la economía del país, de las capacidades de compra de las familias y de la salud de las empresas.
Pero con el paso de los años, el PBI se convirtió en mucho más que eso, a medida que el desarrollo pasó a ser entendido como crecimiento en el producto. Todos celebraban sus aumentos y se alarmaban con sus caídas, haciendo que el PBI fuese un objeto de deseo en sí mismo. Se transformó en un número que parecía develar las esencias de una economía. Fue adoptado por legiones de economistas, y desde allí se extendió a empresas, bancos y gobiernos. En uno de los libros de texto más usados en economía, Paul Samuelson y William Nordhaus, premios Nobel en esa categoría, afirman que el PBI fue una de las más grandes invenciones del siglo XX (3). Ese ascenso fue de la mano con el creciente tránsito de muchos economistas hacia la consultoría y la política.
Pero al mismo tiempo se acumula la evidencia en sus limitaciones. No sólo es iluso que ese número represente a toda una economía, sino que hay componentes que son explícitamente excluidos, como el trabajo no remunerado de miles de mujeres o la producción de agua que brinda la Naturaleza, y aún si fueran incorporados es muy discutible cómo valorarlos económicamente. Tampoco es menor que las curvas del PBI imponen una homogeneidad irreal al cobijar situaciones tan distintas como un empresario que exporta carne o el kiosquero de la esquina. Es por eso que, una vez más, Descartes tenía razón y el PBI es también una imagen distorsionada.
El uso del PBI y los dibujos de gráficas terminan siendo representaciones unas dentro de otras, y sirven para sostener metáforas. La economía contemporánea está repleta de ellas, fortalecidas de tal manera que dejaron de ser un recurso estilístico para convertirse ellas mismas en una nueva realidad.
Apelar a metáforas para describir la crisis, por ejemplo describiéndola como una U, tiene sus ventajas pero también muchas de las desventajas que aquí apenas se comentan. Se las disimula bajo el halo del saber experto, de las ecuaciones y modelos matemáticos, aunque por más variables que se sumen, como siempre se parte de supuestos en ello retornan las tensiones cartesianas. Al ser representaciones metafóricas, al final de cuentas la estimación de la crisis que hace cualquier vecino en el barrio, en su esencia puede ser tan válida como la de los analistas económicos que leemos en los diarios o escuchamos en las radios.
Notas
- Alphabet soup: Understanding the shape of a COVID-19 recession, por D. Rodeck, Forbes, 19 Abril.
- Just one in 10 fund managers expect V-shaped recovery for US economy, C. Smith, Financial Times, 25 Mayo.
- Macroeconomics, P.A. Samuelson y W.D. Nordhaus, McGraw Hill, 2010.
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