La hora y la vez de Corea del Sur por Nelson Di Maggio
El momento de iniciación de la democracia en Corea del Sur nació en 1987. Se sucedieron cambios fundamentales dentro y fuera del país y la realización de los Juegos Olímpicos de Seúl 88 la catapultó a resonancias internacionales. Un proceso de transformaciones acelerado que en el área de las artes visuales se concretó en las bienales de Gwangju y Busan, de sostenida fama. El prestigio de hoy hundía su pasado en el enorme Nam June Paik (1932-2006), inventor del videoarte, formado en Alemania como el hoy célebre filósofo Byung-Chul Han. La reciente sorpresa del oscarizado Bong Joon-Jo, director de Parásitos (2019), festejada por los surcoreanos como la recompensa cultural al país por las varias nominaciones postergadas, entre ellas las de Lee Chang-dong, director de Peppermint Candy (1999), título adoptado por una de las exposiciones memorables de esa procedencia que tuvo lugar en Buenos Aires en 2008 y que se reproduce por anticipatoria de su éxito. No solo Samsung en la conquista tecnológica y los logros en el tratamiento del coronavirus son populares y merecedores de la atención mundial. Seungwan Kang, curadora de la exposición Peppermint Candy (Caramelo de menta), escribe en su inteligente y explicativa introducción del catálogo: «El Caramelo de menta simboliza los valores frágiles, la juventud y la pureza, que son frescos y picantes, porque todo es nuevo, pero al mismo tiempo estos valores siempre pueden ser usados o derribados por las nuevas generaciones. El dilema de regresar al progreso y la pureza como la huida de lo desencajado es el aura de Caramelo de menta que está estampado en nosotros.»
Impactante revelación de jóvenes coreanos
Entre las múltiples y excelentes opciones que ofrece la capital porteña, el renovado Museo Nacional de Bellas Artes atrapa con la muestra de artistas jóvenes procedentes de Corea del Sur titulada Caramelo de menta, que puede visitarse hasta el mes de julio.
La nueva dirección de la principal pinacoteca argentina decidió renovar el hall de entrada al museo para descubrir el espacio interior hasta ahora opacado por librerías, boutiques y mesas de recepción, en una atmósfera propicia al deleite y al pausado ritmo reflexivo de su estupendo acervo de arte internacional, desde la Edad Media hasta el siglo xx, con fuerte representación del impresionismo (Van Gogh, Manet, Monet, Pissarro, Degas, Gauguin) y las vanguardias históricas (Klee, Kandinsky, Picasso, Tàpies y así siguiendo), y un panorama completo de la historia del arte nacional.
Caramelo de menta (Peppermint Candy en el original) toma el nombre de la película homónima del director Lee Chang-dong, donde el sabor mentolado y dulce evoca la juventud y la pureza, los valores frágiles y transitorios de su protagonista. Los 23 artistas seleccionados nacieron en las décadas del 60 y 70, pertenecen a un medio sociocultural similar y crecieron durante períodos de cambios políticos muy marcados por el pasaje del autoritarismo a la democracia, en un país que hoy está entre los más avanzados económica, tecnológica y culturalmente.
La inteligentísima curadora Seungwan Kang, del Museo de Arte Contemporáneo de Seúl, consiguió reunir obras y artistas que mantienen el compromiso de asumir un lenguaje absolutamente actual y enjuiciar, al mismo tiempo, los problemas socioculturales de la realidad coreana que, por extensión, son globales. Pocas exposiciones itinerantes (viene de Chile, va a Brasil) del exterior logran la fuerza y convicción, la íntima articulación de poderosos recursos expresivos y la filosa mirada a lo inmediato como Caramelo de menta. Porque a las invasoras oleadas en Occidente del arte japonés y chino en bienales y ferias de arte, le corresponde la hora y la vez de Corea, con una bienal propia de creciente prestigio, Gwangju. Que ya tiene un famoso representante de calibre internacional, Nam June Paik, el inventor del videoarte, de otras personalidades invitadas a las bienales de Lyon (Kimsooja, Bul Lee), bienal pionera en la presentación de los coreanos.
Caramelo de menta está dividida en tres partes. La primera, Hecho en Corea, recorre el espectro ideológico que va del militarismo a la democracia, la ocupación estadounidense y destrucción ecológica con los experimentos militares, fotografías sobrecogedoras de lugares desérticos e inhabitables (Kang Young-suk) o la playa de Maehyang-ri donde murieron dos escolares aplastadas por un tanque blindado de la fuerza de Estados Unidos y la rebeldía de la población ante la declaración de inculpabilidad de los soldados. Las obras de Jo Seub evocan los cambios ideológicos con diversos personajes de la historia contemporánea. Bae Youngwham proyecta desde una pequeña construcción de cartón imágenes azotadas por el viento tras una reja, símbolo de la represión.
Gimhongsok propone a cinco personas cantar en idioma coreano los himnos nacionales de cinco países poderosos (Estados Unidos, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Japón), lo cual provoca tensiones entre la descontextualización idiomática y la identidad nacional. Jeon Joonho utiliza un billete de 20 dólares con la Casa Blanca al centro y va borrando lentamente todas las ventanas y puertas en simbólico derribar de la hegemonía monetaria.
La segunda parte, El fantasma de la nueva ciudad, pone el acento en las transformaciones del urbanismo, con una imaginación desbordante. Una de ellas es de autoría de Inhwan Oh: sobre una superficie del suelo protegida, dispone letreros de los bares gays en Seúl dibujados con polvo de incienso que se enciende cada día hasta consumirse y dejar solamente una huella. La tercera parte, El paraíso de plástico, es una inmersión por la sociedad de consumo, con trepidante inventiva en su ironía devastadora. Pintura (como inventada por vez primera por su original tratamiento), fotografía, instalaciones y videos realizados con perfección técnica al servicio de ideas que comprometen al espectador por su carácter universal. Jóvenes brillantes, con un talento fuera de serie que viven y transmiten los acuciantes problemas de la sociedad actual. El futuro les pertenece. Mientras, muchos de sus colegas uruguayos, obsedidos en la soberbia narcisista, cuidan de su pequeño jardín amparados por los magros beneficios oficiales.
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