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La madurez en crisis

La madurez en crisis
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La primera acepción de la palabra “crisis” que aparece en el diccionario de la RAE la define como: “Cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. Y si la definición parece útil para describir varias situaciones y personajes de Jumpy, obra escrita por la británica April De Angelis que va en el Circular, también resulta interesante para pensar cierto anacronismo que la propia dinámica social le ha impuesto en apenas una década.

Jumpy presenta a su personaje central, Julia, como una mujer que cuando era joven: “protestaba por los derechos de las mujeres. Ahora la que protesta es su hija, para salir los fines de semana.” Aquí aparece centralmente una de las crisis que estructuran el espectáculo: la crisis generacional que enfrenta a una madre cincuentona con una hija adolescente. Educadas en contextos histórico-sociales diferentes, las dos mujeres perciben de forma diferente las situaciones que atraviesan y ofrecen respuestas también diferentes, lo que las enfrenta de forma casi continua. Pero también se desprende de la forma en que la obra se presenta un cierto desencanto que Julia siente hacia las nuevas generaciones, en tanto no parecen ser consecuentes con sus luchas feministas juveniles. Este desencanto en realidad también puede traducirse en cierta inseguridad acerca de la forma en que se dieron ciertas peleas. Un diálogo  de Julia con su extrovertida amiga Cristina pone estas dudas de forma explícita en el escenario.

La propia De Angelis señalaba, a propósito de una versión de Jumpy de 2016: “La experiencia de ser madre y tener una hija no es una ficción (…) Y la pregunta sobre el estado del feminismo hoy en día fue una pregunta genuina que tuve cuando mi hija estaba creciendo (…) Las cosas eran tan importantes que era casi como si tu personalidad estuviera a prueba (…) La moralidad política era una gran pregunta. Parece otro tiempo. ¿Te imaginas eso ahora? ‘¿Qué marca estás usando?’ es de lo que hablamos ahora. ‘¿Cuál es tu crema facial?’” El desencanto es claro, y en ese sentido la autora afirma que Jumpy “fue un intento de escribir algo desde mi perspectiva como feminista que no fuera solo una tonta comedia doméstica (…) Estaba destinada [Jumpy] a ser accesible y política y preguntar si hemos vivido esos ideales y si puedes vivirlos sin un movimiento. Fue poderoso, pero luego todo desapareció”.

Parece extraño leer en el Montevideo de 2022 que hubo un poderoso movimiento feminista que desapareció, que las nuevas generaciones solo se preocupan por salir los fines de semana y por la crema facial que utilizan. Pero claro, Jumpy se estrenó en Londres en el 2011, algunos años antes de que estallara la denominada cuarta ola del feminismo que ha vuelto masivo y poderoso al movimiento feminista como pocas veces antes, al menos en ciudades como Montevideo. Es de suponer que si la autora volviera sobre esta obra hoy en día, al menos en el sur, propondría una Luli más desafiante con los propios términos feministas de su madre, invitándola a volver a las calles bajo consignas como Ni una menos. Si leyéramos Jumpy como una obra contemporánea, el feminismo de Julia (y de la autora) resultaría bastante conservador.

Lo que sí tiene Jumpy es un enfoque femenino de la vida cotidiana de un puñado de personajes de clase media. Más allá de las valoraciones que hagamos de los personajes, son las mujeres las protagonistas de la historia. El conflicto central es entre Julia y Luli. El noviazgo de Luli genera otro conflicto que sin embargo casi no necesita de la participación del novio, alcanza con que Julia hable con las contrapartes adultas, y quien dirigirá la conversación desde la familia del novio será Bea, la madre. Ni el esposo de Julia ni el de Bea tienen mayor relevancia en la historia, más allá de servir para ilustrar dos parejas cincuentonas en crisis o en franca ruptura. Es en este sentido en el que sí podemos pensar en una perspectiva feminista, en la elaboración de una trama en la que el protagonismo masculino es anecdótico. En ese aspecto la obra nos recordó la película de Marleen Gorris Las memorias de Antonia.

Pero además del ángulo femenino, o feminista, la historia tiene una clara perspectiva de “clase media universitaria” que evalúa como un lastre o una condena al embarazo y la maternidad adolescente, otro de los temas que genera una crisis en Jumpy. La perspectiva de “clase media” ya había aparecido al comienzo, cuando nos enteramos que el trabajo como educadora de Julia está tambaleando merced a algunas reformas del gobierno (y en esto sí que Jumpy es contemporánea en nuestro país).

Más allá de las puntualizaciones respecto al movimiento feminista en la actualidad, Jumpy propone algunas historias que gran parte de la platea podrá reconocer como cercanas. Las crisis de las parejas maduras, los conflictos generacionales, las tensiones entre maternidad-paternidad y “desarrollo personal”, la inestabilidad laboral en la madurez, todo es traducido de forma cercana y natural.

El elenco encarna con fluidez la aridez rutinaria de sus personajes, y la historia tiene fugas humorísticas (el personaje de Cristina es clave en ese sentido) que aportan lo suyo para que la historia nunca decaiga. Los personajes transitan del patetismo a la ternura, y aparecen ante la platea como criaturas inseguras y frágiles.

Este es el cuarto trabajo de dirección que conocemos de Lucio Hernández, antes vimos Variaciones Meyerhold (2012), Tom Pain (2017) y Labio de liebre (2018). En Jumpy vuelve a lograr actuaciones centrales potentes, pero fundamentalmente un trabajo colectivo que juega para la historia más que para el lucimiento individual. Hernández no es un director de “puestas”, al menos hasta ahora, y tampoco proviene del llamado “teatro psicológico”, pero siempre logra verosimilitud en las actuaciones, siempre logra que creamos en los personajes, más allá de que estemos ante un monólogo existencialista, una tragicomedia con el terrorismo de estado como telón de fondo o, como en este caso, una crisis familiar que remueve las convicciones de quienes la protagonizan.

Palabras aparte para la enorme actuación de Paola Venditto. Luego de una pausa que la mantuvo alejada de las tablas la actriz vuelve para ponerle el cuerpo a Julia, esa matriarca que duda sobre el alcance de los límites que pone a su hija, esa mujer a la que el aburrimiento no le ha anulado el deseo, ese personaje en el que laten a la vista convicciones y dudas. La actuación de Venditto es de esas que, como nos gusta decir por aquí, invita al teatro por sí misma.

Jumpy. Texto: April De Angelis. Dirección: Lucio Hernández. Elenco: Paola Venditto, Gustavo Bianchi, García, Luana Bovino, Julia Cabrera; Denise Daragnès, Moré, Leticia Cacciatore, Thiago Hernández y Sebastián Martinelli. Fotos: Xóchil Hernández.

Funciones: jueves 21:00. Teatro Circular (Sala Uno)

 

 

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.