Los apasionados por la literatura encuentran en las famosísimas Coplas de Jorge Manrique a su padre la idea base de que no todo pasado fue peor, excelso ejemplo el de la nostalgia para con quien ya no vive entre nosotros.
En el presente la idea de ¨renovación¨ inunda el campo político con la cualidad aséptica, lo pasado caduca en irrupción de nuevas formas, algunas de las cuales velan por el futuro sin mayor destaque que su presunta novedad. La atención se sobrepone como corazón irrenunciable en los sistemas democráticos, es de valorar que los actores políticos centren sus esfuerzos en la construcción de interés cívico, pero qué sucede cuando la búsqueda de los ojos del elector se degrada en la frivolidad.
En Uruguay vemos una contienda electoral que peca de vacío, de la que no somos en su totalidad responsables, ya que ciertas discusiones abandonadas, fueron primero desahuciadas en el mundo, en su coherencia o incoherencia.
Tal así, que la producción legislativa en las últimas décadas de la historia uruguaya ha disminuido considerablemente, pero la consideración cuantitativa no es el aspecto de mayor importancia, ya que el punto a revelar se encuentra en la materia de discusión, las transformaciones llevadas a cabo, e incluso el lenguaje.
Podemos encontrar en la historia parlamentaria discursos elevados sobre la filosofía del derecho, discursivas metafísicas (Paul Valery escribió ¨La política es la metafísica del vulgo¨), diversas citas e influencias de autores clásicos de la historia del pensamiento, dando forma en el recinto a elevadas contiendas. Incluso en aquellas más cercanas a lo que podría denominarse empirismo político, existía la mayor de las fundamentaciones en ideales que se edificaban con los pies en la tierra.
Las visiones latinoamericanistas, panamericanas, las posiciones cosmopolitas, las nacionalistas e incluso las que se expresaban en la tradición hispánica encontraban lugar, las ideas sobre los avances tecnológicos, las formas de producción, las potestades del Estado, se cimentaban en filosofías políticas, que no eran menos que el terreno de la lucha de formas de vida, relevado en uno de sus esplendores para el Río de la Plata con la obra ¨Facundo¨ de Domingo Sarmiento, cuya lectura decantó en la dicotomía civilización o barbarie, expresa la primera en la aspiración doctoral europeísta y la segunda en la figura del gaucho rioplatense.
Nuevamente, maneras de vida que batallan en su elevación, ya perimidas, muchas de las discusiones actuales decantan en el encuentro de la gestión del Estado, en su expansión o retracción, los actuales debates no se ciernen sobre el individuo o comunidad, en tanto, concepción del humano, sino en el intento de gestión. Y no parece este fenómeno ser fruto del consenso, o de un denominado ¨fin de la historia¨ sino que se acompasa con la calidad del debate democrático y su profundidad, e incluso con una pérdida en general de la valoración intelectual de los recintos.
Esta desestima es consecuente con la solubilidad de las actuales discusiones, en la pérdida de ese espíritu rodoniano recluido hoy en el materialismo más ingenuo, el que se ahoga en el pozo de la permanencia, en aquello incambiable.
El triunfo de las cosas ha borrado al sujeto, y la renovación es confluente en la imagen, relevemos en este momento a Lipovetsky y Serroy que en su libro ¨La estetización del mundo¨ dan expresión al hiperconsumo estético, de la mano de la exhibición constante, la teatralización del poder se alinea con la pretensión de miradas, así la sobreestimulación de la cosa política ya no se rige ante la atención cívica del desarrollo de una sociedad, sino en la búsqueda de la mirada.
En un poder que ya no discute sobre la realidad, sino que la acompasa, hoy el sistema político sufre la embestida de la espectacularidad, la lucha se da en los márgenes de la apariencia, lo político como tal es revestido, y al ciudadano le es cada vez más lejano inmiscuirse en el debate público más allá del mensaje reducido. Incapaz, en ese momento, de visualizar las profundas concepciones que encarnan una opción u otra en la condición del humano.
La individualización a ultranza decanta en el marco político en micro luchas que no aúnan en un órgano político que fortalezca sus aspiraciones, sino que las demarca en intereses nimios que acortan las preocupaciones del sujeto ante la comunidad, la desvalorización de los partidos, los sindicatos, como lugar de contiendas se ven minorizados por aspiraciones que se centran en tópicos específicos, que generales o coyunturales, no encuentran en una línea teórica – practica una fundamentación que les otorgue capacidad de construcción alternativa.
El filósofo británico Zygmunt Bauman confiere el término “modernidad líquida” para interpretar una sociedad de la inmediatez, una sociedad de consumo que en el pilar de la angurria se sustenta la insatisfacción permanente. La política, en tanto, ve su efecto en la perdida de profundidad, la discursiva ideológica, el pensamiento sobre la condición humana, se ven perimidos, ya no hay tiempos para las disputas que confieren esfuerzos, y la preguntas nuevamente se ciernen ante los avances tecnológicos y la posibilidad de su metareflexión.
La televisión, de los primeros avances técnicos a los cuales le podríamos conferir atributo de masificación y que para Bourdieu no meramente reflejó la realidad, sino que también fue creadora de ella, es superada por avanzadas estructuras de redes. Lo social conferido como aquello que conecta a los individuos, ya no es dependiente del esfuerzo corpóreo. La democracia en este manto abandona la contienda de las formas de vivir, ya lineales en un espacio común cuasi irrenunciable.
La espectacularidad, los estímulos figurativos, la lectura novelesca del campo político son factores próximos, la red nutre al esquema democrático de intérpretes personalísimos de la sociedad, y la democracia ve sus riesgos ya no en ideologías destructivas sino en la escasez de interés por lo común. Las democracias actuales sufren el revés del desinterés, en este punto la participación no es necesaria mientras el mundo provea y el desarrollo de márgenes de supervivencia, así como se desvaloriza la capacidad del ciudadano de incidir verdaderamente.
La vieja política, la de un Batlle nutrido de filosofía en el Ateneo de Montevideo, la de un Pivel Devoto con la historia al hombro, la de un Arismendi exponente del marxismo latinoamericano, la de un Herrera revisionista y empirista, se ve añejada por la renovación que encuentra en lo inmediato el valor, o en el mero cambio sea cual sea este. Las propuestas circunstanciales, la lucha retórica de lo coyuntural abandona el espíritu en favor del evento, el mensaje acortado, la búsqueda del puntual convencimiento esfuma la posibilidad de una reflexión general. Y sí pensar la política ya no es pensarnos a nosotros mismos, el riesgo decanta en una disputa por la potestad técnica de gestionar el Estado.
A contraposición de esto último se abre una posibilidad, la política de cercanía, aquella que se eleva como la mejor contrastación en un campo político que se funda en actores burocráticos, hay en la cercanía una pizca de esperanza para la superación de la histórica dicotomía ¨dirigentes¨ y ¨dirigidos¨.
Busquemos que en esa llana virtud también se encuentre la ocasión para las grandes discusiones, una oportunidad para democratizar nuevamente el pensamiento de lo político, dedicarle tiempo a los problemas, a las soluciones, a los ribetes que nacen de ellas, y en viva instancia a pensar el Uruguay que queremos.
San Agustín de Hipona diría que el mundo se hizo con el tiempo, la reflexión actual bien podría ser que mundo podemos hacer sin él, sin tiempo para pensar lo común.
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