En más de una ocasión se ha dicho que la política partidaria uruguaya se ha vuelto gris, y aunque a veces se enfrasca en ruidosos intercambios de calificativos, son pocos los debates sustantivos. Es una languidez que alcanza por igual a políticos en el gobierno como en la oposición.
En los últimos días ocurrieron varios hechos que lo dejan en evidencia. Uruguay debía tomar decisiones en una temática que tiene múltiples implicancias en sectores como energía, transporte, agropecuaria, comercio exterior y hasta salud pública. Eso estaba en juego en las negociaciones de la Convención de Cambio Climático en Glasgow (Escocia). Es que la problemática de los gases invernadero hace mucho dejó de ser un asunto de ambientalistas, y ahora cruza diversos sectores, y eso explica, por ejemplo, que algunos países consideren importar alimentos según las emisiones de gases invernadero. Sin embargo, nuestra política criolla mostró, durante estos días, todas sus limitaciones para lidiar con ese tipo de complejidades y para pensar el país hacia el futuro.
Comencemos por decir que la adhesión de Uruguay a un compromiso global para reducir las emisiones de metano, un potente gas invernadero, no fue anunciada por nuestro gobierno sino por un comunicado del departamento de Estado de los EE.UU. Esa decisión, que tiene enormes implicancias para la agropecuaria ya que ésta es su principal fuente, no ameritó un anuncio previo ni de la cancillería ni de los ministerios de ambiente o agricultura. Tampoco pasa desapercibido que tomar una decisión como esa a último momento, y que sea anunciada por otro país, en el pasado hubiera desencadenado reacciones desde la izquierda. Sin embargo, en la actualidad el Frente Amplio permaneció en silencio.
Seguidamente, la principal negociadora de Uruguay en cambio climático en el Ministerio del Ambiente, que proviene de Cabildo Abierto, ante la prensa brindó un mensaje que, en su esencia, era una confesión: el gobierno firmó aquel compromiso sobre el metano porque en nada comprometía al país. Eso confirmaba las denuncias ciudadanas que los gobiernos en Glasgow firman documentos que son sobre todo gestos publicitarios pero no atacan decididamente las causas. Los periodistas que la escuchaban parecían no darse cuenta de la gravedad de lo que se revelaba.
Días después, el senador herrerista Sebastián da Silva, afirmó a la prensa que las emisiones de metano desde la agropecuaria de Uruguay son “ínfimas” y “ridículas”. La realidad es distinta porque aproximadamente el 76% de las emisiones de gases invernadero del país se originan en la agropecuaria, y la mayor parte es metano, representando al menos 19,6 millones toneladas CO2equivalentes (para hacerse una idea eso más o menos equivale a los gases de más de 4 millones de autos de pasajeros funcionando durante un año). Por lo tanto, si se habla de gases invernaderos en Uruguay es inevitable abordar la agropecuaria y el metano. En cambio, sus aseveraciones recuerdan esas conocidas circunstancias en las que un político parece habitar otra realidad o bien desconoce aspectos básicos de la cuestión sobre la que opina. Nada impidió que además redoblara sus dichos diciendo que Uruguay es un líder ambiental a nivel mundial y que los actuales gobernantes, como son más jóvenes, tienen más sensibilidad ambiental que los veteranos de los gobiernos anteriores.
Otra vez la dura realidad: aunque sea doloroso reconocerlo, Uruguay no es un líder mundial en políticas o gestión ambiental. Tampoco está clara esa referencia a la mayor sensibilidad ambiental de los más jóvenes porque más o menos al mismo tiempo, la ministra Azucena Arbeleche, también herrerista, estaba dando una conferencia en Glasgow. Allí sostuvo que estamos ante una “emergencia climática”, que ésta requiere “acciones inmediatas” y “soluciones de largo plazo”, y que no hay “más especio para pequeños ajustes o respuestas paulatinas”, y para rematar reclamó un cambio transformador.
Pero las metas en su discurso son muy distintas a lo que se aplica dentro de Uruguay. El gobierno no ha declarado una emergencia climática, no promueve cambios a largo plazo, no está actuando en una transformación ambiental sustancial, y ni siquiera completó el armado del nuevo Ministerio del Ambiente. El ministerio que dirige Arbeleche presentó en la rendición de cuentas un impuesto a las emisiones de carbono. Eso es bienvenido, pero lo es porque estamos tan atrasados que no contamos con impuestos ambientales. Pero eso no impide observar que es una propuesta incompleta y rara. Es incompleta porque solo grava a las emisiones derivadas de las naftas pero no a las de otros combustibles, como si por ejemplo el gasoil no generara gases invernadero. Es rara porque en realidad suplanta a una parte del IMESI, y por ello nadie lo notará. Entonces, si la ministra quería acciones inmediatas que se enfocaran en el largo plazo, como dijo en Glasgow, debería aprobar un impuesto que realmente cubriera todas las emisiones de gases invernadero del Uruguay.
Observando ahora al Partido Colorado, si bien tiene en sus manos al Ministerio de Ambiente, siguen todos los tironeos con el Ministerio de Ganadería y Agricultura, que maneja ese mismo partido. Esas contradicciones desembocan en las dificultades para lidiar con las emisiones de gases invernadero agropecuarias, con las plantaciones forestales o con potenciales alternativas, como la agroecología.
Finalmente en el Frente Amplio la situación no es mejor, como se adelantó arriba. Carolina Cosse también viajó a Glasgow y desde allí invocó un Montevideo neutro en las emisiones de gases anunciando más ómnibuses eléctricos y árboles. Nadie puede estar en contra, pero también son planes más cercanos a la publicidad que a atacar cuestiones de fondo. Si se desea avanzar en reducir emisiones invernadero del transporte, una prioridad es una masiva inversión en calles o sendas para ciclistas, y si son de metano, hay que reformar radicalmente la disposición final de la basura. Los actuales rellenos son importantes emisores de metano, y solucionar eso tendría además otros efectos positivos ambientales, sanitarios y sociales.
Estos ejemplos muestran las dificultades y limitaciones de todo el espectro político para abordar temas clave que determinan la calidad de vida de los uruguayos y las opciones del país al futuro. Pueden haber declaraciones altisonantes pero hay poca sustancia, y no hay un debate de ideas porque muchos ni siquiera perciben lo que está en juego; y ese es el problema más grave de todos.
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