Max Marambio, hijo del senador socialista de Chile, Joel Marambio, visitó Cuba, por primera vez en 1966, acompañando a su padre en una delegación de parlamentarios chilenos, presidida por el Presidente del Senado, Salvador Allende. Max Marambio, entonces, tenía diecisiete años.
La delegación chilena no fue un hecho pasajero en las relaciones internacionales de Cuba. La llegada a la isla fue en julio de 1966. Casualidad o no, en ese mismo momento, el Che abandonaba su exilio de Praga para volver a Cuba, después de largos meses de conversaciones entre un emisario de Fidel Castro y un Che Guevara que comenzaba a entender su verdadera soledad, y a entender que su próximo destino sería su último destino.
De la delegación de parlamentarios socialistas a la isla, dos episodios cubanos tendrían repercusión en los años siguientes: el conocimiento personal entre Salvador Allende y Fidel Castro, y el reclutamiento del joven Max Marambio para trabajar con los servicios de seguridad cubanos.
El joven Marambio, con sus diecisiete años, fue uno de los miles de jóvenes que acudieron a la revolución cubana como las abejas al panal. En el hotel Habana Libre alternaban invitados de todo el mundo, jóvenes entusiastas y espías de todos los servicios de seguridad del mundo. Hombres y mujeres todos, buscando su lugar en la nueva nobleza. En una de esas salidas que la revolución organizó para la delegación chilena, el encargado de la coordinación les dijo, como en secreto, que esa noche irían al restaurante 1830 a cenar con Raúl Castro, pero cuando estaban instalados en una larga mesa se abrieron varias puertas y apareció la gigantesca figura de Fidel Castro, escoltado por cuatro o cinco de sus hombres de confianza. Esa noche las atenciones de Castro estuvieron puestas en Salvador Allende y en el joven Marambio. Su padre regresó a Chile con la delegación de parlamentarios, y aceptó dejar en Cuba a su hijo, bajo la tutela personal de Fidel Castro.
¿Se podría deducir la estrategia de Fidel Castro para Chile siguiendo los pasos de Max Marambio? Claramente sí. Era uno de los tantos que eran vigilado por gente de la mayor confianza de Fidel Castro, hasta que llegado el momento, aquella promesa de continuar los estudios, y dedicarse a la Arquitectura, desapareció en medio de largas caminatas, cargando equipo militar, hasta su incorporación a las Fuerzas Especiales, la élite cubana, encargada de entrar a cualquier país como si fuera el suyo. De regreso a la base, en uno de los largos y duros entrenamientos, el 10 de octubre de 1977, Max y el resto de su grupo, se encuentran con la noticia de la muerte del Che, en Bolivia. Fue un momento duro, donde aparte del silencio, sólo se oyó un breve discurso de Fidel Castro.
En La Habana conoce a Luciano Cruz, un líder estudiantil, compañero de Miguel Enríquez, y esa fue la puerta de regreso a Chile. Obviamente que no vuelve como una especie de hippie descarriado, ni alguien que lo mata la melancolía. El que vuelve a Chile es aquel muchacho que en el marco de un exuberante restaurante de la nueva clase dominante, el máximo dirigente revolucionario le pide al senador Joel Marambio que acepte el deseo de su hijo de quedarse a estudiar en Cuba. Ese joven integrante de las Fuerzas Especiales, perfectamente formado para sobrevivir en la selva o en la ciudad, es el que vuelve a su país, y no el arquitecto que alguna vez se propuso ser.
¿Y cuál fue la tarea práctica de Max Marambio, en el inminente triunfo de Salvador Allende, a la cabeza de la Unidad Popular, la mayor coalición de partidos de izquierda que Chile pudo reunir? Tuvo dos: formar el grupo capaz de asegurar la integridad física de Allende, y contribuir a la consolidación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. ¿Dentro de la Unidad Popular? No. Esta fuerza siempre estuvo fuera de la UP, con una estrategia explícita de llegar al poder por las armas.
Enancado en el MIR y en la Unidad Popular, Max Marambio sigue las instrucciones de La Habana, que corre con dos caballos en una situación dramática. Arma y entrena al MIR, y, públicamente, alienta al enorme esfuerzo de la unidad de los partidos de izquierda en apoyo del gobierno de Allende, asediado por dentro y por fuera. El 1° de Mayo de 1973, mientras media Plaza de la Moneda esperaba el discurso de Allende que denunciaría la intervención de la ITT, apoyando económicamente a sectores golpistas, pero en lugar del discurso, casi hasta el mediodía, lo que se pudo ver fue una enorme trifulca en el medio de la Plaza de la Moneda, entre militantes del MIR, armados con enormes garrotes y cascos, y militantes del Partido Comunista, igualmente preparados para festejar el Día de los Trabajadores con una disputa entre militantes de partidos, supuestamente, aliados. Allende se negó a salir al estrado a leer el informe, hasta que, después de idas y venidas, la gente del MIR se retiró de la plaza y el acto pudo iniciarse. Ese era el clima interno, cuando la palabra “golpe” sonaba con más insistencia.
Esta historia, con matices, se repite a lo largo y ancho de América Latina mientras el dinero soviético fluía hacia la Isla. Se calcula que en una cantidad entre 5 mil y 6 mil millones de dólares por años Fue el precio por poner fin a la crisis de los misiles, y por el uso, por parte de la URSS, del territorio y las Fuerzas Armadas de Cuba, en cualquier parte del mundo. Demasiado dinero llenando bolsillos a lo largo y ancho de América Latina. Pero, sobre todo, demasiado sacrificio, demasiado humo vendido.
Como buen hijo de la clase media, Marambio se dio cuenta que las armas habían sido sólo una parte alucinante de su vida. Después que todo comenzó a colapsar, tenía oxígeno en los pulmones para empezar una nueva vida, ligado a la producción cinematográfica y televisiva. Los daños quedaron atrás, los propios, pero, sobre todo, los ajenos.
[1] Las armas de ayer, Max Marambio. Ed, Debate, 2007.
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