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Los libros que trajo el otoño

Los libros que trajo el otoño
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Nuevos relatos de Fernando Butazzoni, otro de Andrea Camilleri y “El niño”, de Gabriel Otero. Se renuevan los estantes de las librerías.

“La fila de los inocentes. Una historia de niñez en cautiverio político”, de Gabriel Otero (Fin de Siglo)

Cargado y reflexivo con sus vivencias, Gabriel Otero nos amplía la historia sobre la dictadura desde la perspectiva hasta ahora poco explorada de las niñas y los niños que fueron, junto a sus madres, presos políticos. La vulgata negacionista repite que no hay que seguir hablando del pasado reciente, pero la historia muestra que todavía tenemos mucho más para conocer. Nuevas líneas de investigación vienen avanzando sobre la perspectiva de género, los colectivos afro, las minorías sexuales y las formas de represión en el interior. También sobre infancias en dictadura, y es aquí donde La fila de los inocentes (esa que hacían para ver si conseguían dulce de membrillo en el cuartel) nos abre un nuevo portal de memoria. El entrañable recuerdo del juego de «mamá osa» con que lo convencía y entretenía su madre para poder bañarlo con agua fría mientras convivían, presos por la dictadura, o la inquietante rememoración de su «vuelta a casa» cuando iban con su hermana a visitarla al cuartel son dos huellas fugaces de una historia que, de poderosa y personal, se convierte en universal.

“La masacre olvidada”, de Andrea Camilleri (Edita Planeta)
Tras una exhaustiva documentación y partiendo de recuerdos transmitidos por su familia, el célebre autor siciliano revive, en una historia de humor amargo, las masacres de 1848 en Sicilia oscurecidas por las autoridades y olvidadas por los historiadores. La primera masacre tuvo lugar en Porto Empedocle, donde el mayor Sarzana liberó de un solo golpe a 114 prisioneros, los asfixió y los quemó vivos en una celda común; el segundo tuvo lugar en Pantelleria, donde quince agricultores fueron ejecutados por acusaciones de mafiosos y terratenientes. Las autoridades, las borbónicas y las unitarias confundieron y ocultaron su suerte, y ningún historiador se ocupó jamás de ellas. Los asesinos y cómplices silenciosos hicieron sus carreras, primero bajo los Borbones y luego en la Italia unificada.

“Tierra mínima”, de Fernando Butazzoni (Penguin)

«Un desaparecido por fin hallado es justo eso: un desafío. Es la restitución de un cierto orden, de una secuencia que borre el caos de la desaparición.» ¿Qué pasa cuando se descubre una sepultura clandestina en un cuartel? ¿Quiénes se ocupan de desenterrar el esqueleto? ¿Qué sienten ellos cuando hablan con los muertos? Después de investigar durante casi una década, en agosto de 2019 un puñado de antropólogos forenses logró encontrar otra aguja en el inmenso pajar del Ejército: los restos del dirigente comunista Eduardo Bleier, desaparecido cuarenta y cuatro años antes. Tierra mínima reflexiona sobre los puentes que unen este presente con aquel pasado de oscuridad y resistencia. El autor interpela los hechos, duda de los testigos, analiza las búsquedas y los ocultamientos, revisa cada error y habla con los protagonistas. En sus páginas están la jueza y el fiscal, el coronel a cargo, unos maquinistas, el pequeño universo en la noche del monte. Y los antropólogos con su trabajo, sus pesadillas y sueños.

Palabras de Fernando Butazzoni (extraídas de un texto dirigido a libreros)

«Tierra mínima cuenta la historia secreta del hallazgo y recuperación, en un cuartel del Ejército, de los restos de un desaparecido. Fue en 2019, casi que ayer. No es un libro sobre los desaparecidos, sino sobre los antropólogos forenses que encontraron ese esqueleto, lo limpiaron, lo custodiaron, le extrajeron muestras de ADN y finalmente lograron darle una identidad. Ellos lo buscaron durante siete años, lo rescataron de la orilla del Miguelete con un trabajo colosal durante 39 horas de vértigo, porque la lluvia amenazaba con desbordar el arroyo y arrastrar en la correntada ese tesoro humano recién hallado.
Me pareció fascinante el trabajo de estos científicos uruguayos, jóvenes mujeres y hombres de prestigio mundial pero desconocidos entre nosotros, que se consagraron a hurgar en laboratorios y archivos, en cementerios y campos militares, para buscar una memoria que mucha gente ya había dado por perdida. En ese sentido creo que realizaron una proeza y que la misma debería ser conocida por el público. Por eso me enamoré de la historia, trabajé con los antropólogos durante dos años, me emocioné con ellos y ahora comparto con los lectores sus vivencias y hasta sus sentimientos más íntimos.
Quise escribir un libro entretenido y a la vez riguroso, un relato que además de ser verdadero fuera auténtico. Ojalá lo haya logrado.»

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