El pasado martes 30 de setiembre tuvo lugar en una base militar próxima a Washington D.C. una reunión inusual. Alrededor de 800 altos mandos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos destinados en todo el mundo, fueron convocados por su presidente y el Secretario de Guerra, el exótico Pete Egseth. La primera reacción negativa a la convocatoria fue el costo de los traslados: Superior a los 100 millones de dólares. La segunda, haber concentrado a toda la élite militar del país en un único lugar, aunque fuera en una unidad militar.
Todos los citados tenían cargos de generales o almirantes, con tropas a cargo. Son líderes que tienen bajo sus órdenes a fuerzas complejas, con la misión de ir a una guerra y enfrentarse a los ejércitos más preparados del mundo. La convocatoria debió haber tenido un serio motivo para citar a tantos altos mandos; pero no, ni antes ni después se dio a conocer el motivo concreto. Incluso quien estaba a cargo de la operación en curso frente a Venezuela tuvo que ausentarse de su trabajo para acudir a la base de los marines en Quántico. Esos 800 altos mandos de las, supuestas, fuerzas armadas más poderosas del mundo, tuvieron que oír, sin intermediarios, que el presidente Trump quiere unas fuerzas armadas más masculinas, sin barbas ni barrigas. Se los podía haber comunicado por Whatsapp. El escenario fue grandioso, la expectativa en todo el mundo, a punto de iniciar una guerra en el Caribe, estaba acorde con las puestas en escenas de Trump y su Secretario de Guerra, Pete Hegseth, que no se le queda atrás.
Hegseth, desde joven, ha estado relacionado con sectores conservadores, sirviendo en la Guardia Nacional, o en el ejército, en Afganistán y Guantánamo. Pero su mayor exposición pública la encontró en la cadena Fox News, donde actuó como comentarista político. Su visión sobre Europa y la OTAN resultaron atractivas a Trump, ideas que no oculta en público, como tampoco oculta su calificación de “patriotas” a los extremistas que tomaron el Capitolio por asalto.
El general retirado Barry McCaffrey calificó la reunión en la base de Quantico como “uno de los acontecimientos más extraños e inquietantes que ha vivido”. A McCaffrey, Trump le resultó “incoherente, agotado, rabiosamente partidista, a veces estúpido, divagante, no podía hilar pensamientos”. A lo largo de la disertación sin mucho rumbo, faltaron los aplausos, y sí se oyeron algunas risas. Pero lo inquietante, a lo que se habrá referido el general McCaffrey, debe estar en la pobreza conceptual frente a la cantidad de frentes abiertos que mantiene la presidencia de Trump, y que han puesto al poder militar de los Estados Unidos, por primera vez en la disyuntiva de tener que cerrar de forma favorable tantos conflictos cuando, en segundo plano, acechan sus grandes adversarios de la Guerra Fría, en particular China, con un poder en aumento, y un crecimiento tecnológico galopante de sus fuerzas armadas, mientras Estados Unidos pierde liderazgo y no alcanza a definir una política de cooperación con sus aliados europeos.
Al parecer, la idea de semejante encuentro fue de ese raro, que, como Trump, no llegó a la política desde adentro sino como si fuera un área comercial más, y como Trump, haya confundido a militares con empresarios. Esos hombres están distribuidos en las áreas calientes de todo el mundo, acostumbrados a lidiar a diario con gobernantes de todas las tendencias, y conocen, perfectamente, quién es quién en la política de Estados Unidos. Entre esos generales y almirantes hay tanto republicanos como demócratas, y no son recién iniciados en el intercambio de ideas con el poder de su país. Seguramente están muy consustanciados con la sociedad a la que ellos representan y no les debe caer muy bien que políticos de su propio país les den lecciones para saber quién es el enemigo.
Frente a sus subordinados, Trump opinó: “Estamos sufriendo una invasión interna. No es diferente a un enemigo extranjero, pero es más difícil en muchos sentidos porque no usan uniforme. Al menos cuando usan uniforme, se los puede eliminar. Estas personas no tienen uniforme. Pero estamos siendo invadidos desde dentro, y lo estamos deteniendo muy rápidamente”. Esa es la percepción del presidente de Estados Unidos. Les viene a decir, por ejemplo, que los servicios de seguridad de su país, y las fuerzas destinadas a frenar a ese “enemigo”, ha fracasado completamente. El enemigo ya está dentro del país. ¿Quién? ¿Los extranjeros que llegaron a trabajar?
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos son un reflejo de su propia sociedad. Allí había tanto mandos demócratas como republicanos, pero ninguno de ellos tuvo la idea de asaltar el Congreso para cambiar lo que está mal.
Lo más llamativo, para la opinión pública, es que los dos gobernantes les llamaran la atención sobre el estado físico de los militares. El Secretario de Guerra: les dijo con suma claridad: que querían un ejército “más fuerte, más resistente y más feroz” y anunció 10 directivas para reformar la cultura militar, incluyendo la eliminación de políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) y la imposición del “más alto estándar masculino” en los requisitos físicos. “Se acabaron las barbas, el pelo largo y la expresión superficial e individual”, dijo Hegseth, según reporta la agencia de noticias EFE, criticando la presencia de “soldados gordos” y “generales y almirantes también gordos” en las filas. Hegseth cuestionó las reglas de combate, describiéndolas como “políticamente correctas y autoritarias”, y prometió dar mayor libertad a los combatientes para “intimidar, desmoralizar, perseguir y matar” a los enemigos.
A estos mandos, sometidos a las reglas de la democracia, Trump y Hegset les reunieron para decirles que tienen un ejército flojo.
Trump remató el costoso y complicado encuentro con estas palabras, lo que seguramente fue el meollo de la iniciativa: “Si no les gusta lo que digo pueden irse, y ahí se les acaba el rango y el futuro”.
Más prepotencia no cabía. Trump, evidentemente, tiene un serio problema y, por ende, también lo tiene Estados Unidos. En la coyuntura actual, también Rusia parece tener un problema parecido a juzgar por los accidentes de los opositores de Putin. De la sociedad china se conoce poco. Es el resultado de un régimen de partido único, sin oposición. La información de este encuentro en la unidad de marines de Virginia surge de ahí, incluso de mandos cercanos a Trump. No viene del paraíso, por supuesto, pero llegó a la opinión pública, sin perderse en los recovecos de la censura. Al menos es algo importante para sacar en limpio







