Algo similar a un derramamiento de suavidades, perfumes y colores sobre su rostro. Eso experimentó. No supo cuánto tiempo permaneció de pie, en medio de la vereda, envuelto en aquella fragante garúa. Cuando por fin se recordó, continuó su camino. En apariencia, todo seguía igual. Pero algo había cambiado.
No fue hasta la noche tarde, al acostarse, que pensó en lo ocurrido. En el duermevela previo al sueño, repasó los hechos.
Como de costumbre, aquella tarde de agosto, caminaba por la ciudad mirando las casas, pendiente de hallar algún detalle decorativo de los que tanto le gustaban. En eso iba cuando, inopinadamente, la vio al otro lado de la calle y cruzó para contemplarla de cerca. Y, en el mismo momento que levantó la vista hacia ella, aconteció.
Mientras recordaba lo sucedido, volvió a ver, a través de las ramas desnudas de los plátanos, cómo, al mismo tiempo que inclinaba hacia él el recipiente lleno de flores que llevaba entre las manos, los labios de la dama asomada en lo alto de la pared esbozaban una sutil sonrisa. Entonces comprendió, con gratitud, por qué, para él, a partir de aquel instante, el invierno se había transformado en primavera.
(Ubicación: Soriano 1729)

